PREGONES DE SEMANA SANTA EN SEVILLA


Joaquín Caro Romero  Sevilla 9 de Abril de 2000

 

 

 

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EXCELENTÍSIMO Y REVERENDÍSIMO SEÑOR ARZOBISPO, EXCELENTÍSIMO SEÑOR ALCALDE, ILUSTRÍSIMO SEÑOR PRESIDENTE Y JUNTA SUPERIOR DEL CONSEJO GENERAL DE HERMANDADES Y COFRADÍAS, EXCELENTÍSIMOS E ILUSTRÍSIMOS SEÑORES, SEÑORAS Y SEÑORES, HERMANOS COFRADES DE SEVILLA

TAL día como hoy ella nació. Yo no estuve presente en su alumbramiento. Pero empecé a nacer con ella. Nací con ella porque llevo su sangre. Y la sangre de un cofrade de Sevilla sólo se puede dar cuando se recibe, para luego transfundirla en la propagación de la fe, y así sucesivamente en la noria del tiempo.

Tal día como hoy -ni antes ni después- nació con ella este Pregón, en una casita que ya no existe situada al abrigo de la parroquia de San Gil, donde se estrecha la calle Escoberos como queriendo abrazar todavía el recuerdo de la recién nacida, pronto bautizada a la luz de la vecina Madreperla. Le pusieron el nombre de la Patrona de Sevilla, Reyes. Llegó a ser una mujer guapa, alta y morena, que fue envejeciendo, deber y ley, para luego -milagro- desandar lo andado, hacerse principio en cada primavera penitente, hacerse joven en mis venas, hacerse muchacha en mi memoria, hacerse niña en mi corazón, como otro día se hará sueño conmigo cuando yo no la piense, porque volveré a estar a su lado en un reencuentro feliz de espíritu y materia.

Nació el 9 de abril de 1909. Hoy hubiera cumplido noventa y un años. Una fecha, un aniversario, los de hoy, que, fijados por la Providencia Divina, me ofrecen el convencimiento de que no ha llegado tarde a este atril. La madre de un cofrade de Sevilla es más que un recuerdo, es una permanencia nutricia y no puede estar ausente en las penas y las alegrías de su hijo. Y es tan honda la identificación entre la madre del cielo y la de la tierra que ni una ni otra pueden mejorarse, y en el verbo del pregonero la madre del cielo y la de la tierra se hacen carne y reconocimiento de amor en un intemporal retorno de intensísimas vivencias que se vuelven indivisibles en la unidad del espíritu. Y lo expreso retomando la voz de mi juventud:

Igual que ayer permanece.

Sale poco de su casa.

Mas cuando sale traspasa

la muralla y la florece.

Tan adornada, parece

una novia en el balcón.

Su cara y sus manos son

del pueblo los aledaños.

Siempre alivia desengaños

esta moza de San Gil,

que dicen que por abril

cumple diecinueve años.

Y Jesús, su Hijo, dos mil años. Si "en el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental", como ha dicho Juan Pablo II, hay que retomar la idea básica de que el tiempo es sagrado: "los dos mil años del nacimiento de Cristo -prescindiendo de la exactitud del cálculo cronológico- representan un jubileo extraordinariamente grande no sólo para los cristianos, sino indirectamente para toda la humanidad, dado el papel primordial que el cristianismo ha jugado en estos dos milenios". Que en este gran jubileo -el primero en la historia de la Iglesia que coincide con un cambio de milenio- "la humilde muchacha de Nazaret, que hace dos mil años ofreció al mundo el Verbo encarnado, oriente hoy a la humanidad hacia Aquel que es la luz verdadera, aquella que ilumina a todo hombre". Aquel que es el Mesías y el Jubileo y que en la sinagoga nazarena leyó un pasaje de Isaías donde se anuncia que viene "a pregonar año de gracia de Yahvé".

¿CUÁL es la misión de nuestras Hermandades en el tercer milenio? Todo se resume en una palabra: evangelizar, que "es la primera vocación y misión de la Iglesia". Lo ha dicho muy recientemente el Santo Padre, propulsor del apostolado seglar, que ha pedido que la Iglesia se abra más a los seglares. Por eso nuestras Hermandades deben seguir fomentando la vocación evangelizadora de la Iglesia como algo propio de su carisma, tal y como refleja la doctrina y el espíritu del Concilio Vaticano II. El cofrade debe redefinir su papel extendiendo "la mirada de la fe sobre los horizontes de la nueva evangelización" y tomando conciencia de la necesidad por involucrarse en las diferentes pastorales que ofrece la Iglesia como cauce para la transmisión del Evangelio. Y hay que llevar adelante todo esto sin desatender, naturalmente, la responsabilidad que le impone al cofrade el mantenimiento, el desarrollo y el traspaso de un tesoro de tradiciones, que son el mejor legado de su fe.

Expreso mi público reconocimiento y afecto, que no son otros que los del Senado y el Pueblo Hispalense, a dos hombres que sin haber visto la primera luz a la sombra de la Giralda han consagrado aquí sus vidas al servicio de Dios y de las cosas de Dios. Uno ha conducido a la Iglesia de Sevilla al año 2000 y al tercer milenio y otro ha llevado al órgano superior de nuestras Hermandades y Cofradías hasta tan significativas fechas jubilares: Fray Carlos Amigo Vallejo y don Antonio Ríos Ramos.

CUANDO el próximo Domingo la Puerta de San Miguel se abra a la Cruz de Guía de la primera Hermandad que hace su estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral será como la versión sevillana de la apertura de las Puertas de San Pedro, San Pablo Extramuros, San Juan de Letrán y Santa María la Mayor, en un júbilo de túnicas blancas y cruces santiaguistas en los antifaces. La Entrada de Jesús en Jerusalén dará cumplimiento a la Escritura. La fe en el Salvador no puede sustituirse por otros valores como la paz, la concordia o el espíritu solidario, que no son otra cosa que la consecuencia de la misma fe y del amor al Hijo del Carpintero. Y la Catedral, "signo visible de la Iglesia, será el verdadero santuario de este año jubilar", en el que hay que estar "atentos a lo que Dios quiere decirnos" para reconciliarse con Él, como nos ha enseñado nuestro arzobispo Fray Carlos, porque en este bimilenario del nacimiento de Cristo la palabra reconciliación mantiene el mismo significado que conserva en el primer Evangelio, que nos trasmite: "Si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda".

Pero antes del Domingo, el Viernes de Dolores y el Sábado de Pasión, por Omnium Sanctorum y Torreblanca, las Hermandades del Carmen Doloroso y del Cautivo nos pondrán el alma de rodillas en un preámbulo de densidades pasionistas y jubilares.

EN la Semana Santa del año 2000, la gracia del jubileo caerá sobre los cofrades de Sevilla y fertilizará sus corazones. Cuando la ciudad metropoliza sus dimensiones y descarga sus habitantes en una periferia hostil y deshumanizada, las Hermandades y Cofradías son la única conexión de las señas de identidad de muchos sevillanos.

Cada calle de Sevilla es como una arteria de Jerusalén, como un afluente del Jordán, como un depósito del lago Tiberíades, como un risco del Tabor o una prolongación de Emaús. Cada libro de Reglas es como un apéndice del Evangelio. El Evangelio se explica en cada paso de Misterio, en cada Crucificado y en cada Dolorosa. El apostolado lo pone Sevilla. Por eso cada barrio tiene en sus Hermandades y Cofradías la manufactura fragmentada del cuerpo místico de la Pasión que pone en la calle cada primavera.

Las circunstancias jubilares hacen del 2000 "un año intensamente eucarístico". Por eso el papel de las Hermandades que suman a su condición de penitencia el de sacramental es más relevante, pero sin diferenciaciones en el conjunto.

