INTIMIDAD
Es una palabra formada a partir del superlativo de "dentro". En efecto,
venimos del latín intra, interior, íntimus: dentro, más adentro, lo más adentro
de todo. Se sospecha que debió existir un ínterus como forma adjetiva de intra,
que caería en desuso. Se considera que intra es una forma derivada de inter
(entre) y que éste a su vez no es más que la preposición in con la desinencia
adverbial ter (equivalente a nuestro mente). De in hemos
obtenido nuestra preposición en, que como tal se ha quedado sólo con el significado
locativo, perdiendo el de dirección o movimiento. En la forma de prefijo (en- o in)
se mantienen estos valores. Los romanos usaron profusamente este término, pero no
llegaron a darle el valor que tiene para nosotros. Túnica íntima, era la que
quedaba en contacto con la piel; se corresponde a lo que hoy llamamos ropa íntima, la que
cae más adentro, y la que sólo en la intimidad se muestra. In íntima Macedonia
era "en la Macedonia profunda"; in íntimum se conícere, retirarse a lo
más escondido de la casa; ex íntimo ventre suspirum, es lo que nosotros llamamos
un suspiro salido del fondo del alma; íntima amicitia, amicus íntimus, tienen el
mismo valor que para nosotros. Pero nunca llegan las intimidades para los romanos al
ámbito de lo sexual.
En español hemos perdido la noción de que íntimo sea un superlativo, porque no
usamos el correspondiente positivo intra (en cambio su análogo ínfimo sí que lo
percibimos como un superlativo, porque usamos más el correspondiente adverbio infra);
tampoco relacionamos íntimo con "interior", su comparativo. Al hablar de
intimidad, pues, nos estamos refiriendo al mundo interior que nos hemos creado, en el que
distinguimos diversos grados, siendo el más intenso el de más adentro, el más reservado
y exclusivo. Si culturalmente hemos decidido que el sexo pertenece a la intimidad es
porque le hemos asignado un valor añadido, el valor humano, que preferimos mantener
reservado, recóndito, no exhibirlo. Cuando hablamos de amigo íntimo nos referimos a
aquel con quien compartimos nuestros secretos, nuestras cosas más íntimas. Y cuando
colocamos el desnudo en el área de las intimidades es porque lo reservamos para la
persona con quien compartimos esa intimidad. Es inevitable que exista un dentro y un fuera
de nosotros mismos, y que haya personas, cosas, actividades, sentimientos, que forman
parte de nuestra dimensión externa, y otros que pertenecen al ámbito de nuestras
interioridades o de nuestra intimidad. Nos empobreceríamos en exceso si renunciásemos a
nuestra privacidad, si quedásemos totalmente accesibles y transparentes igual para todo
el mundo. Hay quien piensa que es por ahí por donde alcanzaremos la felicidad. Son
demasiadas las cosas que están cambiando profundamente, algunas simplemente porque las
perdemos. Es posible que en el mundo cada vez más transparente y atestado de ojos
electrónicos que nos miran friamente, tenga que ceder terreno la intimidad al que llaman
también en estos ámbitos derecho a la información; es posible que teniendo que vivir
cada vez más apretados e intercomunicados, la intimidad acabe siendo un anacronismo.
Quizás en el futuro acabe siendo así; acaso desaparecerá lo que hoy entendemos por vida
privada; pero entretanto, mientras podamos gozar de zonas reservadas, mientras podamos
reservar en lo más hondo de nosotros mismos rincones exclusivos, debemos defenderlos.
Mariano Arnal
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