ARTICULOS - RELIGIÓN Y VALORES HUMANOS

ANTAGONISMO ENTRE PROGRESO Y ÉTICA

Si observamos que en política, es decir en el arte de la convivencia, oponemos progresistas a conservadores, llegamos a la raíz conceptual del problema. A los que consideran que las costumbres son ley (antaño civil, hoy sólo moral), se oponen los que creen que el apego a las costumbres es el peor enemigo del progreso. Por eso frente a la inmoralidad ha surgido la amoralidad. Sólo puede ser inmoral aquel que actúa contra sus convicciones morales; aquel que tiene una moral y no la practica. Éste es ciertamente un cuerpo extraño que daña el organismo en que vive; y por eso el cuerpo social pone contra él o contra su conducta los mecanismos de rechazo de que dispone. La inmoralidad viene a ser una de esas enfermedades episódicas inevitables, contra las que el cuerpo activa sus defensas. Contra lo que no hay defensas en cambio es contra la amoralidad. Cuando se admite que determinados postulados están por encima del bien y del mal, estamos entrando en terreno resbaladizo. Los que colocan la ciencia o el nacionalismo (por citar los dos ejemplos que tenemos más a la vista) por encima de toda ética y toda moral; y que por tanto a lo más que están dispuestos a llegar es a una constante acomodación ética a los intereses de los respectivos mitos; éstos ya no son una enfermedad pasajera, sino estructural. Son como la aluminosis en los edificios, que acaba pasando una factura muy cara, a menudo inasumible. Y tal como la inmoralidad es fustigada y acosada, y por eso suele buscar la sombra y el incógnito, la amoralidad muy al contrario se proclama y se defiende desde todas las tribunas, y reclama respeto y trato de igualdad con la moralidad. No sólo eso, sino que cuenta con mayor resonancia y más promoción, puesto que se la asocia con la audacia política en el caso del nacionalismo, y con el progreso en el caso de la ciencia. No es de extrañar que estén reñidos, e incluso que se lleven fatal la moral (lo mismo, dicho en griego, se llama ética) y el progreso; cualquier tipo de progreso, cualquier voluntad de cambiar el statu quo en que uno se encuentra, choca frontalmente contra lo que hay. Es la pugna constante entre dos conceptos antagónicos que tampoco pueden ir a muerte el uno contra el otro. Sin duda la cuestión no es tanto de sustancia, como de ritmos. Hasta lo más estable, que son las especies en lo más próximo, y el mismo universo en lo más remoto sufre sus cambios, pero a ritmos que no ponen en peligro la estabilidad del sistema. En cambio la especie humana está empeñada en una evolución superacelerada, que nos puede llevar al gran trastazo irreversible en uno de esos acelerones por adelantar a los competidores en esta loca carrera. La amoralidad en la manipulación de la vida de la especie (porque es la especie lo que nos estamos jugando y no los individuos, como pretenden hacernos creer), les puede salir a nuestros nietos a un precio de muerte. El mundo feliz que ideó Huxley, o cualquier variación del mismo, empieza a estar demasiado cerca. Empezamos, cómo no, por razones de salud y luego serán la salud preventiva y la higiene genética. Eso contando con que no haya fallos técnicos; con que no se produzcan efectos imprevisibles a corto plazo. Cualquier error genético generalizado justificará la intervención genética generalizada para enderezar el entuerto, y ya estaremos en la nueva dimensión. ¿Y quién nos pondrá a salvo de esos posibles errores? No por la precipitación el protagonismo y la ambición con que se está actuando.

EL ALMANAQUE, bajo el neologismo bioética, examina el empeño de unos pocos por embridar al caballo desbocado de la investigación genética.

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