En la iglesia de Los Terceros el misterio eucarístico se hace cuerpo y sangre de Cristo en la encarnadura del divino Anfitrión y del Ungido de la Humildad y Paciencia. ¿Y María? ¿Dónde estaba la Virgen del Subterráneo cuando la Última Cena Pascual?

¿En dónde estaba María

cuando tomó el Pan el Hijo

y a sus apóstoles dijo:

"Hacedlo en memoria mía"?

Sí, ¿dónde estaba María,

en qué Subterráneo presa?

A todos dio la sorpresa,

que la Madre del Rabbí

estaba presente allí,

comulgando en otra mesa.

Comulgando en otra mesa:

la que Sevilla le ofrece,

Pan que en su crisol se cuece

y de tan puro no pesa.

 

El cáliz de la promesa

va por distintos senderos.

La fe de los costaleros

en sus lágrimas distingo

cuando Ella sale el Domingo

como el Sol de Los Terceros.

 

HERODES y Pilato estaban enemistados, pero se hicieron amigos, dicen, el día que se intercambiaron al Galileo, para no inmiscuirse en sus jurisdicciones respectivas. Una coyuntura que nos demuestra que "la política no es un problema de principios, sino de tacto". El Prisionero dio la callada por respuesta al que Él llamaba "ese zorro". El soberbio paso de la Hermandad de la Amargura recoge esta estampa que estremece y maravilla en un itinerario penitencial que en el Convento de la Compañía de Hermanas de la Cruz -donde su bendita titular, Sor Ángela, descansa en urna de cristal como Bella Durmiente- encuentra su atrio de humildad, caridad, pobreza y penitencia, en una fusión devotísima y coloquial entre el velo blanco de las novicias y el blanco de las túnicas nazarenas bajo la mirada maternal de la primera Dolorosa Coronada de Sevilla, en la que un cedro del paraíso se hizo carisma y carne inmortal en la memoria de las bienaventuranzas, como "el jazmín que aroma en tu camino", que plantó Adriano del Valle, y la dama de noche en una puerta del templo ofrecen otra corona para su corona, con leyendas palmáceas e historias palmarias.

Herodes tiene un palacio,

pero Tú tienes un cielo

donde se funde sin duelo

la cera con el topacio.

La tarde se va despacio

dejando la plaza en calma.

Ten, Amargura, mi alma,

que al repetirse la historia

no sé si estoy en la gloria

o si en San Juan de la Palma.

 

 


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ESE tiempo amarillo de las fotografías resucita con el Dios azul de cada primavera entre cigüeñas, naranjos, palmeras, espadañas, veletas y torres. Los naranjos de la calle de Doña María Coronel; las palmeras y los cipreses del palacio de las Dueñas; las espadañas de la Paz, Espíritu Santo, Santa Inés, San Juan de la Palma, Montesión, Los Terceros, Santa Paula, Santa Isabel...; las torres de San Pedro, Santa Catalina, San Román, San Marcos...

Me siguen impresionando, igual que en el lejano Viernes Santo primero que la escuché, la doble campanilla que hace sonar el muñidor enlutado de la Hermandad de la Sagrada Mortaja, los dieciocho ciriales y el conmovedor Misterio de Jesús Descendido de la Cruz y de su bellísima Madre de la Piedad, cuando Sevilla, ante el porte de esta Cofradía, parece más exangüe que nunca en la tremenda tiniebla que nos acongoja al ver pasar al Redentor muerto en el escalofrío silente de las horas martirizadas.

Transcurrieron los años y el drama del Calvario creció con la Hermandad de los Servitas, que contribuyó a llenar el Sábado Santo con una descorazonada Dolorosa a la intemperie que, con el providencial fruto de sus entrañas inánime -o, mejor, dormido- en el regazo, multiplica su dolor por siete. Pronto se quedaría la Virgen tan sola que los hermanos servitas tuvieron que buscar otra y llamarla Soledad, no para distinguirla por el nombre, sino para extender el amor que no cabe en el pecho cuando es la Madre de Dios quien lo despierta. Dolores, Soledad y Esperanza, por ejemplo, no son nombres registrados con exclusividad en el censo de nuestras devociones, sino advocaciones muy desdobladas que expresan la fe que nos une en medio de la tempestad o la bonanza.

¿Qué son las Hermandades y Cofradías sino la propia razón de la existencia del cofrade? Las Hermandades vienen a ser en muchos casos la prolongación del hogar de sus hermanos, si no su hogar mismo. Lo fue de sus antepasados y lo será de sus descendientes. Por eso un buen cofrade espera y sueña que en la otra vida escogería como premio seguir recreándose en todo lo que quiso y dejó atrás en la tierra. Una elección muy clara, porque cada cofrade sabe lo que quiere.

Si es de San Julián, querría encontrarse -o se habrá encontrado ya- con la Dolorosa de la Hiniesta, la actual o las dos que se llevaron las llamas, de la que dependa su amor y su recuerdo; y reconociendo al que miró tantas veces bajo la fiebre de su antifaz azul dirá, como María Magdalena: "He visto al Señor".

Si es de San Roque, sabe que mientras hay vida hay esperanza, y más en este especial "año de gracia del Señor", con la Gracia de la Medianera Universal de todas las gracias y Madre de Jesús de las Penas por medio para superar infortunios y alzarse de las brasas penitenciales a la plenitud sacramental. Gracia y eucaristía, Gracia y Esperanza en el auge vital de una corporación que ya se asoma al esplendor de su centenario.

Va a cumplir cien la Hermandad

y entre Carmona y Osario

lo pregona el campanario

con lengua de alacridad.

Cien por uno es cantidad

que tan sólo el cielo ofrece.

Va a cumplir cien y parece

que la Niña de San Roque

sin que el tiempo la retoque

se ha mantenido en sus trece.

Si el cofrade es de la Redención en el Beso de Judas, del Prendimiento o de la Sagrada Cena, cabe recordar al poeta clásico, al autor de "Política de Dios y gobierno de Cristo", don Francisco de Quevedo, que veía en el discípulo traidor a un despensero, un ministro de hacienda, un arbitrista:

"Fue Judas gran ministro, no ratero;

las migajas dejó, porque atendía

a embolsarse su dueño todo entero".

Pero de traiciones e injurias nos olvidamos ante la belleza macarenizada de Rocío o al acordarnos de Paz, que lleva el porvenir del género humano en el plateado ramo de olivo de su mano izquierda, como Regla lleva una espiga, que cambiará el Sábado en San Lorenzo por los clavos y la corona de espinas, que es "la corona de la verdadera nobleza", al decir de Thomas Carlyle.

La Línea del fervor se hace Tiro sin distancia en el Líbano de Santa Genoveva; y austeridad en la Vera Cruz, aterciopelada en el manto sin resquicio al consuelo de María de las Tristezas; y Penas sobre Dolores y Dolores sobre Penas en la Hermandad de San Vicente, soñando con los naranjos de su feligresía; y un Museo itinerante de la piedad al aire libre del Lunes, donde el neobarroco y el neoplateresco se hacen salmo en las bellas artes y en la liturgia dramatizada del sobrecogedor Crucificado expirante y en el parterre anegado por las lágrimas de la Jardinera Santísima de las Aguas.

Y el Arenal, el barrio del Arenal, donde tres días de la Semana -Lunes, Miércoles y Viernes- se va a producir un triple milagro cofradiero desde los Postigos del Aceite y del Carbón a la Puerta que se asomaba a la antigua calle de la Mar rumbo a la Cestería.

Yo tengo en el Arenal

tres amores escondidos,

que son la Carretería,

las Aguas y el Baratillo.

Si la Virgen de la Luz

se muere al pie de su Hijo

sin que alcance la escalera

la altura de los martirios,

la del Mayor Dolor deja

todo el aire estremecido

mientras agoniza el Viernes

entre aquellos tres patíbulos

que allá por la Magdalena

dan también escalofrío,

que entre Varflora y San Pablo

se andan los mismos caminos.

