Lo más significativo que se puede decir acerca de esta palabra,
es que es un sustantivo (intentio) obtenido del supino del verbo intendo,
intendere, intentum, que al pasar a nuestra lengua se ha transcrito e interpretado
como entender. Es decir que en este verbo quedan emparentados la intención y el
entendimiento, de hecho como si fuesen la misma cosa. ¿Lo son? De entrada parece que lo
más razonable es responder que sí. Intendere es poner gran empeño (tanto como el
que hay que poner en tensar la cuerda del arco, esa es la tensión de referencia)
en llegar a (in) algo (igual podíamos estar diciendo intensión, del
mismo modo que decimos extensión y pretensión, derivados del
mismo verbo; en efecto, junto a intento, hemos derivado intenso e intensidad).
El entendimiento es, pues, en su origen, el esfuerzo por tender (ir con fuerza) a meterse
dentro de (in) algo. Entendemos por intención, en cambio, la trayectoria
que le hemos trazado a uno de nuestros actos o a una secuencia de los mismos. Es la
dirección en la que hemos disparado la flecha de nuestros actos. Es que el entender
implica necesariamente el apuntar hacia algún sitio. Es imposible el entendimiento sin la
voluntad. Por lo que dicen las palabras en su origen, se entiende en tanto en cuanto se
quiere. Entender es en fin de cuentas empeñarse en algo. El atender, menos intenso que el
entender, es igualmente orientarse hacia algo, pero con menos determinación.
Nos encontramos, pues, con que de entrada todo lo que afecta al
entendimiento exige esfuerzo y tensión; no nos viene dado. De lo que se infiere que quien
más se ejercite, mejores niveles alcanzará de entendimiento, quedando fuera de juego los
que no se esfuercen. Aunque sea una obviedad que la experiencia nos muestra de continuo,
vale la pena dejar constancia de ello. Y volviendo al problema esencial, al cómo es que
nos toca vivir en unas condiciones tan duras, cómo es que el hombre tiene que soportar
unos entrenamientos más prolongados y más duros que las demás especies para enterarse
de lo que afecta a su vida, vuelve a manifestarse como una evidencia que a la naturaleza
no se le ocurren estos montajes tan artificiosos. Todo animal tiene sus tendencias tan
claramente desarrolladas como sus órganos. No necesita entender de nada. No
necesita tender; está ya en. Del entendimiento que a nosotros nos falta,
que incluso nos es indispensable, él anda sobrado, mejor dicho nunca anda falto: es lo
que tiene que ser y ha llegado ya adonde tenía que llegar. (Reflexión léxica
indispensable para no perdernos entre las palabras: en latín la preposición in
tiene dos valores: si se construye con acusativo, tiene valor de dirección; si con
ablativo, su valor es locativo: lugar en donde. Cuando funciona de prefijo hay que
añadirle un valor más, el negativo). El animal libre, digo, no necesita endender ni
siquiera para comunicarse; para vivir instalado en un sistema de comunicación que le da
muchas vueltas al nuestro. Y nosotros no sólo tenemos que entender un montón de cosas,
sino que incluso tenemos que entendernos a nosotros mismos y entendernos entre nosotros. Y
eso siempre con esfuerzo, de manera que quien no está por la labor ni entiende ni se se
hace entender ni se entiende con los demás. ¡Menuda ganga de comunicación!