SANTORAL - ONOMÁSTICA

LLAMARSE

Singular forma gramatical la de este verbo. Su forma reflexiva da a entender que el sujeto se llama a sí mismo; por eso es relativamente frecuente que en el lenguaje coloquial, cuando se le pregunta a uno cómo se llama, su respuesta sea "yo no me llamo, me llaman". Y es bien atinada esta observación, porque este verbo es un calco gramatical del latino vocari (ser llamado) al que traduce. Y no se trata de un verbo deponente (forma pasiva y significado activo), que pasan a nuestras lenguas como pronominales (reflexivos en apariencia); sino que es la voz pasiva (con valor pasivo) del verbo voco, vocare, vocavi, vocatum (de vox, vocis), que significa "llamar para hacer venir" (compárese con invocar). El latín clásico emplea el verbo vocare también con el valor de llamar en el sentido de dar como nombre; pero prefiere con mucho la forma activa a la pasiva. Es el latín bíblico el que ha adoptado definitivamente la forma pasiva de vocare (vocari) con el valor de "llamarse". "Et vocábitur nomen eius Magni Consílii Ángelus: Y se llamará su nombre Ángel del Gran Consejo"; "Johannes vocábitur: se llamará Juan". El latín clásico prefirió el verbo appellare (cuya huella nos ha quedado en apelar y en apellido, a través del frecuentativo appellito). Es el verbo que adoptó el francés (s’appeller). Significa en su origen dirigirse a alguien para hablarle, preguntarle, reconvenirle, etc. De ahí deriva el significado a llamar, nombrar, apellidar: suo quamque rem nómine appellare era llamar a cada cosa por su nombre; appellare áliquem fratrem, llamar a uno hermano.

Sin embargo en nuestra lengua nos hemos pasado al verbo llamar, sacado del latín clamare (relacionado con el griego kalew (kaléo) = llamar), que significa gritar, vociferar, clamar, quejarse, disputar en voz alta, invocar (ad te clamamus éxules fílii Evae, a ti clamamos los desterrados hijos de Eva); se usó también tanto en el latín clásico como en el vulgar, con el valor de llamar y nombrar. Pero fue sobre todo el latín hablado el que se apropió de este verbo, de modo que a pesar de que el latín escrito (culto) tenía una clara preferencia por el verbo appellare, que fue suplantado en el bajo latín también escrito, por vocare, a pesar de eso los hablantes que ya en tiempos de Plauto (sus comedias nos ponen en contacto directo con el latín hablado de entonces) usaban clamare, persistieron en esta preferencia hasta desembocar en nuestras lenguas en chiamare, chamar, llamar (se apartan de esta tendencia el francés s’appeller y el catalán dir-se). Llama la atención el hecho de que a la hora de elegir entre los tres verbos disponibles, el pueblo se quedase con el más ostentoso, el más exagerado. Puede ser ciertamente un indicio de que hablaban a gritos, y por eso eligieron el verbo que propiamente significa gritar (formas cultas, clamar, declamar, exclamar, proclamar, reclamar). Pero cabe también la posibilidad de que reconociesen el nombre como una fuerza per se, a la que se debía rendir determinados ritos de veneración, uno de los cuales sería precisamente la proclamatio, y otro la acclamatio, que van siempre ligadas al nombre, y que pudieron ser en origen una especie de invocación solemne del proclamado y del aclamado pronunciando su nombre repetidamente y con la máxima fuerza. Ahí tenemos las expresiones heredadas del latín "invocar el nombre de" y "en nombre de", cargadas ambas de una fuerza que supera la de la palabra.

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