Y esto Montserrat lo sabe

con sus ojos afligidos,

con su celestial prestancia

de sello montañesino.

Y lo sabe Guadalupe,

bonita entre lo bonito,

astillero del amor

-¿quién la olvida si la ha visto?-,

madrigal de un mayo eterno,

vecina nueva del río,

adonde la sangre llega

por Aguas de sacrificio

y con un Mayor Dolor

que ninguno ha conocido.

Hoy con Don Miguel Mañara

y antaño con San Jacinto.

Pero desde el Lunes Santo,

en la cuenta atrás de un siglo,

siempre con Juan Carlos Montes,

el del corazón partido

bajo las trabajaderas,

que transmite el heroísmo

de los hombres del costal,

eternizando el prodigio

del que sufre en la madera

y lo da todo por Cristo

y su Madre si hace falta

cambiar la vida de sitio.

Deslumbra una flor torera

en medio del Baratillo,

que mira a la Maestranza

y hace el quite si es preciso.

Es Caridad, Novia y Reina,

que presta boca al suspiro

y con su encanto transfiere

en su pañuelo prendido

todo el misterio y la gracia

que Lope y Florencio unidos

fueron capaces de hallar

en el suelo que ahora piso,

donde el amor se recrea,

y en medio de los olvidos

Piedad y Misericordia

ponen contrapunto al lirio.

Yo tengo en el Arenal

tres amores escondidos,

que son la Carretería,

las Aguas y el Baratillo.

Lunes, Miércoles y Viernes,

porque así Dios lo ha querido,

tres rosales se han abierto

muy cerquita del Postigo.

 

ANTE el recorrido penitencial más largo -el de la Hermandad del Cerro-, se descubre la diafanidad de la distancia, porque es la lejanía la que presta encanto a la contemplación. Contemplación que nos lleva a la teología ante el Cristo de la Buena Muerte, que desde una severa perspectiva que no causa desabrimiento ofrece la más augusta imagen de la serenidad; como el Cristo de las Almas devuelve la fuerza que el alma infunde al cuerpo.

Por Santa Cruz, el Cristo de las Misericordias invita a orar, en el ecumenismo que representa hablar desde la cruz a todos de la misma manera. Dios hecho Hombre en su unicidad. Si María "engendró un Hijo único, nosotros, en cambio, se lo presentamos dividido". De labios no cristianos salió un día una frase en la que podemos reconocernos: "La misericordia es el caudal de los creyentes".

Caudal que se hace llanto del pueblo en Encarnación y oloroso arriate amurallado en Candelaria. Si la belleza es la marca que Dios pone a la virtud, podemos empezar a imaginarnos las virtudes que endulzan el Dulce Nombre de la Rosa de San Lorenzo.

El Martes Santo los sentimientos se le entrecruzan al pregonero en San Esteban:

Uno quisiera llorar

las lágrimas no salen.

Es lo que le pasa a Ella

del Jueves Santo en la tarde,

cuando está en la Magdalena

o se asoma por Velázquez.

Sí, ya sé que Patrocinio

o que Aurora cuando salen

no saben llorar y esconden

el llanto entre los varales.

Pero a la que está a los pies

de la Sangre de su Sangre

en el descenso más trágico

que uno puede imaginarse,

se le han secado las fuentes,

se le han ido los caudales

de las corrientes secretas

que dan a los ríos su cauce.

¿Y por qué lloran los hombres

si no hace falta a los mares?

¿Y por qué llora Jesús

si no es débil ni cobarde?

Lo pregunto en San Esteban

pero ninguno lo sabe,

porque del llanto del Hijo

tiene la respuesta el Padre.

¿En dónde nacen las lágrimas

que no empañan los cristales?

Viendo a Jesús tan callado

sospecho de donde parte

ese llanto tan tranquilo,

tan resignado y suave,

que refresca y humaniza

sus mejillas celestiales.

Y antes que llegara el Viernes,

antes que se hiciera tarde,

Jesús fue a la Magdalena

sin que lo notara nadie,

para no esperar sentado

al Desamparo del Martes.

Y tan sencillo fue todo,

Señor de caña y vinagre,

Señor de ventana y reja,

que nada puede explicarse

sino mirando su cuerpo

con huellas de vendavales,

porque el soberano Cristo

de la Salud y Buen Viaje

le pidió a la Quinta Angustia

un sacrificio muy grande:

que dejara de llorar

y a San Esteban llevarse,

repartidas por su cara,

las lágrimas de su Madre.

 

UNA de las claves hermenéuticas del pontificado de Juan Pablo II ha sido la preparación del gran jubileo, que tiene un "carácter claramente cristológico". Pienso esto porque el Miércoles Santo es un día de gran intensidad cristológica. El Miércoles Santo es la jornada mayor de los Crucificados en cuanto al número. De las ocho Cofradías, seis incorporan a Cristo en la cruz.

La Sed habla por la boca del Crucificado del barrio de Nervión, otro compasivo Rey sin corona, como el perdón se asienta en la primera de las Siete Palabras de Cristo y la muerte se proyecta en la reciedumbre del Cristo del Buen Fin, en la solidez del de Burgos, en la relajación del de San Bernardo, en la distensión del de La Lanzada.

Si con el último suspiro vino a nosotros, al hacerse la voluntad del Padre, su Reino, Santa María de Consolación explica el cielo con sus pupilas celestes, y la franciscana Virgen de la Palma lo acerca en los terciopelos azules de su manto y su palio, y la Madre de Dios de la Palma lo interroga con sus ojos misericordiosos, y Regla pone la excepción, guardándolo en el recato de su mirada que se hace doble cruz de San Andrés en la candelería, encendida con la antorcha que alumbró el rostro del Hijo traicionado en la oscuridad de Getsemaní y propagó el resplandor de su llama hasta la Madre, que parece decir: "¡Luz, mi cruz; cruz, mi luz!".

Si todas las Dolorosas de Sevilla son el refugio del cofrade, hay una que además lo lleva por nombre:

Va por un puente sin río

y es el puente su escabel,

por si se cae un cairel

del dulce Refugio mío.

Va en un paso con trapío,

que reluce tan gallardo,

que es el clavel y no el nardo

quien con puntería artillera

mide la gracia torera

del barrio de San Bernardo.

 

 


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CUANDO decimos eso de que Sevilla en Semana Santa es como una nueva Jerusalén, más que un lugar común, es una certidumbre, porque no hay otro lugar del mapa que recree como Sevilla una realidad histórica y religiosa con tanta aproximación al modelo. Sevilla, cuna de dos emperadores romanos, a la que Cervantes llamaba "Roma triunfante", es, por su pasado y por su forma de ser y de sentir, el escenario perfecto de la Pasión, que vive con inigualable intensidad, día a día y minuto a minuto. El dédalo urbano de nuestras Cofradías y Hermandades, con sus puntos de encuentro y desencuentro, contribuye a enmarcar las procesiones sobre una superficie que ofrece márgenes, perfiles y surcos para la idealización, la sugerencia y el efluvio de un secreto hontanar de raíces donde la contemporaneidad se hermana con los ancestros. Los recorridos penitenciales se desarrollan en su mayor parte en donde estuvo la Sevilla romana: la Sevilla de César y de Augusto, de Tiberio y de Claudio. Julio César fue para la Sevilla romana casi lo que el Rey San Fernando fue para la Sevilla cristiana.

Aquí los papeles más antipáticos los tienen los judíos. A Pilato le tenemos, si no simpatía, algo que se le parece mucho y que termina siendo simpatía. Le podemos dedicar una plaza incluso. Y calles a César, Trajano, Adriano, Teodosio. Y una avenida a Roma. Y una alameda a Hércules. Pero a Caifás, Anás y Herodes no los aceptemos en el callejero, con sacarlos a la calle en la Gran Semana es suficiente.

