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Un verano en Villaestrigo del Páramo
 

Por Ferran Martínez Aira

El tren Alvia procedente de Barcelona entra puntualmente en León (17,20 h.) tras casi ocho horas de placentero recorrido atravesando media España. Rober y Bibiana me esperan en la Estación. Tras dejar mochila y bastones en el maletero del coche y sin perder un solo minuto nos dirigimos al centro de la ciudad. La Catedral, el Parador de San Marcos, el Palacio de los Guzmanes, el Museo de Arte Contemporáneo o las huellas del genial Antonio Gaudí nos saludan a nuestro paso. Entramos en La Lola, antes la Taberna del Buda. El bar de los Café Quijano sigue regentado por Manuel, el padre del popular trio que nos recibe con los acordes de su inseparable guitarra a la que acaricia “como si fuera una mujer”.

Recalar en León y olvidarse del húmedo o el romántico, las dos zonas de tasqueo por excelencia, es pecado gastronómico, sobretodo porque las tapas son un homenaje a los carpantas que por cuatro euros mal contados sacían su apetito.

En poco más de cuarenta minutos nos adentramos en el Páramo. Los cientos de hectáreas de maizales, trigo y judías serán el paradisíaco paisaje que me acompañará durante los próximos tres días por estos pagos. El PIVO o sistema de regadío de las tierras de la comarca ha sido el mayor avance tecnológico de este siglo al servicio de la agricultura. 

Basta una llamada desde el móvil solicitando los litros de agua que se necesitan para los días inmediatos y a tomar el fresco en la puerta de casa de Villaestrigo, donde los Salagre pasan sosegadamente los veranos junto a sus hijos y sus avispados nietos.

Oye Ferran que aquí en Villaestrigo no hay nada, me espeta Felicísimo, el patriarca. Pues a eso vengo. Ha empaparme de este pueblo perdido en el Páramo donde se respira naturaleza en estado puro. Etelvina, alma mater de la casa, nos ha preparado una deliciosa cena de bienvenida. En las estanterías del comedor destacan las pequeñas obras de arte elaboradas por la matriarca. Resalta una reproducción del Kremlin de Moscú o una bandeja fabricada con papel de periódico.

Felicísimo habla con pasión de estas tierras del Páramo, labradas a golpe de tractor y jornadas de hasta catorce horas. Ahora toca disfrutar. Sentarse en el quicio de la puerta viendo como uno de los nietos gana la prueba ciclista de las Fiestas. El patriarca me promete que me llevará a su huerta. Una pasión que le obliga a viajar durante todo el año desde León a Villaestrigo. Merece la pena. Ya lo creo. Me quedo anonadado ante aquel vergel repleto de ciruelos, manzanos, perales, melones, sandías, cebollas, tomates, patatas, pimientos, calabazas, berenjenas…para que Etelvina prepare esas monumentales ensaladas que no se pueden saborear en la ciudad.

En Villaestrigo del Páramo se mantienen las tradiciones. El pueblo espera con ilusión la llegada de las Fiestas. Juegos para todas las edades. Destaca la maza donde los participantes hacen gala de su destreza y puntería hasta derribar el pilón. Nadie se pierde la exhibición de pelotaris en el cuidado frontón, escenario donde Roberto organiza cada  verano el tradicional partido de baloncesto. Otra buena excusa para reunir a los amigos de siempre que veranean en pueblos cercanos. Los Aguilas del Páramo se llevaron la victoria frente a los combativos Lobos del Páramo.

Al caer la noche y mientras esperábamos la degustación del chorizo de puchero acompañado de un huevo cocido, en la puerta de los Salagre fuimos testigos de un fenómeno metereológico que se ve muy de vez en cuando: Una estrella fugaz atravesó el firmamento de Villaestrigo. Marta, la hermana de Roberto, saltó de la silla como si se tratara de una aparición divina. Para el que escribe fue una señal que me esperaba de nuevo El Camino de Santiago. Dos días más tarde ya estaba en Villafranca del Bierzo, la tierra de mi abuelo José y de mi madre María, dispuesto a caminar hasta el Obradoiro.

A Etelvina, Felicísimo, Rober y a todos los que aman las tierras del Páramo leonés

 

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