GUETO
Ghetto es el nombre del barrio judío de Roma, en la ribera del
Tíber. Para más inri queda cerca del arco de Tito, construido para celebrar el triunfo
de este emperador a su vuelta de la campaña en que arrasó Jerusalén, poniendo especial
empeño en no dejar del templo piedra sobre piedra, y obligó a los judíos a dispersarse
por el mundo (la diáspora). La palabra no tiene, pues, ningún significado especial del
que se pueda deducir algún contenido. Es un nombre de la geografía urbana de Roma, sin
más conotaciones. Este barrio se tomó como prototipo del aislamiento de los judíos en
las ciudades en que vivían, y luego se extendió el concepto de gueto a cualquier barrio
donde colectivos diferentes del común de la ciudadanía viven en condiciones sórdidas.
Es un neologismo cuyo sinónimo más afín es el apartheid. La enciclopedia
Británica y la Larousse difieren de la Espasa, de la que procede la nota geográfica.
Dice la Británica que este nombre se usó por primera vez en 1516 en Venecia, cuando
cerca de una fundición de hierro (de la que se supone que le viene el nombre) se cerró
un área aparte del resto de la ciudad donde tenían que vivir los judíos bajo vigilancia
cristiana. La Larousse puntualiza que se trata de una palabra veneciana cargada de
oprobio, y que se usó en Venecia (1516) antes que en Roma (1555). Característica común
de los guetos es que eran auténticas ciudades cerradas, en las afueras de las ciudades, y
prohibidas a los que no fuesen judíos; algunas de ellas eran muy estrechas y crecían
hacia arriba por falta de suelo. En algunas ciudades vivían los judíos en un régimen de
mayor libertad, teniendo reservadas algunas calles sin amurallar. Fue la Revolución
Francesa la que derribó los muros de los guetos bajo el lema de libertad, igualdad,
fraternidad. Y hay que observar que, entonces como hoy, fueron las religiones enfrentadas
las que levantaron los más altos muros separando los pueblos.
El concepto de gueto nació en relación con el pueblo judío. Es
el único pueblo que se ha resistido a su eliminación como pueblo, y que no ha consentido
ser disuelto en otros pueblos. Y lo ha conseguido, gracias a la férrea voluntad de
supervivencia colectiva, que ha sido posible a lo largo de dos milenios y medio de
persecuciones por la peculiaridad de su cultura y de su culto. Ha sido el culto, por
encima de todo, lo que ha mantenido a los judíos unidos entre sí y separados de los
demás, allí donde han estado. Y ha sido también posiblemente el pueblo judío el que a
un altísimo precio nos ha demostrado a todos los pueblos de la tierra que es posible la
convivencia pacífica y armoniosa de pueblos, religiones y culturas en una misma ciudad o
en un mismo país. Es muy importante observar que allí donde el pueblo judío ha estado
manteniendo su propia entidad, culto y cultura contra viento y marea, nunca ha sido el
agresor sino el agredido. Pero por lo visto la lección no se la han aprendido todos. Hay
políticos que siguen empeñados en disolver pueblos y culturas al precio que sea, que
sueñan con la unidad, si no de población, sí de poder: la población legítima
sometiendo cultural y políticamente a la población sobrevenida, la formada por los
metecos. La política es la de siempre: al que se aísla, se le castiga por ello
aislándole más.