Todos nuestros pasos, vengan de donde vengan, procesionan por donde la poderosa Roma plantó las águilas que fueron sustituidas por la cruz, por donde el genio romano dejó su cultura, sus foros, sus templos, sus puertas, sus murallas, su circo, su teatro, su anfiteatro, su curia, su basílica, sus termas, sus estatuas... Al pregonero, desde su infancia, siempre le han gustado los pasos de Misterio, y con soldados romanos, más todavía. El pregonero alcanzó a ver a los romanos en su barrio, que eran los de la Hermandad de la Amargura, que escoltaban a los del paso de Herodes. El siglo XIX fue el de la apoteosis. Más de una docena de Hermandades incorporaron romanos a los desfiles procesionales. Pero ahí está, todavía, dándole vida, pulso y gracia a la Sevilla romana, la Centuria macarena, que ha alcanzado tanta perfección y solera que poco se parece a la que retratan los versos de Villalón y que contrasta con la milicia severísima del Santo Entierro. El armao macareno está tan imbuido de su condición de tal que uno de los miembros históricos de la Centuria llegó a decir: "Si yo llego a ser legionario en tiempo de Pilato, no crucifican a Cristo". Sin medir el alcance de sus palabras llega a ponerse al lado de la "brújula mental" de los escritores surrealistas franceses, Roger Caillois, que noveló el proceso de Jesús con un desenlace diferente al real: el reo es liberado y, por consiguiente, no hay cristianismo ni redención. Pero en el tribunal de Gábata pasó otra cosa.

Ya en la antevíspera del Domingo de Ramos, los senatus le dan "aire de Roma" a la ciudad:

La torre de Omnium Sanctorum

está mirando hacia Roma,

y en la calle Anchalaferia

ya hay plumeros que la adornan.

Roma toma posiciones

y Sevilla las remonta,

que por la Paz llega el Carmen

a imponerse a la carcoma.

Lo va diciendo Jesús

Despojado por Varflora;

y a continuación lo dice

el Cristo de la Victoria;

y las Penas de Triana

por San Jacinto y Rioja;

y lo dice la Amargura

con su Silencio en la Europa,

y San Gonzalo al pasar

por la avenida de Coria.

Y Longinos en el Cerro

y en la Lanzada alevosa.

El ultraje en San Esteban

lo va diciendo con mofa.

Y San Benito lo dice

por la Puerta de Carmona,

que el barrio de la Calzada

no tiene miedo a la loba,

ni el águila macarena

teme a la flecha o la honda.

La Bofetá en la Gavidia

echa a volar las alondras,

mientras que los Panaderos

y la Exaltación escoltan

en el Huerto y el Calvario

a la muerte y la derrota.

En el Buen Fin disolvieron

a la cohorte pretoria,

pero no en las Cigarreras,

que acarician lo que tocan,

mientras que dos Esperanzas

ponen su pena barroca

detrás de los condenados

que de noche y día enamoran,

que el Sentenciado, el Caído,

dan alegría redentora

cuando suena la trompeta

de la Centuria gloriosa

y la emoción de Triana

sube del pecho a la boca

con el gozo del Caballo

y el centurión que lo monta.

Y al llegar la Madrugá,

más movimiento de tropa

con los hombres de la berza,

del pescao y de la recova.

Vienen de la Encarnación

y son donantes de rosas.

El agua para Pilato,

la sed para Claudia Prócula.

Todo en el aire lo dice,

que todo está en la memoria,

en el suelo que pisamos

y en la cruz que da su sombra.

Sin saber dónde comienza

Sevilla o acaba Roma.

Pero Sevilla lo explica

de cincuenta y nueve formas,

que es en todas las esquinas

de su pasado la copia.

Sevilla lo expresa así,

de penitente y anónima,

o con penacho de plumas,

coraza, rodela y gola.

Y así propaga su fe

y santifica su historia,

dándole al César lo suyo

y a Dios lo que más importa,

con el cirio en una mano

y el Evangelio en la otra.

 

 


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EL Jueves Santo es un día donde las sagradas imágenes que procesionan -menos dos, el Cristo de la Fundación y el del Descendimiento- tienen los ojos abiertos en una mirada sin retorno. Si el hombre disimula y encubre, Dios ha querido que lo único que no pueda disfrazarse sea la mirada. Y el hombre ve más allá de sí mismo cuando mira los ojos del Cristo de la Exaltación, de Jesús en el Huerto, del Señor de la Columna, del Coronado de Espinas y de los Nazarenos del Valle y Pasión. Seis momentos diferenciados para seis miradas distintas que, como centinelas del sacrificio, nos llevarán al puerto seguro de la vida eterna. Parece que el reloj -igual que las pulsaciones- acelera su marcha y las circunstancias programadas se interponen para hacer imposible la ubicuidad cuando la delicadeza hecha transparencia y latido en los varales del palio del Rosario acaricia la cal de la morada de Sor Ángela y la Cruz de Guía de la Macarena se pone a los pies de la Luna en Resolana.

Llegó la Madrugá y con ella los contrastes de clamor y silencio, de silencio y clamor, en una sincopada alternancia de emociones. En la Campana, por ejemplo, el pueblo de Sevilla va a tener reacciones que sólo pueden explicarse y entenderse desde la sevillanidad y el sevillanismo.

¿Por qué Sevilla se calla,

por qué Sevilla no duerme,

por qué Sevilla esta inerme

y hace de su fe muralla?

¿Por qué Sevilla es vasalla

del Rey de la Cristiandad?

¿Por qué Sevilla es verdad

y lleva a María en su seno?

Porque pasa el Nazareno

que está en San Antonio Abad.

¿Por qué Sevilla enmudece

y es de la Pasión proscenio,

y en el cambio de milenio

con su Cristo permanece?

¿Por qué Sevilla florece

cuando quiere florecer?

¿Por qué quisiera coger

la Cruz con sus propias manos?

Ya lo sabéis, sevillanos:

porque pasa el Gran Poder.

¿Por qué Sevilla es clamor,

por qué Sevilla está en vela,

por qué llora y se consuela

llorando sin el dolor?

¿Por qué Sevilla es amor

y a su palio se encadena?

¿Por qué de gloria se llena

Sevilla cuando Ella avanza?

Porque pasa la Esperanza,

la Esperanza Macarena.

¿Por qué Sevilla regresa

a los clavos y al mutismo,

y deja de ser el mismo

hasta el aire que la besa?

¿Por qué en la Cruz la confiesa

Cristo en su confesonario,

y sin cambiar de escenario

Sevilla muere un momento?

Es porque muere en el viento

con el Cristo del Calvario.

Y otra vez la algarabía,

la convulsión y la fiesta.

La calle se hace floresta

para su floristería.

¿Por qué Sevilla es bahía

si no tiene mar y es llana?

¿Por qué es tartesia, romana,

apostólica y creyente?

Porque pasa por el puente

la Esperanza de Triana.

¿Por qué Sevilla es Salud,

aunque tenga mucha Angustia?

¿Por qué su fe no se mustia

ni se apaga su virtud?

¿Qué estigma de juventud

quedó en San Román, hermanos?

Ay, cofrades sevillanos,

qué gozo de parihuelas

cuando baja por Peñuelas

la Hermandad de los Gitanos.

