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PÚBLICA (MUJER)

Públicus, pública, públicum procede en última instancia de pópulus (pueblo), y se adjetivaba así todo lo que era propiedad comunal. Es que el pópulus era de hecho la asamblea, es decir la unión de todos los cives. Públicus era por tanto todo aquello que pertenecía pro indiviso, como bien colectivo, al pópulus, que tenía personalidad jurídica propia, y que acabó siendo el estado. Bona pública eran los bienes públicos, del común de los ciudadanos; loca pública eran los lugares públicos; y a todo el conjunto de cosas públicas la pusieron el nombre de res pública, la cosa pública, de la que salió el concepto de república. Está claro que los altibajos que experimentó esta palabra estuvieron asociados a los que experimentó la cosa pública, que fue de todos los colores. El hecho de que publicare fuera confiscar, convertir en propiedad pública los bienes privados, y publicatio la correspondiente sustantivación (nada que ver por tanto con las publicaciones), debió contribuir lo suyo al descrédito del término. Si bien el sustantivo no se usó más que con ese significado, el verbo sí que sirvió también para referirse a la acción de publicar, de dar a conocer al público. Es en este último significado, ampliado con el de exponer públicamente, donde se forjaron las expresiones de publicare pudicitiam (publicar o exponer al público el pudor), que dice Tácito, y publicare corpus (exponer el cuerpo al público), que dice Plauto, con el significado común de prostituirse. El caso es que en algún momento en el lenguaje vulgar se llama públicus sin más al funcionario, y pública a la mujer pública, a la meretriz. Quizás influyese en algo el hecho de que el publicanus era el arrendatario de los impuestos del estado, y publicana la arrendataria (publicana muliércula, era una expresión que se usaba para insultar a una mujer, dando lugar al equívoco entre pública y publicana).

No es normal que se haya asignado el nombre de mujer pública a la prostituta porque el adjetivo públicus tenía, exactamente igual que para nosotros, una evidente connotación de bien común en relación con las cosas, y de persona relacionada con esos bienes, en tratándose de personas. Por eso es razonable sospechar que en algún momento de su historia Roma creó la institución de las mujeres públicas por lo menos para el servicio de los soldados en campaña (Pantaleón y las Visitadoras es una espléndida parodia de Mario Vargas Llosa sobre este tema, pero ambientada en nuestros tiempos); y no sería éste el único servicio de mujeres públicas en la historia de la humanidad (incluyendo en él la llamada prostitución sagrada). Y podría ocurrir también que las mujeres que o por tener prebendas públicas (como las publicanas) o por ser consortes de los hombres públicos podían llamarse públicas con toda propiedad, se distinguieran de tal modo por su comportamiento que finalmente mujer pública se convirtiese de hecho en sinónimo de meretriz o prostituta. Nada tendría de raro, pues este fenómeno léxico se ha producido en nuestra lengua respecto a las cortesanas: se trata de un adjetivo que en rigor se aplica a la mujer que vive en la corte; pero como estas mujeres se distinguieron precisamente por su conducta propia de meretrices (es que cuando se va tras el poder es difícil, por no decir imposible, esquivar esos patrones de conducta), vino a ser lo mismo decir cortesana que meretriz. Abona esta hipótesis el hecho de que tanto la de mujer pública, como la de cortesana sean denominaciones casi respetuosas de una realidad poco respetable.

Mariano Arnal

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