LÉXICO DE RELIGIÓN

IMPÍO
(Continuación de PIEDAD)

"Dijo el impío en su corazón: Dios no existe". Ésta es acaso la mayor muestra de impiedad, negar a Dios. Sócrates fue condenado a beber la cicuta por dos delitos: por corromper a la juventud y por impiedad. Este último, el más grave. Del mismo modo que la píetas es para los romanos el compendio de todas las virtudes, su contrario, la impíetas es el compendio de los vicios más execrables (exsecrábilis =ex más sacrábilis): es la falta total de respeto a lo más sagrado, sea en el orden religioso, sea en el civil; es la inmoralidad absoluta, la maldad. Nihil est quod tam míseros faciat quam impíetas et scelus, sentencia Cicerón. "Nada hay que haga tales miserables como la impiedad (en primer lugar) y el crimen". Es que era inconcebible para un romano el crimen, si no iba precedido de la impiedad. Al delito de lesa majestad, lo llamaban impíetas in príncipem, impiedad contra el príncipe. Impíus era por tanto el sacrílego, el que no tenía el menor respeto por los dioses ni por la religión (que eran el compendio de la tradición), el que no respetaba a sus padres ni a la patria ni se sentía obligado con nada ni con nadie; el desnaturalizado, el desalmado, el malvado, cruel e inhumano, el criminal. El impío era, decía, una persona execrable. ¿Y eso qué era? Pues por lo visto algo muy parecido a de-testable (=el que merece ser desheredado). El que no merecía seguir en el culto de la familia era condenado a la detestatio sacrorum o exsecratio del culto doméstico. Al ir vinculados los bienes de la familia a la con-sacratio, la execración o detestación implicaba la pérdida de cualquier derecho a heredar. Decir por tanto que alguien era detestable era condenarle a una auténtica excomunión no sólo religiosa, sino también civil. De hecho, el patricio condenado a la detestatio o execratio, descendía a la condición de plebeyo. El sentido de la exsecratio iba ligado al rito de la aceptación del hijo (tóllere líberos o suscípere líberos) por el paterfamilias. Al rechazo del hijo por parte de éste, se le llamaba exsecratio, es decir su apartamiento de las cosas sagradas, que correspondía a los líberi, a los hijos reconocidos. Execrar es, pues, tanto como deslegitimar a un hijo, repudiarlo, desnaturalizarlo, desheredarlo. Es lógico que la execración fuese la justa pena por la impiedad. Y es en este contexto donde el término execrable alcanza su pleno significado.

Como consecuencia de que en nuestra lengua haya sido recluida la piedad al ámbito religioso, también la impiedad ha quedado afectada por esta reducción. Así llamamos impío al descreído, al incrédulo, al irreligioso o irreverente. No en cambio al que siendo religioso manifiesta poca o ninguna piedad. Llamamos también impío al que no tiene entrañas, al que no siente compasión (en latín, píetas = piedad). Lo más singular en torno a la piedad y la impiedad, es que tanto en la virtud como en el vicio, iban estrechamente vinculados los dioses y los padres, de manera que no se esperaba que fuese piadoso con los padres quien no lo era con los dioses, y viceversa. No por casualidad, la desaparición de la piedad religiosa ha llevado consigo la extinción de la piedad para con los padres, que era eminentemente religiosa. Ha desaparecido la piedad y buena parte del simple respeto que iba ligado a ella. La relación de los padres con los hijos mejoró mucho con la pérdida del carácter casi sagrado de la paternidad, pero no así la relación de los hijos con los padres.

Mariano Arnal

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