 

CUANDO la Hermandad de los Gitanos aún no ha llegado a la plaza del Duque, las puertas de San Antonio Abad se cierran en silencio herido tras el palio de la Concepción, un suspiro que no recoge en su boca el oro nuevo del amanecer. Y el pregonero no puede ni quiere quitarse del pensamiento a Quien a esa misma hora va por la esquina de la primitiva calle de los Pergamineros, donde nació el poeta Manuel Machado, el que dijo que Sevilla lo tiene todo, porque el Poderoso Gran Señor que está pasando tan cerca de su casa le ofrece a Sevilla la fe y la caridad. Y Sevilla, ante lo más evidente y lo más arcano, lo lleva con paso racheao, con todo el peso de la humanidad doliente y enferma, desde la espina que le atraviesa hasta el talón gastado por los besos. Es Dios encarnado, hecho hombre como nosotros, con todas nuestras humanas miserias, excepto el pecado. Sólo Él podía inspirar textos antológicos, la mejor literatura de nuestra Semana Santa: Le vemos desde lejos, de costado, estremecida la pujante figura, torcido el paso, pero decidida la andadura. Adelanta con ansia el cuello, que yergue la pesada cabeza atormentada, revuelta en la dura trabazón leñosa, cayéndole el cabello en pesados mechones pegajosos de sudor y sangre. Escoriada la tez, ennegrecida la faz, la lengua y el labio resecos. El pie izquierdo asienta la pisada aferrándose a la tierra, mientras el derecho parece casi alado. Las nervudas manos, como engarfiadas, se agarran al travesaño de la cruz, hasta llevar el mástil en vilo, sin arrastrarlo. Así camina.

Todo se esdrujuliza en la dramática

madrugada del signo más ascético.

Todo se magnetiza en el magnético

paso de un Hombre con la cruz mesiánica.

No hay música, pintura ni gramática

que expresen su equilibrio apologético.

Y por Él se hace todo más patético

en la túnica, el cirio y la dalmática.

El sudor con la espina se enrojece,

y se pone morado y bruno el lienzo,

y la tez se hace tierra y se oscurece.

No, no es el fin, que sólo es el comienzo.

Queda mucho que andar y ya amanece,

Padre Nuestro que estás en San Lorenzo.

 

 


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LOS sevillanos nos movemos más por el tiempo que por el espacio. Rodrigo Caro acostumbraba a decir: "No he navegado en mi vida más que de Sevilla a Triana". Hubo un tiempo, muy lejano, en que las Cofradías trianeras no cruzaban el río. Hacían la estación de penitencia a la Real Parroquia de Señora Santa Ana, la Catedral trianera. Pero está bien que María salga a visitar a prima Isabel una vez al año. Qué inmenso honor. Y la Estrella incomparable, desde su observatorio de amor de San Jacinto, polarización de devociones, se viste de Domingo de Ramos, coge el camino más corto, el más recto, y se planta en Sevilla, que le dice: "Bendita Tú entre las mujeres. (...) Pero ¿cómo es posible que la Madre de mi Señor venga a visitarme?". Y esta salutación de sorpresa, júbilo, entendimiento, cariño y complacencia va a repetirse el Lunes ante la Hermandad de San Gonzalo, donde Triana enriquece su trianerismo, y en la Madrugá esperanzada, y en el Viernes nazareno y expirante.

¿Qué es Triana, un milagro o un regalo?
Allí por donde va deja su huella.
Ilumina las calles con la Estrella
y trae la Salud de San Gonzalo.
Y entre tanta hermosura, un intervalo
para soñar con la Esperanza aquella.
¿Conoce Cristo cuál es la más bella
mientras expira en un sangriento palo?
Dos equilibrios, dos serenidades:
Patrocinio y La O. Y un Nazareno
que desata la fe de los cofrades.
Y un Cachorro que llega a la Campana
y nadie frente a Él se siente ajeno,
que el cielo aquí se explica con Triana.

Desde la óptica figurada se ha conjeturado sobre si el Cachorro muere en Sevilla o en Triana. Pero nadie lo ha visto muerto. Y es que este Cristo no acabará de morirse nunca. Está tan dentro de nuestra vida que seremos nosotros los que traspasemos la última Thule antes que Él, porque el Cachorro, rezagado en una agonía interminable, seguirá interrogando a la niebla letal que se cuela por su ojo derecho, mientras con el izquierdo nos adelanta el preanuncio de la resurrección.

Triana es para el pregonero, aparte de sus Hermandades y Cofradías, el encuentro con el tiempo perdido, sus catorce años, el amor, el paseo en barca, el corral de vecinos, el patio, la cita, la novia, la cucaña, la misa en Santa Ana, el gozo de vivir, en suma.

Sé donde la vida empieza,
no donde la vida acaba.
Los gitanos en la Cava
y Ella en la calle Pureza.
Tres veces Cristo tropieza
al salir de la besana.
Y la dulce Capitana
quiere llevar el madero.
Ay, Señor, ¿por qué la quiero,
si yo no soy de Triana?
Después de cruzar el puente
y visitarla en su casa,
yo no sé lo que me pasa
que me siento diferente.
Si la espada del relente
corta en sueño a la mañana,
mi sangre se hace campana
por su nudo marinero.
Ay, Señor, ¿por qué la quiero,
si yo no soy de Triana?
Esperanza Trianera.
Yo con nadie la comparo,
pues siendo de Dios el faro
es su celeste alfarera.
No hay naufragio en su ribera
ni sombra en su atarazana,
aunque un palo de mesana
pueda ser cruz en su albero.
Ay, Señor, ¿por qué la quiero,
si yo no soy de Triana?
¿De dónde este amor, quién puso
raíces en su camarín?
Que este amor no tiene fin
y estoy en su amor recluso.
El mundo es ancho y difuso,
la vida es una Semana;
y cuando Ella se engalana
yo me siento trianero.
Ay, Amor, ¿por qué la quiero,
si yo no soy de Triana?

 


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LAS Hermanas de la Cruz y las Hermandades y Cofradías de Sevilla comparten muchas cosas en sus caminos evangelizadores. Por eso el pregonero quisiera expresar hasta qué punto las Hermanas de la Cruz llevan dentro de su espíritu a las Hermandades y Cofradías. Con un ejemplo baste. Desde hace medio siglo las Hermanas de la Cruz escuchan en cuaresma una marcha cofradiera centenaria interpretada al órgano por alguna de las hijas de Sor Ángela. La marcha es "Virgen del Valle". Su autor, Vicente Gómez-Zarzuela, cuando en 1875 se funda la Compañía de la Cruz, ya había nacido. ¿Y por qué tocan "Virgen del Valle" las Hermanas de la Cruz en cuaresma? Hay que remontarse, para explicarlo, al año de 1949, que es cuando ingresa en la Compañía una linda muchachita sevillana llamada María Pilar, que a partir de entonces se llamará Hermana Nieves de Jesús. Aún vive, por cierto, y camino de cumplir los ochenta años de edad pasea sus desmemoriadas soledades sin reconocerse ni a ella misma. La Hermana Nieves de Jesús, organista -de casta musical le venía-, interpretaba al órgano "Virgen del Valle". ¿Y por qué esta marcha y no otra? Muy sencillo, porque, además de ser una obra imperecedera, la había compuesto su padre. Qué cosa más grande, cofrades de Sevilla, es haberle dado a la eternidad esta cumbre de la música cofradiera y que después la toque una hija nuestra vistiendo el hábito de Hermana de la Cruz.

Le pido a la Reina del Dolor, la Santísima Virgen del Valle, que en el valle de sus ojos verdes le guarde un sitio de luz y sueño a esta religiosa, a la que el pregonero escuchó interpretar al órgano la marcha concebida por su padre. Y también les pido a todas nuestras Vírgenes y a todos nuestros Cristos por las Hermanas de la Cruz, de las que tenemos tanto que aprender. Por ejemplo, caridad; por ejemplo, sacrificio, humildad, penitencia... Ellas, las Hermanas de la Cruz, ante las Hermandades y Cofradías, ejercen el papel de las santas mujeres al pie de la Cruz y vienen a ser como las vírgenes prudentes del Evangelio. Las conozco. Nací y vivo a su lado. Sor Ángela me puso en el camino de la felicidad el 30 de Mayo de 1964, al colocarme ante la niña que iba a ejercer de madrina en la coronación de la Macarena al día siguiente, y que llegaría a convertirse en la madre de nuestras tres hijas.

