LÉXICO DE RELIGIÓN

CURA

Hay nombres a los que cuesta encontrarles la explicación. Éste es uno de ellos. Le pasa como al ferrocarril metropolitano, que se quedó en metro, y el hablante se pregunta con toda la razón, qué tendrá que ver el metro, que los diccionarios nos dicen que es la unidad de medida de longitud, con el transporte público así llamado. Y para descubrirlo, hay que hacer un largo recorrido. Al nombre de cura le pasa algo parecido. Por todos los indicios, es una de las piezas de un nombre más largo, que sería el de párroco con cura de almas, que se redujo al de cura párroco, todavía común en nuestra lengua. Si existe, en efecto, la denominación de "párroco con cura de almas", es porque existen también las sinecuras, es decir el oficio de párroco sin obligación de cuidarse de las almas de los feligreses. Hemos de empezar, pues, por definir la palabra párroco, de la que cura no es más que un complemento circunstancial de materia.

No está nada claro cuál es el origen de la palabra, que procede sin duda de la administración civil romana. Tres etimologías suelen darse: la primera lo hace proceder del griego paroikoV (pároikos), que tanto puede significar vecino como extranjero; formado por para (pará) = al lado, más oikoV (óikos), de la raíz que significa casa, habitar, etc. Es, pues, el que vive al lado. La segunda lo hace proceder del latín parochos, del griego parecw (paréjo), que significa proveer, y era un cargo administrativo romano, cuya función era proveer a los magistrados en viaje, ser su anfitrión. La tercera etimología, muy próxima a la primera, le da a la palabra el valor original de colono o cultivador. Teniendo en cuenta que la administración civil del imperio se encomendó a la Iglesia a partir del Edicto de Milán (313), con lo que la superposición de nombres y funciones civiles y eclesiásticas fue algo frecuente; y teniendo en cuenta que un párroco es según el espíritu del derecho canónico un auténtico funcionario de la Iglesia (la provisión de plazas se hacía por oposiciones no menos reglamentadas que las de funcionarios civiles del estado), no es descabellado pensar que una parroquia era una jurisdicción administrativa (un beneficio, que se decía en el lenguaje feudal) de carácter territorial, es decir un pequeño feudo con sus rentas, al que con el tiempo se ligó indisolublemente la cura de almas (a estos se les llamaba beneficios curados). Son lo que empezó en el siglo III como beneficia (la concesión de tierras a los veteranos en pago por sus servicios) y acabaría evolucionando hacia el feudo. Y del mismo modo que las diócesis y abadías, que eran auténticos señoríos feudales llevaban aparejadas funciones espirituales, así también las parroquias, feudos menores sometidos al obispo, tuvieron que asumir la cura de almas. Recordemos que el besar la mano era un acto de homenaje debido al señor; a los párrocos se les debía este homenaje.

Respecto a cura hay que decir que en latín es tanto el sustantivo (cura, curae) como el imperativo del verbo curare (sing. cura; pl. curate). Todo el grupo léxico ha mantenido los significados de cuidar y cuidado, derivando en especial hacia la medicina (cura, curación, curandero) y hacia la conservación de alimentos, perdiéndose en cambio casi del todo el valor de cuidado genérico. Es de notar el concepto de curador (en el mismo ámbito de la tutela) relacionado con el de cura, que implica la minoría de edad de los feligreses y un cierto paternalismo.

Mariano Arnal

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