DIMITTE NOBIS DÉBITA NOSTRA...

¿Perdónanos nuestros débitos? El episcopado español ha acabado cambiando la traducción del Padrenuestro. Antes se decía "perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores"; pero sometidos como estamos a un férreo régimen financiero y fiscal en el que es inimaginable y por tanto impracticable el perdón de las deudas, los obispos han entendido que es absurdo seguir poniendo a Dios en la cúspide de un sistema ideal de perdón de las deudas, del que cada uno de los fieles seríamos la base. Así que nada; ya no hay perdón de las deudas, sino de las ofensas. Se cambia la palabra y todo resuelto. Pero en cuanto al débito conyugal, los obispos no han dicho ni mu. De momento la palabra sigue sin cambiarse; ni siquiera ha sido traducida a deuda, como en el Padrenuestro, para no quebrar algo tan frágil y volátil como es el contrato matrimonial. Mejor que siga en latín y apenas se entienda, y que cada dos se arreglen como Dios les dé a entender. Es que los tiempos cambian que es una barbaridad: pero en medio del torbellino de cambios y revoluciones, las deudas fiscales y financieras se mantienen inamovibles, consolidando la fortaleza del sistema estatal, la vinculación de cada uno al banco y al Estado; eso respecto a las deudas con el nuevo sistema de dominación. No ocurre lo mismo, en cambio, con las deudas mutuas en las que se sostiene la familia, condenada ya a la decadencia y a la extinción. Por empezar ni siquiera tiene el reconocimiento de deuda, de obligación. Mantiene su nombre arcaico, como corresponde a una institución arcaica, que hay que someter a modernización. Es un sofisma, claro que es un sofisma que el débito conyugal es de ida y vuelta, porque para una vez que va de ida, mil que va de vuelta. Es perfecto y equilibradísimo como concepto jurídico, pero tremendamente cojo como principio práctico: qué más quisieran la inmensa mayoría de los maridos y de los amantes, que sus mujeres les exigieran asiduamente el débito conyugal. Pero la cosa no va así, sino que son los hombres los que van detrás de las mujeres acosándolas, agobiándolas y haciendo méritos, y conjurando jaquecas y otras plagas para que les retribuyan con el débito conyugal. Y no son las mujeres, sino los hombres, quienes a causa del síndrome de abstinencia, del mono sexual, son tentados por Satanás y cometen toda clase de crímenes y de abusos contra la libertad sexual de mujeres y niñas y niños (la proporción, por establecer alguna, puede ser de un delito sexual cometido por mujeres, por cada diez mil delitos sexuales cometidos por hombres; y del mismo modo la proporción entre mujeres que compran sexo y hombres que compran sexo, por establecer un parámetro a bulto, la podemos fijar en una mujer por cada diez mil hombres. Si no bastase este parámetro, aún uno más, menos fiable, porque no se puede controlar por estadísticas sintomáticas, sino por confesión, y ahí engaña cada uno lo que puede: la masturbación. Cada uno y cada una se sabrá sus cifras, pero con toda seguridad es mucho mayor la de los hombres que la de las mujeres. Por poner un referente: es frecuentísimo ver en el zoo monos masturbándose, pero no se ve ninguna mona ocupada en la misma actividad. Las cosas son como son. Decir por tanto que igual cumple el hombre con la mujer como la mujer con el hombre, no pasa de piadoso e hipócrita eufemismo.

EL ALMANAQUE se ocupa hoy del débito conyugal.

DÉBITO

El concepto del débito conyugal (en latín débitum coniugale) está documentado en la misma Biblia (Corintios 7, versículos 3, 4 y 5): " 3. El marido devuelva el débito a su mujer, y lo mismo la mujer al marido. 4. La mujer no tiene potestad sobre su cuerpo, sino el marido; del mismo modo tampoco el marido tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. 5. No os rechacéis el uno al otro; si acaso lo hiciereis, que sea de mutuo acuerdo y sólo temporalmente, con el fin de quedar libres para la oración; y volved de nuevo a lo mismo, no vaya a ser que os tiente Satanás a causa de vuestra pasión insatisfecha (esta última expresión está en griego bajo el término
akrasia / akrasía, traducido, ya desde la Vulgata, por incontinencia; explicaré próximamente esta palabra).

