Es propio del sexo ser desproporcionado. La naturaleza ha querido que en la escala
zoológica a la que pertenecemos, desde el punto de vista sexual (es decir en el diseño
completo del sistema reproductor), no valga lo mismo el macho que la hembra, aunque nazcan
igual número de machos que de hembras; de manera que a efectos sexuales sobren machos.
Y claro, si desde la perspectiva de la hembra sobran machos, desde la perspectiva del
macho faltan hembras. A la naturaleza no le ha dado la gana repartir entre el macho y la
hembra al 50% ni la anatomía sexual, ni la fisiología que de ella se deriva, mientras
que sí ha determinado que en números redondos el grupo esté constituido por un 50% de
machos y un 50% de hembras. El que coincidan la proporcionalidad numérica entre machos y
hembras con la desproporción sexual, determina que los machos sean sexualmente
conflictivos por su empeño en gozar todos ellos de hembra, cuando no es esa la cuenta que
se ha echado la naturaleza.
Nuestra civilización ha determinado que sea la pareja la unidad de agrupación
sexual. Es decir que las cuentas están hechas sobre la base un macho -una hembra. Eso a
pesar de que en nuestra escala zoológica esta forma de agrupación no es la norma, sino
en todo caso la excepción. Es evidente que se ha llegado a esta solución salomónica a
través de tortuosos vericuetos y a costa de la hembra. Porque al no ser parejos
sexualmente macho y hembra, al no estar dividido entre ambos el sexo a partes iguales,
como por ejemplo en los hermafroditas, resulta que se produce una igualación forzada en
la que el sexo menos inclinado a la repetición del que llamamos "acto sexual",
queda sometido al que más dispuesto está a él. Y claro, resulta que como para el macho
lo que de entrada llamamos "sexo", (y al acomodarlo al sentir de la mujer
llamamos "amor") empieza y termina ahí, es prácticamente imposible que el
hombre satisfaga la necesidad de amor de la mujer, y que ésta satisfaga la necesidad de
sexo del hombre. Intentan que el punto de encuentro de ambos intereses sea la palabra amor,
pero es tan distinto en cada miembro de la pareja su significado, como distinto es su
sexo. Es decir muchísimo. Y eso se debe a que el amor es consustancial a la forma
de sentir el sexo por parte de la mujer, porque es su especial fisiología sexual la que
hace que su inclinación y su actividad "sexual" sea mucho más difusa, y se
extienda mucho más allá de lo que se extiende la actividad sexual del hombre. La gran disparidad
de la pareja es la que hace tan grandes sus dificultades de funcionamiento.
Hemos de admitir por una parte que ésta es la más brillante de las soluciones que ha
arbitrado nuestra civilización. Pero hemos de reconocer que sigue siendo antinatural. Que
esas no eran las cuentas de la naturaleza; que en el grupo de especies al que
pertenecemos, no está previsto que cada hembra tenga que cargar con un macho. Los grupos
son bastante más amplios, y en ellos lo normal es que sobren buena parte de los machos.
La naturaleza prefiere ir sobrada, y ha determinado que sean machos lo que sobre en todos
los grupos.