PALMA
El Domingo de Ramos pone a la Semana Santa una fugaz nota de color: la palma que será de la victoria, pero también del martirio.

Parece que esta palabra se origina en el griego palamh (palamé), que significa palma de la mano, y además todo aquello que tiene que ver con la mano: fuerza, habilidad, destreza, poder; y extendiendo más allá el significado, pasa a violencia, instrumento, medio, obra. De ahí pasamos al latín palma, palmae, que extiende su significado de la mano y la palma de la mano, a la hoja de la palmera, que usan ya los romanos como símbolo de victoria. Cuál es el origen del valor extraordinario que se ha concedido a la palma, es difícil descifrarlo, porque son muchos los pueblos que coinciden en asignarle altos valores y que han desarrollado en torno a ella diversos ritos. Recordemos, empezando por lo más próximo, cómo era tradición entre nosotros colagar en los balcones los ramos bendecidos el Domingo de Ramos para que protegiesen la casa durante todo el año. La ceniza que imponía el sacerdote a los fieles el Miércoles de Ceniza, procedía de la quema de las palmas que habían llevado los fieles unos días antes. Durante la cuaresma, pues, faltaban los ramos en las casas, hasta que el Domingo de Ramos se renovaba el ritual con la bendición de los ramos, entre los que el más apreciado era el de palmera, es decir la palma. 

Pero la historia viene de mucho más lejos: quizá de Egipto, o acaso de Caldea o de Babilonia, a juzgar por las palmas que se adivinan en los palos más o menos ornamentados que aparecen en los monumentos funerarios. La palmera era en estas culturas un árbol sagrado por su gran valor para la susbsitencia (casi a la par que el trigo, según cuenta Estrabón). De ella obtenían muy dignos sucedáneos del pan, del vino, del vinagre y de la miel, componentes con los que confeccionaban unas tortas riquísimas. Obtenían también de la palmera fibras para diversas clases de tejidos óptimos para cordelería y cestería. De la medula triturada del tronco obtenían una especie de pienso para los bueyes y carneros; y con el resto, fabricaban carbón los herreros. Es natural que para estos pueblos la palma fuese símbolo de riqueza, de fecundidad y de suerte. Lo más probable es que con la aclimatación de la palmera a otros países migrasen también los mitos que en torno a ellas se forjaron.

Es sabido que en Roma la palma fue símbolo de la victoria. En el cristianismo adoptó la forma de palma del martirio. En Israel las palmas están presentes en las grandes celebraciones (aparecen por primera vez en el libro de los Macabeos). En África son muchos los pueblos que tienen a la palmera como el gran símbolo de la fecundidad; el hecho singular de la existencia de palmeras macho y palmeras hembra, la gran esbeltez del árbol, los racimos de dátiles, su extrema dulzura, la grandiosidad y belleza de la palma... son todos ellos elementos que han llevado a la divinización del árbol y a una serie de ritos singulares en torno al mismo. En Alemania y en algunos países eslavos, el lunes de Pascua los muchachos van tras las mujeres, azotándolas con las palmas. El día siguiente son las mozas las que persiguen a los muchachos dándoles con las palmas bendecidas el Domingo de Ramos. Los rusos, al volver a casa de la bendición de los Ramos, les pegan con ellos a los que se quedaron en casa. En algunas regiones de Alemania se usan los ramos de palmas bendecidas para evitar el granizo, para ahuyentar los rayos y para prevenirse contra la tormenta. No es casual, pues, que la palma sea la reina el Domingo de Ramos.

Mariano Arnal

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