INDULGENCIAS 

No fue pequeño el salto que se dio al pasar de la indulgencia (el perdón) a las indulgencias. Es tan enorme la distancia entre el singular y el plural, como la que hay entre la libertad (total) y las libertades (fragmentos de libertad). Tanta es, que siendo ambas eslabones de una misma cadena histórica, y hasta una misma realidad léxica, se nos ofrecen como cosas distintas y distantes. Fue el cambio de escenario lo que forzó el paso de la indulgencia a las indulgencias, desnaturalizando las palabras y los hechos. 

Cierto es que a lo largo de toda la historia de la penitencia, desde la célebre Fabiola hasta la Santa Inquisición, la iglesia fue muy poco inclinada a la indulgencia, porque la experiencia le enseñó que lo único que contiene a los culpables es la pena. De forma pendular se fueron aliviando y agravando las penas: el resultado de la benignidad era la degradación de las costumbres, de manera que había que volver a la severidad. Los efectos de la indulgencia eran pésimos. Por eso no tardó en reducir esta palabra su significado al de perdón: indulgere e indulgentia dejaron de referirse a la indulgencia, la bondad, la tolerancia, la comprensión y la condescendencia. 

Administrar indulgencias fue por tanto administrar perdones. Para quedar limpio del pecado no bastaba cumplir la penitencia, sino que la iglesia tenía que constatar que había producido la regeneración que con ella se pretendía y conceder explícitamente el perdón, que continuaba llamándose indulgentiam; pero que para afianzar y completar su significado tenía que ir acompañado de absolutionem et remissionem (peccatorum).  

La administración de las indulgencias o perdones por parte de la iglesia varió a lo largo del tiempo. Podemos hablar exactamente de “administración” no en sentido sacramental sino económico, desde el momento en que éstas se ponen al servicio de las Cruzadas para liberar los Santos Lugares (y de paso frenan el soberbio avance de los infieles atacándoles en el corazón político y religioso). Al ser las Cruzadas por sí mismas una Guerra Santa contra los musulmanes, operaba por sí misma el perdón (la indulgencia), sin necesidad de más ritos. Atención, que no se trata del perdón de los pecados, sino del perdón de las penitencias pendientes de cumplir para alcanzar el perdón de los pecados; porque sin penitencia, no había perdón. Cada día de  participación en la guerra valía por un día de penitencia pendiente de cumplir. La administración de las indulgencias era por tanto la contabilidad de los días de penitencia pendiente que se descontaban yendo a la guerra. Se complicó más la contabilidad desde el momento en que la financiación de un día de guerra devengaba los mismos efectos penitenciales que un día en el frente. 

Y como el luchar por la fe católica era de por sí penitencia bastante, quien iba al frente quedaba exento de las penitencias rituales (la cuaresmal entre ellas) porque sólo hubiesen servido para debilitar y neutralizar al combatiente. Pero he aquí que como valía lo mismo ir a la guerra que financiarla, se cayó en el tráfico de indulgencias, pues sirvieron para librarse de ayunos y abstinencias.

Mariano Arnal

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