Esta palabra la hemos obtenido de la latina lectio (pl. lectiones). Es
evidente que no hemos hecho más que transcribirla; en realidad no ha sufrido evolución.
Cuando se decía la misa en latín, las lecturas de la epístola y del Evangelio iban
precedidas del anuncio: "Lectio epistolae..." y "Lectio sancti
Evangelii..." (Lectura de la carta... Lectura del santo Evangelio. O lección
de la carta... lección del Evangelio...) Es decir que en latín una lección es
una lectura. Más aún, podríamos decir que el formato de la lectio de la
misa, se correspondía con el de una clase, que decimos ahora. Efectivamente, en la
universidad (y estoy comparando la enseñanza para analfabetos que era la de la iglesia,
con la enseñanza superior) se procedía de la misma forma: el magister (que así
solía llamarse) leía un texto de filosofía, de leyes, de medicina... y luego venía el
comentario, que más en la iglesia que en la universidad, tenía forma de diálogo (sermo,
sermonis) en torno al texto. En los sermones de san Agustín, por ejemplo, se refleja
claramente la participación del público en forma colectiva. Otra curiosidad: no fue
hasta siglos más adelante, cuando se llegó al concepto y a la práctica de la lectura
silenciosa. Para leer en soledad antiguamente se necesitaba estar solo, porque sólo
sabían leer en voz alta. De hecho, al leer en voz baja o sin voz se le llama "leer
para uno mismo", porque lo normal era leer para otros, es decir leer para ser oído.
He ahí uno de los graves problemas actuales de la enseñanza de la lectura. El que lee en
voz alta, lee para ser entendido, y por tanto él mismo ha de entender. Quien no consigue
que le entiendan los que le escuchan, es porque él mismo no ha conseguido entender lo que
lee.
Es sorprendente cómo se ha mantenido el concepto de lección con el valor de
lectura a lo largo de los siglos, y cómo sigue subyaciendo este concepto en lo que los
libros denominan "lecciones". Pero con una variante: el elemento principal, que
era la lectura, y la que da nombre a la "lección", queda para el alumno,
mientras el profesor desarrolla en la escuela el segundo elemento, que es el comentario.
En la escuela el profesor no suele utilizar la materia prima, que es la lectura de los
textos con los que tendrá que trabajar el alumno por su cuenta. La idea de partir de
textos "sagrados" en los que se basa todo lo que luego haya que decir y
especular, es un hallazgo metodológico que no se ha superado. La idea, incluso, de que es
bueno memorizar los textos que dan lugar a las exégesis y comentarios, es de lo más
saludable. La memorización se convierte en una estupidez de mucha envergadura cuando en
vez de memorizar textos autorizados, lo que podríamos llamar el caudal de
"citas" para arrancar de ellas el comentario, se memorizan comentarios. ¿Qué
mejor, si hay que hacer un comentario de un texto literario o de de un texto legal,
pongamos por caso, que saberse de memoria el texto a comentar? Esa tendría que ser la
materia prima y el eje de una lección. Pero las "lecciones" no suelen
construirse sobre la lectura, sino sobre un digesto en el que están diluidos los
contenidos de la lectura, es decir de la lección, con lo que hemos ido a parar a la
construcción de lecciones sin lectura. En clase y fuera de clase.