En otros tiempos se les llamó lectores, y su oficio fundamental era el de leer.
Un texto es como una partitura. No es lo mismo que la dirija un director u otro, ni que la
ejecute una orquesta u otra. La partitura es la misma, y sin embargo no suena igual. Algo
parecido debió ocurrir con los lectores. La iglesia resolvió la cuestión
sometiendo las lecturas a una música. Sólo podía variar entre un lector y otro la
calidad de la ejecución, pero no la entonación. En cambio en la universidad cabían
grandes diferencias entre un lector y otro. Y es probable que la primera parte de la lección,
que era precisamente eso, la lectura, revistiese un carácter muy solemne y fuese
la parte más importante de la clase. Es obvio que así fuese, puesto que los alumnos no
tenían acceso a los libros. Un libro podía ser tanto o más caro que un coche. Costaba
muchas horas de trabajo cualificado. A partir de Guttemberg cambió el panorama.
Paulatinamente los lectores fueron obviando la lectura, que dejaron para que la
hiciese el alumno por su cuenta (así ¡ganaban un tiempo precioso!, que dedicaban a
hablar, pro fateri ); de este modo hicieron el gran salto de lectores
(oficio que dejaron para los estudiantes) a profesores (habladores, explicadores,
comentadores...)
Hoy que está de moda hablar de múltiples lecturas de un mismo texto se puede entender
la trascendencia de la lectura y las diferencias entre lectores y lectores. Seguro que
diferentes lectores, sólo mediante la lectura, daban lugar a distintas comprensiones.
Bastaba que uno enfatizase unas frases y otro otras; que la palabra que uno resaltaba por
considerarla clave, otro la pasase de corrido; que uno colocase los silencios precediendo
o siguiendo a una frase, y otro utilizase este recurso con otra frase. Realmente, lo que
llamaban antes la lectio, tenía que ser muy personal, muy característica
de cada lector. Seguro que habría lectores que con sola la lectura serían capaces
de encaminar la comprensión de los oyentes sin apenas comentarios. Porque no era mejor
lector el que más extensos comentarios hacía, sino el que con menos comentarios hacía
comprensibles los textos. Fue un gran oficio el de lector, del que sólo nos queda
el nombre como recuerdo. Fue una de las órdenes menores previas al presbiterado; se
practicó la lectura en los monasterios en los oficios llamados ordinarios; y se cultivó
también en el refectorio durante las comidas.
Además del lector existía el orador. Se estudiaba oratoria, llamada también
por su nombre griego (retórica). Oratio (pl. orationes) se llamaban los
discursos. La figura del profesor, que ni era lector ni era orador, fue ya un
producto de la decadencia académica. Claro que el lenguaje escrito tiene una elaboración
distinta del lenguaje hablado. Es más conciso, está construido con más rigor, y obliga
a un mayor esfuerzo mental que el lenguaje hablado. Los antiguos lectores tenían la
deferencia de facilitar la lectura a los alumnoscon algunos comentarios; pero los
profesores se saltan la lectura; van directos al comentario, con lo que al alumno le toca
enfrentarse él solo al texto escrito, sin entrenamiento previo.