PORNOGRAFÍA
Hay palabras bien construidas; ésta es una de ellas. Y en la medida en que no es fiel
a la realidad, los hablantes la corrigen reduciéndola a porno. Lo primero que hay
que tener presente a la hora de analizar este término, es que pertenece no al sexo, sino
al mercado del sexo, que no es lo mismo, ni muchísimo menos. Pornh (pórne) significa, claro está,
prostituta. Pero esta palabra no nos dice nada si no la relacionamos con su realidad
última, que es el hecho de venderse el sexo. Ya en griego la relación entre sexo y
comercio del mismo, es inseparable. Pornh viene de pernhmi, que
significa exportar, vender; el
negocio de la prostitución se organizó en sus comienzos con esclavas. La diferencia
entre las meretrices y las mujeres legítimas o las concubinas, era que mientras éstas
estaban tan sólo en régimen de servidumbre (es decir el señor se servía de ellas en
tanto en cuanto las necesitaba para su propio servicio), las pornai
(pornai) estaban en régimen de explotación, igual que
los esclavos de las explotaciones agrícolas y fabriles, y las utilizaban para obtener de
ellas rendimiento económico. Es lógico que en paralelo al régimen de dominación o
servidumbre sexual en el matrimonio, que se fue suavizando cada vez más, y se hizo por
tanto cada vez más tolerable (todavía hoy el mosaico de esta situación es bastante
variado según las culturas), se desarrollase también la explotación laboral del sexo:
por cuenta ajena y por cuenta propia, como los demás trabajos. A esta actividad acabó
llamándosela prostitución.
El segundo elemento de pornografía también tiene su buena razón de ser. Grajia (grafía) es una palabra que tiene
carta de naturaleza en nuestra lengua. Significa escritura, grabación, impresión. Se
trata, en este caso, de estimular mediante los impresos, la demanda de los servicios
especiales de las que hoy se llaman "trabajadoras sexuales" o "vendedoras
sexuales" (¡toma eufemismo! Como el crecimiento negativo). Y ojo al parche, que
aquí hay materia sociológica de ayer y de hoy. Resulta que tanto ayer como hoy los
principales clientes de los negocios de prostitución son hombres casados. Antes se
entendía perfectamente, porque las buenas costumbres exigían que la mujer legítima
tuviera un comportamiento sexual honesto (y consiguientemente, aburrido). El lugar donde
ir a buscar sexo fuerte, apasionado, etc. eran los prostíbulos. Y los hombres casados
acudían a ellos con la misma regularidad con que iban a misa. La promoción estaba a
cargo del teatro de revista por una parte (picante pero nada más; luego entraría el cine
a echar una mano), y de la pornografía por otra (muy inocentona, para lo que hoy se ve).
Y el negocio funcionaba honorablemente. En casa se tenía un tipo de sexo (el de
subsistencia) y en la calle el de gourmet. Pero claro, al liberalizarse el sexo y
ofertar las mujeres en casa también los sibaritismos que les ofrecían en la calle las
profesionales, pareció que se iba a hundir el negocio de la prostitución. Pues no. A la
hora de la verdad resulta que la profesionalidad es la profesionalidad, y que el marketing
es el marketing, pieza clave del cual es la pornografía. Igual que te
convencen los publicistas de que tu coche ya no está a tu altura y has de cambiarlo te
convencen de que no tienes el sexo con el que puedes, y que has de ir por más.
Mariano
Arnal
Copyrigth EL
ALMANAQUE todos los derechos reservados.
|