PENITENCIA PÚBLICA 

Es realmente un prodigio que la penitencia, habiendo sido lo que fue, haya llegado a la categoría de sacramento, la más alta que puede alcanzar cualquier rito de la iglesia. Hay que volver al origen de la palabra y del concepto para entender bien el espíritu de la penitencia cristiana. Tenemos por una parte la elección de esta palabra latina que se empleaba desde muy antiguo tanto en la vida ordinaria para expresar arrepentimiento sin connotaciones morales, como en el campo jurídico con el significado más primitivo de venganza (en la línea de punire =castigar) y el más civilizado de indemnización por un homicidio, es decir resarcimiento de un daño (re-sarcire es volver a coser). 

Pero del mismo modo que es esencial para entender la penitencia cristiana conocer el significado latino de esta palabra, es igualmente primordial tener en cuenta que es la única palabra latina con que se traduce la griega metanoia (metánoia), de meta (metá) =más allá, con idea de cambio, y noew (noéo =pienso, entiendo, creo. La metanóesis griega es por tanto el cambio de pensamiento, de actitud: la conversión que se hubiese podido traducir perfectamente al latín (conversio =cambio total, regeneración). Recordemos que la versión original del Nuevo Testamento es griega, y que al Antiguo Testamento la lengua latina accedió en un principio a través de la versión de “Los 70”, también griega. Y en ambos Testamentos el término metánoia se traduce al latín como poenitentia. Creo recordar en cambio que el tan frecuente imperativo metanoeite (metanoéite) que se suele traducir al latín por la perífrasis poenitentiam ágite (haced penitencia), se alterna con la traducción convertímini (convertíos). Es decir que el concepto cristiano de penitencia nace en esa palabra griega que, al no tener un término latino equivalente, opta por esta traducción y se deja arrastrar por ella. He ahí cómo una vez más, el nombre que se da a una cosa la marca profundamente.  

Y es necesario atender al origen griego del concepto cristiano de penitencia, porque en él está la clave de su carácter de pública; no tanto para ignominia del pecador (que a veces también pesó en exceso esta intención), como para ejemplo y advertencia al resto de la comunidad cristiana. Porque condición sine qua non para que la penitencia surtiese su efecto, era que fuese pública, a la puerta de la iglesia pero sin entrar en ella, y vestido de tal manera que se le identificase como penitente (su primer uniforme fue el saco, luego el hábito de penitente, de distinto color según la hermandad de penitentes a la que perteneciese; y también el sambenito, que vuelve a recordarnos el saco) 

Para obtener el perdón de la iglesia era indispensable hacer gran ostentación de arrepentimiento (metanóesis, conversión) y de penitencia (autocastigo). El choque continuo con otras culturas y con otra moral (la romana primero, luego las de los godos, y finalmente las de los moros y judíos) hizo que la iglesia ejerciera una férrea vigilancia sobre las desviaciones de doctrina y de conducta y que ello llevase a tener continuamente expulsados de la iglesia y relegados a la condición de penitentes a colectivos tan numerosos que acabaron formando agrupaciones llamadas cofradías o hermandades.

Mariano Arnal