¡Milagros de Sor Ángela! Sor Ángela no hace milagros espectaculares. Ella todo lo hacía partiendo desde abajo, a nivel de pueblo llano. Los desheredados encuentran en la Madre de los Pobres su mejor intercesora, y le piden seguridad antes que esperanza, porque parece ser que en los repartos la seguridad va para el rico y la esperanza, para el pobre, y ahora el pobre -o el que habla en su nombre- reflexiona y solicita que se inviertan los términos.

Era tan bajita la Fundadora que en pie podría tener la estatura de alguna de nuestras Vírgenes arrodilladas ante la Cruz. El milagro de Sor Ángela se pone de manifiesto cada día en su propia existencia, en su amor más allá de la muerte, en la permanencia de su espíritu en sus hijas y en los favorecidos por sus hijas. En el mundo actual existen milagros que no se admiten como tales al no presentar las proporciones exigidas. Yo leía en mi niñez esta pequeña plegaria:

Para aliviar la angustia vulgar de tanta prosa
hoy quisiera un pequeño milagro intrascendente,
uno de esos milagros que nunca ve la gente,
pues su diario portento parece poca cosa...
Hoy apenas te pido, Señor, humildemente,
abrir una ventana y encontrar una rosa...

Cofrades de Sevilla, vosotros que de milagros sabéis tanto, este milagro de abrir una ventana y encontrar una rosa, lo ofrecen cada día, a cada paso, a cada chicotá -y Dios lo sabe-, esas hermanas costaleras de la Cruz de Cristo que son las Hermanas de la Cruz.

No se parece a ninguna, ni a Ella misma en las fotos todas distintas", decía su pintor de cámara en la tierra, Alfonso Grosso. Uno de los recuerdos más vivos de mi infancia es cuando yo la veía pasar y entrar en su Basílica, subido en una silla delante de un corral de vecinos de la Resolana, en diagonal al Arco. Otro de mis recuerdos es el de la extraña seducción que me despertaba un retrato colgado en casa, donde aparecía una encantadora joven vestida de nazareno de la Macarena: era mi tía Esperanza, que, sin ánimo de suplantación, se había puesto la túnica de su hermano Jacinto para que le hiciera la foto, un gesto muy atrevido en una mujer sevillana de principio de los años treinta, imposible de llevar a la práctica.

La Esperanza Macarena, como todo verdadero amor, no tiene edad, siempre está naciendo. El tiempo pasa por nosotros, no por Ella. Y se da la circunstancia de que la Señora de la Esperanza es más joven que su Hijo el Señor de la Sentencia. Cuando el XXV aniversario de su Coronación escribí:

Más joven que su Hijo es esta Madre,
y el tiempo, por designio de su Padre,
no cambió sus pupilas ni sus sienes.
Te adoramos con tanta fe y ahínco,
que contamos los años que no tienes,
pues no has cumplido aún los veinticinco.

Alguien me preguntó una vez por la edad de la Macarena. Si la vemos asomada en el camarín parece que va a cumplir los diecinueve, pero si nos aproximamos a Ella en el besamanos entonces ronda los veinticinco. Son como las transformaciones de su cara a lo largo de la estación de penitencia. Intensísima madrugada y transfigurado amanecer. De Resolana a Laraña hay muchos contrastes. Tantos como de Laraña a su Basílica. ¡Cuánto cambia! Es una mutación real, no fantástica. Tiene lágrimas, ¿pero está llorando? No ha dormido y se le nota. ¿Pero duerme la Macarena? En la lividez de sus ojeras sube de tono el violeta, se acentúa el trazado de la comisura de sus labios, el entrecejo se frunce más y los surcos anatómicos se hacen más profundos. Al avanzar la mañana el rostro va volviendo a su primitivo color, suave y dorado, transparente, y casi se esfuman las ojeras.

Un inolvidable cofrade, Luis Ortiz Muñoz, a quien llegué a tratar casi al final de su vida, estimaba que el de Macarena puede ser un nombre en parte importado por Roma o tratarse quizá de "un nombre grecoibérico, con hermenéutica que entraña más poético artificio que exactitud lingüística y que quiere decir posesión de la felicidad".

Y si Macarena significa "posesión de la felicidad", está claro que sin Ella, sin la Macarena, no podemos ser felices. Y es que la felicidad no se alcanza sin virtud, porque la virtud es su fundamento. Y esto, antes que los Santos Padres de la Iglesia, lo dijeron Séneca, Cicerón, Plinio. Y es esa "posesión de la felicidad" lo que nos convierte en vasallos de su Reino y de su Corte de Esperanza.

Gracias, bendita Madre de la Esperanza, por habernos permitido llegar hasta este atril para cantarte. Gracias, Lucero vespertino, Estrella matutina, Rosa mística, Casa de Oro, Vida, Dulzura y Esperanza Nuestra, suprema expresión de la guapura más gallarda, perfecta y bienaventurada; Salve hecha carne, Letanía hecha repique, razón de nuestra fe y Causa de Nuestra Alegría, que con la fe y la esperanza reparte la caridad a manos llenas. Hace más de cuatro siglos, cuando se aprobaron las primeras Reglas de la Hermandad, Tú no habías nacido, pero ya presentíamos tu existencia, soñábamos con tu hermosura, adivinándote y adorándote. No llegamos tarde ni temprano, sino a tiempo. De generación en generación, siempre una misma Esperanza y una misma fe de enamorado. De enamorado que hoy y aquí declara su amor de esta manera:

No sé con qué está más guapa
la Esperanza Macarena,
si con el manto granate,
el de malla o el de hebrea,
el negro o el de tisú,
el blanco, el verde botella
o el que en terciopelo verde
bordara Esperanza Elena
para aquel glorioso mayo
de coronación y fiesta.
No sé con qué está más guapa
la Esperanza Macarena,
si con saya de volantes
o saya azul de princesa,
o saya de eucaristía,
o saya como bandera
hecha con tela de novia
y taleguilla torera.
Con medallas y rosarios
el cristal y el mármol sueñan
con latines en el coro,
incensarios y navetas.
El alfiler y el espejo
y el peine con que se peina
se están preguntando siempre
cómo está más guapa Ella:
si en el camarín mirando
al que la mira y le reza,
o entre la jardinería
de su paso en primavera,
o bajando a recibirnos
en el besamanos puesta.
No sé cómo está más guapa
la Esperanza Macarena,
si un sábado por la tarde
o un domingo de cuaresma,
si en la Madrugada grande
por la calle Anchalaferia
con fajín de general
aunque no estuvo en la guerra,
o cuando suena la Salve
en la Basílica llena.
Se va un siglo y viene otro,
pero Ella siempre se queda.
Y nosotros preguntando
con qué está más guapa Ella.
Y nadie sabe decirlo,
ni aproximarse siquiera
al concepto, a la medida,
al gusto y al teorema,
que todo lo que se pone
lleva su hermosura impresa.
Y vuelve loca a Sevilla
y con Sevilla, al planeta,
que la locura a su lado
es locura sin fronteras
y sabe que a la Esperanza
no hay nadie que no la quiera.
Se va un siglo y viene otro,
pero Ella siempre se queda.
Y nosotros preguntando
y soñando con la Reina
Madre de los macarenos
un sueño de madreperla,
un sueño de guardabrisa,
de entrevarales y cera;
un sueño de amor y gloria,
un sueño de cielo y tierra,
un sueño de Madrugada
cogido a la manigueta,
un sueño de avemaría
dentro de la parihuela.
Sé que si la sueño yo
es porque todos la sueñan,
como la soñó José
camino de Talavera,
como Muñoz y Pabón,
como Rodríguez Ojeda
o Inmaculada Rodríguez,
que le puso en la cabeza
todo el oro de los ángeles
que Sor Ángela fundiera.
Se va un siglo y viene otro,
pero Ella siempre se queda,
que alumbró hace dos mil años
al Señor de la Sentencia
y parece que fue ayer
el parto de la azucena.
Y ya en el año 2000,
con dos mil locuras nuevas,
que la lengua no se cansa
de pregonar su belleza,
sigo diciendo lo mismo,
lo que otros antes dijeran
y lo que dirán también
los que mañana la vean:
¡No sé cómo está más guapa
la Esperanza Macarena!


