ARTICULOS - RELIGIÓN Y VALORES HUMANOS

LA CRÍA Y LA CURA DE ALMAS

No le falta fundamento real al concepto teológico de que en el momento de la conpección, Dios se cuida de crear un alma para cada nuevo miembro de la especie humana. El fundamento de esta doctrina está en el pecado original, es decir en el que dio origen al hombre. Y desde una perspectiva antropológica, el hombre empezó a serlo cuando renegó de su naturaleza animal para fundar por su cuenta y riesgo una nueva forma de entidad, en la que el alma con que la naturaleza dota a todos los animales (es decir todas las formas de conducta tan predeterminadas como los propios órganos), tenían que reprimirse bajo el imperativo de otras conductas ordenadas desde fuera de la naturaleza de cada uno, y en oposición frontal contra ella. De ahí que en el nuevo orden (que tras una etapa de suma ferocidad dio con la religión como la fórmula más eficaz para recomponerle un alma a la sociedad y al individuo), se entendiese que cada individuo nace sólo con el cuerpo, sin alma por tanto (porque la que le da la naturaleza sólo le serviría para su perdición); a diferencia de las demás especies que nacen con cuerpo y alma. Es decir que en las demás especies es la propia naturaleza, en forma de instinto, la que determina el comportamiento tanto de los individuos como del grupo, de manera que no hay derechos y deberes, no hay obligaciones; cada animal hace lo que le da la gana, aquello a que le empujan sus deseos, temores, afanes, y pasiones, teniendo el premio o el castigo de su conducta, en el acierto o en el error, en el éxito o en el fracaso, en el placer o en el dolor que se derivan de cada acto. Más aún en las especies en que la propia naturaleza ha optado por la dominación de unos y la sumisión de otros; condenando en muchas especies, si así nos place verlo, a las hembras a la esclavitud bajo el macho lìder, las obreras a la servidumbre de la reina, y a muy diversas formas de dependencia y muerte en otras especies; en todos estos casos la naturaleza misma ha cuidado de proveer a cada uno del alma que le empuja a desear comportarse de la única manera posible, y a alcanzar su cupo de felicidad en esa forma de vida con exclusión de cualquier otra; de tal modo que sería tan absurdo desear una conducta y una suerte distintas, como lo sería desear un cuerpo y unos miembros distintos. Pero no ocurre lo mismo en la especie humana, rota en dos partes asimétricas, cuyos polos son la más alta divinidad, con derecho de creación, junto a la más baja humanidad, sometida a la voluntad del señor, sin voluntad propia por tanto, es decir sin alma. Necesita pues un alma, un código de conducta que supla al corrompido que le ha dado la naturaleza. La sustancia de esa alma no es otra que la voluntad del señor. Y no nacen las almas por generación espontánea, ni en virtud del acto generador, sino que hay que crearlas de una en una, y hay que cuidarlas luego para que se mantengan en las sendas del señor. Por eso todos los pueblos han instituido sus sacerdocios, que antes de separarse la religión y la política, fueron ejercidos por los cabezas naturales del pueblo: los sumos sacerdocios, por reyes y jefes de tribus; y los sacerdocios menores por los patriarcas y padres de las gentes. Es que el alma humana hay que crearla y moldearla persona a persona. En los dioses de los pueblos están configuradas sus almas. Dios es amor, dice el más moderno diseño de nuestro Dios. Y quien permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él... A este Dios hay que cuidarlo mucho para que sea finalmente la forma del alma humana.

EL ALMANAQUE se detiene hoy en la palabra cura.

click here!