ARTICULOS - RELIGIÓN Y VALORES HUMANOS

LOS DIOSES NO DEBEN MORIR

El crepúsculo de los dioses, preludio solemne que había de ser de su muerte, quedó en señal mal interpretada. La materia espiritual (y los dioses lo son) no muere, se transforma. Al hombre le ha crecido un tanto el cuerpo, a lo largo de su historia biológica. Y le ha crecido sobre todo la masa humana total. Pero le ha crecido mucho, muchísimo más el espíritu. No estamos precisamente en una época propicia para el crecimiento del espíritu, pero tenemos acumuladas grandes reservas que nos permiten resistir el paso de los desiertos. Es como si la especie se hubiese visto obligada, como conditio sine qua non para asegurar la supervivencia (visto que no serán los instintos con que nace cada individuo los que se la van a garantizar),a resolver previamente las grandes coordenadas en que se movería su comportamiento. Tuvo que crear el lenguaje, y con él la razón y la forma específicamente humana de los sentimientos, y llenar de contenido esas facultades: la mayor de las creaciones humanas sin duda, en comparación con la cual ya nada es nada. Y lo hizo en un momento de su evolución en que se le supone mucha menos capacidad que actualmente: suposición bien gratuita, a no ser que consideremos que toda la parafernalia tecnológica en que entretenemos nuestros profundísimos vacíos, son más que las sobredichas primeras creaciones humanas. Y por si no fuese lo bastante evidente este planteamiento, resulta que en la ontogénesis humana (en la evolución de cada individuo) se reproduce el mismo fenómeno que resplandece en su filogénesis (en la evolución de la especie): en efecto, es en la primera infancia cuando se produce el mayor desarrollo mental de cada individuo, es cuando aprende a hablar, a sentir, a hacer. En comparación con lo que será capaz de conseguir más adelante, los logros de la infancia y las capacidades que en ella se han desplegado, son el momento culminante de la vida. Si no ocurre así en todas las especies, que nacen individuo por individuo con la vida resuelta, con toda la conducta predeterminada genéticamente, será forzoso admitir que en la especie humana es así, porque cada uno ha de aprender a hablar, a pensar, a sentir, a comportarse. Se trata de aprendizaje acumulativo, sea individuo por individuo, pueblo por pueblo, sea la humanidad en conjunto. Porque el hombre al nacer tiene predeterminado el cuerpo (algo condicionable según el régimen de piensos con que se le alimente), pero su alma hay que crearla y hay que moldearla persona a persona; y según sea la crianza, así será el alma, tanto la individual como la colectiva. Hay que crearlas y criarlas de una en una. A ese menester se dedican los dioses y las diosas de todos los pueblos, a criar almas, porque solas no se crían. Y todas las costumbres y las normas de vida contribuyen a contener esa alma. Por eso son tan importantes en toda cultura los ritos, los mitos, las normas de conducta, las creencias, las devociones, las esperanzas, los temores, los ideales...

Ante el fenómeno religioso de estos días, que mueve en Andalucía una multitud de casi un millón y medio de personas, y así año tras año; en un rito, el de la romería, en que se mezclan devociones y costumbres ancestrales incardinadas en la vida con una devoción concreta, el pensamiento vuela hacia las formas primitivas de la religiosidad, el culto casi animista a la divinidad más antigua, diosa y mujer y madre y naturaleza a un tiempo, cuajada hic et nunc (aquí y ahora) en la advocación de la Virgen del Rocío. Para analizar léxicamente este fenómeno, EL ALMANAQUE examina hoy la palabra devoción.

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