EN San Lorenzo, la Virgen de la Soledad, Madre nunca marchita porque el dolor no la envejece y ante la que meditamos en la "tristeza mortal" de su Hijo en Getsemaní, lo sabe todo de la soledad. Esa soledad que lleva dentro y fuera como una íntima e inaccesible "torre de ciegas ventanas". El pregonero, al llegar a este punto, se acuerda de sus grandes tutores y maestros que ya no están a su lado con la tangencia de ayer: Rafael Laffón, Joaquín Romero Murube, Manuel Tristán Alonso, Antonio Rodríguez-Buzón... Cuántas bajas en la lista. Pero reconforta pensar que un cofrade, al desaparecer, no abandona del todo sus espacios vitales, porque "una corriente emana de los cuerpos, y permanece en el área donde se ha desarrollado su existencia".

La Virgen de la Soledad no quita la soledad, porque la soledad es la sala de audiencias de Dios, que no sólo está en San Lorenzo, sino en la capilla servita de los Dolores o en la iglesia franciscana de San Buenaventura. La soledad, como decía Gabriel D'Annunzio, "es la prueba suprema de la humildad o de la excelsitud de un espíritu", que nos hace caer con Cristo en San Isidoro y elevarnos con la dolorida Reina de los aires, la Virgen de Loreto, no a las alturas del vuelo del Plus Ultra, sino a las alturas que proclamaron los ángeles en Belén y que nos acercan más en este año 2000 a la Hermandad Trinitaria de la Esperanza, porque el objetivo del gran jubileo, en su fase celebrativa, es la "glorificación de la Trinidad, de la que todo procede y a la que todo se dirige, en el mundo y en la historia".


COMO Jesucristo es el Señor del Tiempo, la Semana Santa nos devuelve los años mejores de nuestra vida, en una nueva recreación de los sentidos. Los olores, los sabores, las visiones, los sonidos, las táctiles recurrencias se conjuntan en el espacio idóneo y en la atmósfera propicia. Si para Marcel Proust mojar una magdalena en una taza de té tuvo el efecto casi mágico de trasladarle al tiempo remoto de su infancia, un cofrade de Sevilla tiene a su alcance muchas maneras de sobrevivir en la contienda de la memoria contra el tiempo.

Mis primeras vivencias cofradieras se remontan a cuando yo tenía cuatro años y era nazareno de La Borriquita. Recuerdo a mi padre poniendo orden como un enérgico diputado de tramo y recriminando a todo el que estorbaba el dificultoso avance de la Cofradía a lo largo de la calle Cuna. Llegado al punto de la Carrera Oficial en que sólo se permite el acceso a la Cofradía, mi padre trazaba un tiznón en lo alto de mi antifaz. ¿Y a qué venía manchar la albura de mi capirote? Para reconocerme entre el conglomerado de túnicas blancas a la salida de la Catedral. Considerando el cansancio y lo avanzado de la hora, no me dejó realizar la estación completa. Fue la primera zozobra de mi vida, porque el nazareno niño se toma su papel tan en serio y con tanto o más respeto que los mayores y, siguiendo el ejemplo del Hijo de María, puede ser capaz de dejar callados a los doctores en el templo.

El Señor de la Entrada en Jerusalén era ante los ojos del niño la imagen adorable de Jesús, su primer amigo, que tendría en aquel niño, cuando se hizo adulto, el único penitente de negro de su historia.

Y la preciosa perla del Socorro, con una palidez de dama del medievo en su corte de Amor, a la que ahora veo con el atractivo de una esposa y la densidad de una madre, fue mi primera musa, como el Señor de la Entrada en Jerusalén fue mi Amor primero, porque en este buen Jesús que cabalga va a estar pronto el Amor crucificado, que nos espera siempre, porque para eso está bien seguro con tres clavos -o con cuatro, como el Señor de la Quinta Palabra, el Cristo de la Sed-, para esperarnos.

Estoy convencido de que para un cofrade los años son papeletas de sitio. La noche de un Domingo de Ramos le pregunté al Cristo del Amor que si era el mismo que yo vi entrando triunfante en Jerusalén horas antes:

Amor, ¿eres o no eres

el que he visto por la tarde,

cuando la cera no arde

y el sol va donde Tú quieres?

Amor que en el tiempo hieres

el corazón con que amamos.

Son tantos, tantos los tramos

del hombre al niño que fui,

que estoy más cerca de Ti

cada Domingo de Ramos.

Cada Domingo de Ramos,

Señor, cuando el sol se pone,

el corazón se dispone

a desandar lo que andamos.

Si entre palmas te encontramos,

ahora estás fijo y abierto,

dormido, pero despierto

para que en tu Amor despierte,

y si vienen a prenderte

yo no me duerma en el Huerto.

Hoy la voz se vuelve más grave. Es natural. El tiempo no transcurre en vano. La edad de cada uno de nosotros va en dirección contraria al número que tiene en su Hermandad, que va decreciendo.

Todo el Amor de un nazareno niño

vuelve algún día a un nazareno viejo,

cuando llega el crepúsculo al espejo

y se hace espina lo que ayer fue armiño.

Si me destiñe el tiempo, yo destiño

las sombras al final de este cortejo,

y en la memoria de la Cruz me dejo

todo mi miedo y todo mi cariño.

Amor, Amor, Amor, qué poco falta

para la meta. ¿Por qué está tan alta,

si yo no voy sin Ti a ninguna parte?

Tú por delante, que así no me engaño.

Qué cerca estoy de ti, más cada año.

Qué poco falta, Amor, para alcanzarte.

 


EN un Pregón no se dice todo, se dice una parte del todo. Por eso nunca saldrán de mis labios ni de mi pluma las palabras "He dicho". Porque este no es un Pregón cerrado. No sé ni quiero terminarlo. Lo dejo abierto, muy abierto, para que mi Cristo del Amor le ponga punto final cuando Él quiera.

Cofrades de Sevilla: "A mí no me tendréis siempre", dijo Jesús en Betania, sabiendo lo que le esperaba en Jerusalén.

Hay muchos modos y maneras de entender y expresar el Amor, la Pena, el Dolor o la Esperanza, que con todas las advocaciones de nuestras Hermandades el pregonero quisiera resumir a modo de catequesis pasional y callejera, de jubileo glorioso en el año jubilar y de letanía de despedida, poniendo en su boca lo que ha sacado del corazón -el vuestro y el suyo- y que os lo retorna antes de que se apague la candelería del momento y la voz se pierda en la sombra de los últimos varales:

Hay Dolores por San Marcos,

por San Vicente y el Cerro;

Dolores por Santa Cruz,

por Torreblanca y Molviedro.

Mayor Dolor en las Aguas,

por Gavidia y Toneleros.

Y al lado del Gran Poder,

en palio de terciopelo,

traspasada en carmesí,

va otra Madre sin consuelo.

Le ponen nombre a la Gracia

por San Roque los primeros

en descubrir que la Gracia

lleva la Esperanza dentro;

y allá por Omnium Sanctorum,

donde duerme el sueño eterno

don Rodrigo de Ribera,

el Amparo le añadieron.

En plural o en singular

la Angustia nunca está lejos,

que Estudiantes y Gitanos

le ofrecen cátedra y gesto,

y Quinta Angustia en María

mirando el Descendimiento.

