MEJOR CELO QUE CELOS Y RECELOS

Estamos ante una palabra polisémica: celo es el elevado interés que se pone en la ejecución de una cosa; celo es el ardor sexual cíclico de los animales (se dice más bien de las hembras), o el tiempo en que éste se produce, y celos (en plural), es el reconcomio que se siente por ver o sospechar o temer que la persona a la que quieres, pone o pueda poner sus ojos y su amor en otra. Es bastante difícil saber cuál de los tres valores es anterior y da origen a los demás. 
Resulta que hemos recibido esta palabra de los griegos (a través del latín) sin ninguna variación ni en la forma ni en el significado. Todos los diccionarios, empezando por los griegos, ponen en primer lugar el de interés, diligencia y entusiasmo en lo que se hace. Es razonable pensar que fuese éste el origen de los otros valores de la palabra. Y en efecto, la literatura da sobradas muestras de que en este sentido se ha usado con la mayor profusión. Tuvo un lugar importante en la religión. Celotes se llamaban ya en griego los judíos que desplegaban una grande y enfervorizada actividad en la defensa de su fe y de su patria.
Zhlo-dothr (tzelodotér), dador de entusiasmo y de celo, era llamado Baco, el dios del vino. Todos los dioses exigían en su servicio celo, llamado también fervor (de hervir, de estar quemado por un fuego interior). Es que al final es ese fuego, es ese quemarse, el vínculo de unión entre las tres categorías del celo. Se supone que un celador es el que pone su celo, su máximo interés al servicio de algo, como si fuese muy suyo. Un oficio al que le da sentido precisamente el celo con que se ejerce. Según el diccionario de María Moliner es "...la persona que tiene a su cargo cuidar de que se comporten debidamente otras en un sitio; por ejemplo los niños en un colegio o los presos en la cárcel". La palabra celo apenas se usa ya en su sentido más primitivo. El empobrecimiento de la lengua ha relegado cada vez más su uso, elevándola a la categoría de cultismo. Nos hemos quedado, por tanto, con el fenómeno fisiológico del celo (esa es la razón por la que se rehuye su uso en otros contextos: para evitar la doble lectura, que por lo demás forma parte inseparable de la palabra) y con los celos. Hay que advertir que celosía no tiene nada que ver ni con los celos ni con el celo, sino con el verbo celar, que significa ocultar. Sin embargo, en el compuesto recelar, cuyo significado tendría que ser "esmerarse en ocultar", el significado se ha pasado del campo de celar al de los celos, viniendo a expresar el "temor de que te estén ocultando algo, de que te estén engañando". Es que además de los significados ya conocidos, recelar tiene el de poner frente a la yegua un caballo para excitarla, y cuando está a punto hacerla montar por un burro garañón. Caballo recelador es el que cumple esta misión. Es posible que el temor a ser engañado, que forma parte del significado de recelar, tenga también algo que ver con esta forma de engañar a las yeguas. He ahí como una misma palabra hace un recorrido desde lo más animal hasta lo divino, recalando en lo más humano, que es el engaño y el temor a ser engañado, que constituyen la esencia tanto de los celos como del recelo.

EL ALMANAQUE sigue su aproximación a la naturaleza animal de nuestra especie echando un vistazo al interesante misterio del celo, del que desafortunadamente somos bien ajenos.

CELO

Parece que desde sus orígenes se expresa con esta palabra la diligencia, interés y apremio con que se actúa. Es natural que el apremio sexual se haya alzado con el monopolio de esta palabra, relegando casi al olvido su significado genérico. En efecto, difícilmente daremos con algo que apremie a cualquier animal con mayor fuerza que la ejercida por el apremio sexual, sobre todo cuando por ser cíclico (no continuo) se concentra en determinadas épocas. Está a nuestro alcance observar el celo de la gata doméstica. Es un verdadero sufrimiento para el animal atravesar la época de celo sin poder satisfacer su instinto. Sus gemidos, que bien parecen de persona, y sus gestos, su inquietud, su restregarse por todas partes, la alteración de su conducta, nos dan una idea de la fuerza con que se siente apremiada. Y no basta que haya superado la época del celo para verse libre del ardor que la atormenta. Hasta que no quede embarazada, volverá a la misma situación una y otra vez, con intervalos muy breves de descanso. Su inquietud no se calma hasta que inicia una maternidad, o hasta que recibe la inyección ad hoc o hasta que finalmente se la saca de penas operándola.

ZhloV (tzélos) y zhlh (tzéle) son las dos palabras griegas en que se originan el nombre y el concepto de celo en todas sus acepciones. Zhlh es el rival (aquí se explicarían satisfactoriamente los significados de celos, envidia, rivalidad); zhloV (tzélos) es la premura, la urgencia, el ardor, la emulación, los celos, la envidia... toda la gama de significados que mantiene actualmente esta palabra.

