CONTRICIÓN 

Una advertencia ortográfica previa: por analogía a los sustantivos procedentes de verbos cuya última letra radical es c o g (acción, fracción, succión, fricción), se tiende a escribir con doble cc: contricción; es un error. 

Tero, térere, trivi, tritum es el verbo latino del que procede esta palabra. De la última forma, la de supino, se ve claramente que procede nuestro verbo trturar: es ahí donde hemos de fijar el significado. Tenemos también del mismo origen y significado trillar y el cultismo detritus. Parece que el significado básico es frotar, del griego teirw (téiro) consumir, desgastar, abrumar, destrozar (en el plano físico y en el moral). El efecto, en cualquier caso es deshacer o destrozar, ya sea por desgaste, ya por rotura. 

Si le añadimos a esta raíz el prefijo de intensidad ccon-, estamos en cóntero, contérere, contrivi, contritum. Es la misma acción llevada a su grado máximo: machacar, moler, triturar, quebrantar, pulverizar; y en el plano moral, abrumar, oprimir, agotar, consumir, aniquilar. En el latín clásico no aparece el sustantivo contritio; se forma expresamente en el seno del cristianismo (lo usan Lactancio y san Agustín) precisamente para expresar los estados anímicos del penitente: postración, abatimiento, rompimiento, destrozo, ruina. 

Oro suplex et acclinis, cor contritum quasi cinis, gere curam mei finis, dice uno de los tercetos del Díes irae (del oficio de difuntos):  Oro suplicante y postrado, el corazón triturado como ceniza, lleva tú el cuidado de mi fin. Ese es el dolor que se le exige al pecador, esa es la intensidad del arrepentimiento: molido, destrozado, pulverizado. Esa es la contrición. Pero como difícilmente nacería tanto dolor del alma si el cuerpo estaba regalado, la penitencia se instituyó de manera que ayudase a generar ese dolor y ese destrozo interior. El perdón había que ganárselo duramente: el arrepentimiento se tenía que demostrar castigándose uno mismo con una crueldad por lo menos igual a la del verdugo voluntarioso. Algunos castigos eran especialmente crueles. 

Si el castigo y la pena estaban al servicio de la regeneración del penitente, era preciso quebrantar el alma pecadora mediante el quebranto del cuerpo. El dolor tenía que destrozarlo: la sensación se puso al servicio del sentimiento. Poco a poco remitió el quebrantamiento del cuerpo para reducir el dolor al alma. Así tenemos en el siglo XV el compendio de la conciencia cristiana en la Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis. De imitatione Christi et de contemptione sui ipsíus es el título completo de la obra: De la imitación de cristo y del desprecio de sí mismo, en flagrante contradicción con el Renacimiento que se abría paso y el Humanismo cristiano que iba tomando cuerpo. 

Finalmente se perdió la conciencia de pecado que con tanto ahínco cultivó la iglesia a lo largo de tantos siglos. Sin eso no es posible arrepentimiento alguno. Como recuerdo de lo que fue en otro tiempo la penitencia, acompañada de profundo dolor de cuerpo y de alma, nos quedó el acto de contrición reducido a una plegaria que lleva ese nombre.

Mariano Arnal