LÉXICO DE RELIGIÓN

VENERABLE

En la exploración de la génesis de los nombres de persona que se usaron en el cristianismo, aparece con fuerza de ley que dura muchos siglos, la costumbre de imponer a los hijos nombres de santos. Para ello es preciso previamente que los nombres figuren en los calendarios particulares de cada diócesis o en el general de la Iglesia. Es obvio que en los primeros siglos del cristianismo no había disponibles suficientes nombres para poder seguir tan piadosa tradición, por lo que crecieron de forma muy desordenada y a menudo impropia, las listas de santos de cada diócesis. Se hizo indispensable al fin centralizar el catálogo de santos al que se llamó canon porque figuraban en el canon de la misa. De ahí la palabra canonizar.

Es en el proceso de canonización donde quizás se escondan las claves que nos ofrecen alguna pista que nos trace el tránsito de los dioses domésticos de los romanos, a las devociones particulares a determinados santos, siempre de ámbito muy localista, en el cristianismo. El primer elemento que tienen en común los dioses familiares de la religión doméstica romana y los santos del cristianismo, es que en ambos casos se trata de un proceso de "divinización" de los difuntos de la familia o del pueblo, tanto más profunda cuanto mayor es la distancia en el tiempo. Algunos analistas identifican la canonización con la apoteosis. Son cuatro los estadios recorridos por todo aquel que "ha muerto en el Señor" e inicia el camino hacia los altares. En el primer estadio, cuando se trata de una "devoción" totalmente particular al difunto, sin que la Iglesia intervenga para nada, la denominación que recibe es la de "siervo de Dios"; y al igual que ocurre en el caso de los manaes y los penates romanos, los fieles se encomiendan a él y cuentan con su ayuda para cualquier apuro, relacionado en especial con la salud. Al cabo de diez años de estar demostrando su eficacia intercesora el "siervo de Dios", puede incoarse su proceso de beatificación, en cuyo momento la iglesia le declara venerable (la diferencia entre el beato y el santo, es que el primero sólo puede recibir culto en un ámbito reducido; en cambio el santo puede y debe recibir culto en toda la Iglesia).

Venerábilis es aquel que merece ser venerado: veneror veneraris, veneratus sum, venerari es el verbo latino que traducimos como venerar. Es deponente (forma pasiva y significado activo), lo que es indicio de mayor implicación del sujeto en la acción. Se usa en latín indistintamente con los significados de venerar, respetar, reverenciar, honrar, rendir culto; como el de pedir, suplicar, rogar a una divinidad (en señal de reconocimiento de su poder especial). La veneración de los difuntos fue algo habitual entre los romanos; probablemente esta veneración no era de naturaleza distinta de la que se profesaba a los ancianos (venerable es epíteto casi inseparable de anciano), sino la misma. Y en relación directa con esta profunda veneración estaba la costumbre de dar a los nietos el nombre de los abuelos, para que con el nombre perviviese en ellos su espíritu. La veneración de los antepasados conllevaba además un culto doméstico en que las estatuillas, el altar con las ofrendas, los rezos y la íntima comunión con ellos formaban un todo que en nada se diferencia de la forma que hasta no hace mucho tuvieron las devociones particulares a los santos.

Mariano Arnal

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