PENITENTE 

La clave léxica de esta palabra la tenemos en el verbo pronominal me poenitet, que significa arrepentirse, sentirse contrariado, sentir disgusto. Frecuentativo o intensivo del vulgar poenare, del que derivan nuestros penar y apenar, que proceden directamente de poena (y ésta del griego poinh (poiné) con idénticos significados que en latín), que es pena, fatiga anímica, pena judicial, castigo, compensación, rescate destinado a indemnizar un homicidio, justa venganza, sufrimiento. Tiene también el latín el participio presente poenitens, poenitentis, que nada tiene que ver con los penitentes, que surgieron bastante más tarde que el pueblo dejara de hablar en latín. Poenitens era el que estaba arrepentido o más bien arrepintiéndose de algo moralmente indiferente. Y la poenitentia no tenía nada que ver con la penitencia tal como se la entendió en el contexto religioso, sino que era simplemente el arrepentimiento de haber hecho algo que no había dado buenos resultados. 

Vamos pues a las claves históricas de este término. Desde Constantino el Grande, que proclamó el cristianismo religión oficial del imperio romano, hasta muy adelantada la edad media, salvo algunas intermitencias espaciales y temporales, la jerarquía eclesiástica colaboró de forma importante en la gestión del estado, siendo parte de ésta la administración de justicia. El avance en esta fórmula de colaboración entre la iglesia y el estado, acabó en la subordinación de éste a aquélla, dando en un régimen prácticamente teocrático, con absoluto sometimiento del poder civil al eclesiástico. Así, en esta formulación, la justicia encomendada a la iglesia devino penitencia: la prueba más apodíctica de que el objetivo último de la justicia administrada por la iglesia nunca fue el castigo por el castigo, ni menos la venganza, sino el arrepentimiento y la reinserción del reo: la metanoia (metánoia), el cambio de actitud que llamaban los griegos y que los latinos tradujeron como poenitentia, porque en ella iba implicada la ex - piación del pecado (mover a piedad al agraviado ante todo indemnizándole, y luego conmoviéndole por ver la laceración a que se ha sometido el reo). 

La clave de los penitentes que vemos durante la Semana Santa no está en la voluntad o el capricho, ni menos en un efecto escenográfico, sino en la historia de una institución tan importante en la iglesia como el rito y el sacramento de la penitencia. Y estos penitentes salen en procesión con hábitos de distintos colores porque las congregaciones o hermandades de penitentes, anteriores al siglo XII, se distinguían ya unas de otras por el color de sus hábitos y tenían su sede en distintas iglesias, de las que tomaban el nombre. Y precisamente salían en Semana Santa porque esos eran los días de la penitencia en toda la cristiandad: era la Semana de los penitentes. Unas congregaciones salían el Jueves Santo, otras el Viernes Santo y otras el Sábado Santo. Eran expulsados de la iglesia por sus pecados (en rigor técnico, excomulgados), y por eso su lugar era la calle. Eran los días del dolor y del perdón en que los pecadores asociaban su dolor al de Jesús crucificado y al de su Madre. 

Es que la penitencia eclesiástica tenía entonces caracteres extremadamente duros que desconoce totalmente el moderno sistema penitencial civil.

Mariano Arnal