Característica del celo es que se refiere en especial a la hembra, que es el reloj de la especie, y la que marca por tanto los tiempos y los ritmos. La época del celo es determinada por los cambios cíclicos en el organismo de la hembra, en armonía con el clima y las disponibilidades alimentarias, de manera que el nacimiento de las crías coincide siempre con las épocas más propicias para su alimentación y desarrollo. Esa es la previsión de la naturaleza, y también que la actividad sexual del macho constituya una respuesta al estímulo a la copulación que nace de la hembra. Por supuesto que cuando están sometidos a cautividad, en la que tanto la temperatura como la alimentación escapan a los ritmos naturales, también el celo sufre alteraciones, dándose en general con mayor frecuencia y por tanto con menor intensidad que bajo el control de la naturaleza. La cautividad altera muy seriamente la conducta sexual y su fisiología. No sería nada extraño que la causa de que en nuestra especie se haya desdibujado tanto el papel de inductora de la hembra (lo es en una mínima proporción de la total actividad sexual), fuesen las condiciones de cautividad en que vivimos.

Frente al despliegue de todo tipo de señales tanto químicas, como cromáticas como acústicas de que se vale la naturaleza para solemnizar la atracción de los sexos cuando llega la época del celo, la especie humana se ha instalado en el celo fijo, al que la naturaleza se niega a colaborar.

CUÑAS PARA EL DEBATE

1. La naturaleza no es la inventora de las relaciones sexuales continuas. No es este, al menos, el prototipo, sino más bien la rarísima excepción. Y hay motivos sobrados para sospechar que la situación de excepcionalidad en que vive el hombre, en esto como en tantas otras cosas, no es obra de la naturaleza, sino fruto de turbias maniobras.    
 

2. Resulta que la naturaleza ha previsto que salvo raras excepciones sea siempre el organismo de la hembra el que marque las calendas, porque ella es el reloj de la especie. No hay ningún indicio de que la especie humana sea en esto la excepción. Mala pinta tiene que en el noventaymuchos por ciento, la relación sexual tenga como único objeto satisfacer al macho.    
 

3. Basta echar un vistazo a la forma de relación sexual entre el macho y la hembra humanos para entender que es totalmente atípica. Si tenemos en cuenta que la conducta es evolutiva, igual que la vida, está claro que nuestras actuales formas de relación sexual proceden de la esclavitud y de la servidumbre sexual.    
 

4. Si en la sexualidad femenina hubo algo parecido al celo, al deseo sexual cíclico, la durísima cautividad, la servidumbre, la selección genética y muchos otros factores, pudieron deteriorar hasta prácticamente borrarlo, cualquier rastro de funcionamiento análogo al de la mayoría de los animales de nuestro mismo grupo zoológico.

HUMOR

Las leyes de la convivencia (I).

Tras la mudanza, las labores domésticas

1.Esfuérzate en, al menos, manchar lo menos posible y en ser algo ordenado los primeros meses de vida en pareja para que vea el esfuerzo y no huya en estampida.

2.Declárate un inútil convencido. Destiñe un par de camisas de ella y no volverás a poner una lavadora, lava los platos con gel de ducha y el parqué con la fregona llena de lejía (un suelo blanco la convencerá de tu inutilidad).

3.Utiliza las bayetas de la cocina en el baño. Nunca más limpiarás éste último.

4.Si alguna vez no tienes más remedio que coger la plancha o lavar los cacharros (por enfermedad o algo parecido, no seamos crueles), deja restos de comida en los mismos y arrugas en la ropa. No admitas elogios a la labor realizada o serás la nueva planchadora oficial.

5.Y recuerda que, si cedes una, una sola vez, estás perdido. Nunca podrás recuperar el estado inicial.

La primera bronca

6.Déjalas hablar. Ante todo que se desahoguen. Si las interrumpes te puedes llevar un mordisco.

7.Ignorarlas las saca de quicio, ponla a prueba.

8.Bajo ningún concepto cedas ante la idea de que eres un vago. Se firme y refuérzate en el hecho de que tú pones todo lo que puedes de tu parte, que haces las labores más pesadas y, si no surte efecto, prueba a sugerir un cambio de papeles. Nunca aceptarán el cambio.

9.Abandérate y hazte fuerte en el convencimiento de que estás poniendo todo de tu parte para que la convivencia funcione, aunque no sea así, la seguridad en ti mismo es fundamental para el combate ideológico.

10.Nunca reclames ante suciedad acumulada o trabajo sin hacer como respuesta a una bronca, saldrás perdiendo. Relájate y prepárate para la descarga, no le des importancia y nunca admitas que eras consciente de ello.