Vamos a ver si centramos el significado de esta palabra. Deriva del latín domus,
que a su vez es el dominio del dóminus (el señor); pero se nos ha empequeñecido
la domus y con ella el concepto de animal doméstico. Hemos olvidado ya que habitar
es por encima de todo poseer, y que las primeras construcciones humanas se hicieron
no tanto para guarecerse, como para guardar las posesiones, para encerrar. Desde los
establos hasta los harenes, la mayor parte de la casa original se construyó para guardar
las propiedades, y una pequeña parte para habitar el dueño. Si examinamos una casa
dedicada a la agricultura y la ganadería, vemos que casi toda ella está destinada en
conjunto a contener los bienes agrícolas y ganaderos, así como los medios de producción
de los mismos. Entre los bienes más preciados que en ella se guardan, están los animales
de que se alimenta el hombre y los animales de trabajo. Y no olvidemos que desde siempre
el más eficaz animal de trabajo, y por tanto el más valioso, ha sido el propio hombre.
Pasémonos a la esclavitud si queremos verlo sin sombras y sin matizaciones. Es un fraude
metodológico que basándonos en la univocidad del amo y del esclavo, agrupados ambos en
la especie hombre, lleguemos a la conclusión de que en la relación de producción y
dominio son lo mismo. Se parecen tanto como el toro y el buey.
Todo es cuestión de definir correctamente, de poner las fronteras donde realmente
están. Cuando hablamos de animales domésticos nos estamos refiriendo a los que presentan
estas características: primera, que el hombre se ha adueñado de ellos; segunda, que los
ha sacado del estado salvaje y libre en que estaban; tercera, que los tiene para
explotarlos a cada uno según sus posibilidades, y cuarta que su conducta y su forma de
vida está supeditada al gran objetivo de su vida que es la producción, el trabajo. Todos
estos animales han pasado a formar parte de la domus (por encima de la cual está
el dóminus), de ahí que se les llame animales domésticos. Y como que
cuando se trata de hablar de nosotros mismos el lenguaje está en la más absoluta
indigencia, pues he ahí que hablamos a bulto. Y así de mal nos entendemos. Sólo con que
al hablar de hombre distinguiésemos entre hombre-señor y hombre-esclavo, se vería todo
de otro color (del color real). El hombre-señor nos quedaría en una parte de la reja, y
el hombre-esclavo en la otra, junto con las ovejas y las vacas y las cabras y los conejos
y las gallinas, y los cerdos, y los caballos, y los elefantes, y los asnos, y los bueyes,
y los perros, y los gatos, y los cocodrilos de granja, y los avestruces de granja, y las
ranas toro de granja, y los peces de piscifactoría... junto con las demás especies
cultivadas y cautivas, que no pueden hacer lo que les piden sus instintos porque tienen
que trabajar y producir para su amo. El hombre-señor es el dueño de la domus, es
el domesticador, y el hombre-esclavo el domesticado, junto con los demás animales de
consumo y de trabajo. En situación de privilegio, ciertamente, porque antes ocupó el
lugar de las vacas y de las ovejas y de las cabras, y ahora solamente los que están en el
fondo de la especie, ocupan el lugar del buey y del caballo, y del camello; y aún
continúa el progreso humano.