La palabra que usa el texto griego para el débito es
ojeilh (ofeilé), variante de ojeilhma (oféilema), la misma palabra que se usa en el Padrenuestro donde dice "perdónanos nuestras deudas"; los deudores son los ojeiletai (ofeilétai). El verbo ojellw (ofél.lo) significa deber, estar obligado a pagar una deuda o a cumplir un deber. Está relacionado con ojeloV (ófelos), que significa utilidad, provecho, ganancia, ventaja, interés, lo que abre un horizonte singular a la idea de deuda y por extensión de culpa. Pero éste es tema para otro artículo. La singularidad del término griego es que engloba la deuda y el deber; lo mismo que su traducción latina y española. Lo mismo ocurre en inglés con due: "Let de husband render to his wife her due; but let the wife also do likewise to her husband, dicen las traducciones del texto bíblico. Due tiene toda la apariencia de ser un intensivo, un coactivo de deber; se usa para referirse a deberes o deudas inexcusables, ineludibles e improrrogables. En alemán parece que la cosa es distinta: el débito conyugal no cae bajo la órbita de schuld,la deuda propiamente dicha, sino bajo la de deber, obligación, servicio (pflicht); he de seguir indagando, porque al comprobar una versión en afrikaans, he visto que el término usado en este pasaje es de la familia de schuld.

Débito conyugal -dice la Espasa- es la obligación que en el matrimonio tiene cada uno de los cónyuges de realizar la cópula con el otro cuando éste lo exija o pida. Es obligación jurídica; pero las leyes civiles positivas no la sancionan atendido a que no puede penetrarse en el sagrado de la familia y a que del empleo de la coacción pudieran derivarse mayores males. La obligación de prestar el débito es consecuencia de los fines del matrimonio y aparece terminantemente mandada por san Pablo: Uxori vir débitum reddat,simíliter autem et uxor viro ("Tribute el varón el débito a su mujer, y de igual modo la mujer al marido" (I ad Corintios 7). Su negativa sin motivo grave , produce pecado mortal. Son causas graves para negar el débito, el grave daño de la prole, el escándalo público, el pedirse en lugar sagrado y otros. Es una piadosa ficción eso de que el débito va de ida y de vuelta. Que tributan igualmente los dos. La verdad pura y simple es que va muchísimo más de ida que de vuelta; Lo frecuente es que el hombre está más dispuesto a pagar su parte del débito, que la mujer a cobrarlo. Lo que para una de las partes es débito, para la otra es rédito.

CUÑAS PARA EL DEBATE

1. Si hay que entender el texto bíblico sobre el débito conyugal en el sentido de que el hombre cumplirá con la mujer, y que marcando él la pauta la mujer de la misma manera cumplirá con él; si es así como hay que entenderlo, no ofrece el precepto de san Pablo ningún género de duda. Pero si para que algo sea débito ha de ser reconocido y exigido por la parte acreedora, la cosa ya no está tan clara.   
 

 2. Es que en ningún lugar está escrito cuánto es el débito, ni si es uno solo común y recíproco, o son dos débitos independientes. Si cada uno tiene su propio débito, está claro quién presenta una cuenta más larga. Y si se trata de cuenta conjunta, está claro también que se produce un descenso notable en el movimiento de la cuenta.     

 3. El Derecho canónico determinó que negarse al débito conyugal sin causa grave es pecado mortal. Y he aquí las largas filas de pecadoras haciendo cola en los confesionarios para calibrar el grosor de los pecados de omisión. Los hombres, muy virtuosos ellos, nunca colapsaron los confesionarios por esta causa. El confesor, con sus buenos consejos, ayudaba a apuntalar el matrimonio.    

 4. Tuvo razón la Iglesia en considerar mortal (para el matrimonio, por supuesto) el incumplimiento del débito conyugal. En efecto, ésta ha sido una de las causas de peso en el desmantelamiento de muchos matrimonios. No es que fuese perfecto el sistema, porque no podía serlo; pero con él resistió la institución durante siglos. Al otro gran invento del matrimonio, el amor, le correspondía hacer el resto. Y ya se sabe: el amor lo inventó la mujer, y lo ha aportado a raudales. En cuanto ella retira el amor del matrimonio, éste se derrumba.