CARIDAD
Los griegos nos proveyeron de palabras suficientes para expresar diversas clases de amor.

 Esta palabra tiene en latín dos formas: cháritas y cáritas. La primera, con ch, induce a pensar en un origen griego: caritoV / járitos (gen. de cariV / járis). El diccionario nos remite de todos modos a cáritas, indicándonos que procede de careo, carere, carui, cariturus, que significa carecer, estar privado de algo. Cáritas es, por tanto, carestía, directamente relacionado con carus, cara, que es aquello de lo que se carece. Es la falta de las cosas, la que nos las hace queridas. De donde viene a resultar que carestía y aprecio, amor, caridad, son valores conectados entre sí. La palabra cáritas fue empleada por los romanos preferentemente con el valor de carestía; pero Cicerón la empleó también con el de amor, afecto, cariño: Cáritas quae est inter natos et parentes (el amor que existe entre los hijos y los padres); caritate patriae por amor a la patria). Está claro, pues, que si bien la promocionó de forma extraordinaria el cristianismo, no fue creación propia. De todos modos la grafía helenizante preferida por el cristianismo (cháritas), en la que el grupo ch transcribe la letra griega c (ji = j) que el latín no tiene (grafía que se impone ya desde la Vulgata y en adelante), hace pensar no sólo en la voluntad de darle una caracterización religiosa, y de evitar la polisemia en que incurría la palabra con el valor más corriente de carestía, sino también en el interés por vincularla a la palabra griega cariV (járis), que le da a cháritas unas connotaciones mucho más nobles que las que aporta el origen de cáritas=carestía.

No es de extrañar que se quisiera forjar una palabra nueva para una nuevísima virtud, la más genuinamente cristiana, la caridad, que ahora preferimos traducir por amor. Hay que decir que esta virtud iluminó e inundó con sus resplandores el cristianismo. Sin la cháritas el cristianismo no hubiese despegado, ni hubiese dado lugar al humanismo en el que vivimos y respiramos, ni seríamos lo que actualmente somos. Fue ciertamente la caridad la que obró el gran milagro en cuya luz seguimos viviendo. Y sin embargo, con ser tan prodigiosas tanto la palabra como la idea que contiene, cayó en el descrédito y fue sustituida por la palabra amor de la que quiso huir. En efecto, el gran panegírico de san Pablo en el capítulo 13 de la primera carta a los Corintios, gira en torno a la palabra agaph (agápe), que podríamos traducir por afecto, cuyo uso no registran los diccionarios más que en textos cristianos. En cambio el correspondiente verbo agapaw (agapáo), es frecuente en el griego clásico, empezando por Homero; y su significado abarca desde el afecto y amistad con que se acoge a los amigos, hasta la preferencia (la dilectio latina y el dilígere). Diliges Dominum Deum tuum ex toto corde tua et ex tota anima tua..., díliges próximum tuum sicut teipsum. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma... y amarás al que está más cerca de ti (próximus) como a ti mismo. AgaphseiV (agapéseis) dice el texto griego, tanto en el Deuteronomio como en el Nuevo Testamento. Y diliges traduce en ambos casos la Vulgata. Se trata en efecto del amor que se dedica a los amigos, a los que uno siempre elige. Esa es la agaph (agápe) griega que en su forma sustantiva no traduce la Vulgata como dilectio (la que correspondería en el mismo grupo léxico), sino como cháritas (palabra rara en latín con el valor de caridad), para evitar la palabra amor, más fácilmente adulterable.

Mariano Arnal

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