Igual que Misericordias

por la Alcazaba muriendo,

la que trasplantó en su Madre

el Señor baratillero,

o la que arrastra en el Miércoles

su Divino Nazareno.

La Esperanza es una O,

pero vale un alfabeto

porque su hermosura encierra

las lenguas del universo;

las que por la Trinidad

van recogiendo los ecos

que en Macarena y Triana

sacaron del Evangelio

para expresarle a las Madres,

a las Novias de este pueblo,

que la palabra de Dios

se hace letra de requiebro

para la Virgen bendita,

para la Reina del cielo,

se llame como se llame,

Soledad en San Lorenzo,

Soledad en los Servitas,

o la que está en el convento

donde la Buenaventura

tiene Salvación y asiento.

La Piedad del Baratillo

lleva en su regazo al Verbo,

que de Domingo a Domingo

hay un cadalso por medio.

Y allá por Bustos Tavera

otra Piedad que no ha muerto

me da todas las mañanas

la buena Paz de los rezos

con la cigüeña en la cruz

que a la espadaña da aliento.

Las Vírgenes y los Cristos

que aquí tienen su venero

llevan nombres tan humanos

que a todos les pertenezco.

A las Penas de San Roque,

a las que en la Estrella veo,

las que trae Santa Marta

que por San Andrés espero,

como espero en San Vicente

al apenado Maestro

y a otros que echaron de casa

los mercaderes del templo.

Si me falta la Salud

en San Esteban la encuentro,

la hallo en la Carretería

y si en San Gonzalo entro;

San Bernardo y los Gitanos

dan a los males arreglo,

mientras por San Nicolás

y por Montesión dan tiempo

a cicatrizar heridas,

las del alma y las del cuerpo.

Con naranjos y palmeras

estoy entre dos Silencios

-Silencio blanco el Domingo,

y el Viernes Silencio Negro-;

y a las dos Expiraciones

-el Cachorro y el Museo-

sumo al Buen Fin por Teodosio

con la Palma de su gremio,

mientras suspira otra Palma

de la Alcaicería a San Pedro

y otro Buen Fin en María

se hace encaje en Chapineros.

Aguas de Cristo y su Madre

van por los derramaderos.

Y la Buena Muerte ofrece

su amor de brazos abiertos

desde calle San Fernando

a plaza de Pumarejo.

Sangra el Cristo de la Sangre

con el martirio en los huesos.

Si Vera Cruz se consume,

con la Sed se apaga el fuego,

y con las Siete Palabras

todo está bien dicho y hecho,

que al pie de la Cruz lo afirma

la Virgen de los Remedios

y esa Flor de la Cabeza

de la que soy prisionero.

Si el sol le da en cada esquina

brillo a los respiraderos,

los Negritos angelizan

la luna por Recaredo

con la Virgen de los Ángeles

purificando los vientos

y Cristo en su Fundación

sirviéndole de crucero.

Hiniesta, Refugio, Carmen,

Merced, Mercedes, Loreto,

Madres tan imprescindibles

que son el alma en el cuerpo,

la Guía y la Paz del espíritu,

el Patrocinio perfecto,

el tesoro Subterráneo,

la Regla en los Panaderos,

el Socorro de los pobres,

la Redención en el preso,

el Valle de los que sufren,

la Luz en los Mandamientos,

Humildad en la Paciencia,

Caridad en el recuerdo,

Inocencia en Guadalupe,

Salud en el Viajero,

Providencia en los Dolores

y Silencio en el Desprecio.

Mirad en Jerusalén

a Jesús libre y despierto,

que luego estará Cautivo,

materia de Prendimiento,

Desamparo y Abandono

en la Caridad inmerso

y al cuidado de María,

Marta, José, Nicodemo...

Y Atado en una Columna,

y Despojado y sin techo,

esperando ayer y hoy

su Presentación al Pueblo,

las miserias de Caifás

y de Anás, y los enredos

de Herodes y de Pilato,

y las cuentas y los cuentos

de ladrones y asesinos

que echan semilla en el tiempo.

Hoy como ayer, canta el gallo

de Sócrates y el de Pedro.

Hoy como ayer, las dobleces

de escribas y fariseos,

mientras se ahondan las distancias

que van del denario al euro.

Por San Martín, la Lanzada;

por Trinidad, el Decreto,

las Cinco Llagas, Don Bosco,

la Concepción... Y el salterio

que no roza por la ojiva.

Y el dogma. Y el fundamento

que empuña espada y defiende

azahares en el Silencio.

Con la Cruz al Hombro va,

en trece amargos momentos,

haciendo su vía crucis

-¡tan distinto!- el mismo Preso,

que en el Gran Poder culmina

la obra de Dios verdadero

y en Pasión se dulcifica

como si pesara menos

la Cruz, arado de gracia

sin escollos timoneros.

Si Tres Caídas son muchas

hay que añadir al madero

la limitación que expresan

las manos del Cirineo.

Por calle Imagen avanza

de cuatro hachones en medio

un Cristo que muerto dice

que no es de Burgos su Reino.

Y la Virgen de las Lágrimas,

nunca con los ojos secos,

nos bautiza con un llanto

que no cabe en su pañuelo,

mientras en su Exaltación

el Hijo ve el firmamento

que promete en Montserrat

con el Buen Ladrón converso.

Las Almas, para el Amor;

y para el Amor, el Beso,

Rocío para siempre si

Desamparado me veo;

Tristezas para la ida,

Victoria para el regreso,

ya venga del Porvenir

o del puente de San Telmo;

Estrella para mi noche,

Candelaria en el desvelo,

Encarnación en la espera,

Villaviciosa en el duelo,

Presentación con el Fruto

que en Calvario recogieron;

Consolación entregándole

el Rosario a los enfermos,

con Dulce Nombre en la boca

y con la Aurora de estreno.

La Sentencia en el pretorio

la Oración en el Huerto;

la Coronación de Espinas,

la Mortaja y el Entierro,

con el Redentor yacente;

y luego a empezar de nuevo

con el lasaliano Cristo

Resucitado y devuelto,

en un pasmo de aleluya

que hace a la piedra lucero,

porque allá en Santa Marina

rezó Fernando Tercero.

Así Sevilla predica

todo el año el Evangelio,

el quinto, que por ser suyo

quintaesencia los portentos.

Y en la Semana más Santa

saca a la calle su credo

y pone palio a la salve

y multiplica su ejemplo

y llega donde llegaron

Lucas, Marcos, Juan, Mateos.

Y así Sevilla sublima

su nombre y su callejero.

Y sube a la Torre Antonia

y empieza todo el proceso,

y hace orilla del Jordán

la Puerta del Baptisterio.

Donde la Escritura cuenta

la historia del pueblo hebreo,

Sevilla va y la completa

con sus pasos de Misterio,

con sus Cristos y sus Vírgenes,

sus santos, sus monumentos,

sus jardines, sus mujeres,

sus hermanos costaleros

y todo el que contribuya

a eternizar todo esto:

el mayordomo, el prioste,

la bordadora, el cerero,

el florista, el capataz,

el aguaó, el pertiguero,

el músico, el dorador,

el orfebre, el saetero,

el vestidor, el tallista,

la camarera, el clavero...

Porque Sevilla está en gracia,

en constante jubileo,

en alas de tradición,

porque se sabe instrumento

de los poderes divinos

que dan fuerza al pregonero.

Si Sevilla es la clausura,

la Verónica y el velo,

también Sevilla es tambor,

también Sevilla es incienso;

y hace de su fe martillo

glorificando el esfuerzo

en la delgada frontera

de un milenio a otro milenio.

Por eso el año 2000,

y solamente por eso,

desde que a la calle salgan

los primeros nazarenos,

Sevilla será oración

y Sevilla será espejo

donde Dios baje a mirarse

para sentirse en el cielo.

 

 

 


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