SIGMUND FREUD OBRAS COMPLETAS

 


XX PSICOPATOLOGÍA DE LA VIDA COTIDIANA 1900-1901 [1901]

XII. -DETERMINISMO, CREENCIA EN LA CASUALIDAD Y EN LA SUPERSTICIÓN.
CONSIDERACIONES


Como resultado general de todo lo expuesto puede enunciarse el siguiente principio: Ciertas insuficiencias de nuestros funcionamientos psíquicos -cuyo carácter común determinaremos a continuación más precisamente- y ciertos actos aparentemente inintencionados se demuestran motivados y determinados por motivos desconocidos de la consciencia cuando se los somete a la investigación psicoanalítica.
Para ser incluido en el orden de fenómenos a los que puede aplicarse esta explicación, un funcionamiento psíquico fallido tiene que llenar las condiciones siguientes:

a) No exceder de cierta medida fijamente establecida por nuestra estimación y que designamos con los términos «dentro de los límites de lo normal».
b) Poseer el carácter de perturbación momentánea y temporal. Debemos haber ejecutado antes el mismo acto correctamente o sabernos capaces de ejecutarlo así en toda ocasión. Si otras personas nos rectifican al presenciar nuestro acto fallido, debemos admitir la rectificación y reconocer en seguida la incorrección de nuestro propio acto psíquico.

c) Si nos damos cuenta del funcionamiento fallido, no debemos percibir la menor huella de una motivación del mismo, sino que debemos inclinarnos a explicarlo por «inatención» o como «casualidades».
Quedan, pues, incluidos en este grupo los casos de olvido, los errores cometidos en la exposición de materias que nos son perfectamente conocidas, las equivocaciones en la lectura y las orales y gráficas, los actos de término erróneo y los llamados actos casuales, fenómenos todos de una gran analogía interior. La explicación de todos estos procesos psíquicos tan definidos está ligada con una serie de observaciones que poseen en parte un interés propio.


A. -No admitir la existencia de representaciones de propósito definido como explicación de una parte de nuestros funcionamientos psíquicos supone desconocer totalmente la amplitud de la determinación en la vida psíquica. El determinismo alcanza aquí, y también en otros sectores, mucho más allá de lo que sospechamos. En 1900 leí un ensayo, publicado por el historiador de literatura R. M. Meyer en el Zeit, en el que se mantenía, ilustrándola con ejemplos, la opinión de que era completamente imposible componer intencionada y arbitrariamente algo falto en absoluto de sentido. Desde hace mucho tiempo sé que no es posible pensar un número ni un nombre con absoluta y total libertad voluntaria. Si se examina una cantidad cualquiera y de cualquier número de cifras, pronunciada con una aparente arbitrariedad y sin relacionarla con nada, se demostrará su estricta determinación, cuya existencia no se creía posible. Explicaré primero un ejemplo de nombre propio «arbitrariamente escogido» y luego otro análogo de una cifra «lanzada al azar».

1) Hallándome ocupado en redactar el historial de una paciente para publicarlo, me detuve a pensar qué nombre le daría a mi relato. La elección parecía fácil, dado el gran campo que para ella se me presentaba. Algunos nombres quedaban desde luego excluidos, entre ellos el verdadero, los pertenecientes a personas de mi familia, Ios cuales no me hubiera agradado usar, y, por último, algunos otros nombres femeninos poco o nada usuales. Era, pues, de esperar, y así lo esperaba yo, que se presentara a mi disposición toda una legión de nombres de mujer. Mas, en vez de esto, no emergió en mi pensamiento más que uno solo: Dora, sin que ningún otro lo acompañase. Entonces me pregunté cuál sería su determinación. ¿Quién se llamaba Dora? Mi primera ocurrencia fue la de que así se llamaba la niñera que estaba al servicio de mi hermana, ocurrencia que en un principio estuve a punto de rechazar como falsa. Pero poseo tanto dominio de mí mismo en estas cuestiones, o tanta práctica en analizar; que conservé con firmeza dicha idea y seguí dándole vueltas.

En seguida recordé un pequeño incidente ocurrido la noche anterior y que me reveló la determinación buscada. Sobre la mesa del comedor de casa de mi hermana había visto una carta dirigida a la señorita Rosa W. Extrañado, pregunté quién de la casa se llamaba así, y se me dijo que el verdadero nombre de la niñera, a la que Ilamaban Dora, era Rosa, pero que al entrar al servicio de mi hermana había tenido que cambiárselo para evitar confusiones, pues mi hermana se Ilamaba también Rosa. Al oír esto había dicho yo compasivamente: «¡Pobre gente! Ni siquiera pueden conservar su nombre.» Como ahora recordaba, permanecí luego un rato en silencio y me abstraje en graves reflexiones, cuyo contenido se sumió después en la oscuridad, pero fácilmente pude luego hacer volver a la consciencia. Cuando al día siguiente comencé a buscar un nombre para una persona que no debía conservar el suyo propio, no se me ocurrió otro que Dora. Esta exclusividad reposaba en una firme conexión del contenido, pues en la historia de mi paciente intervenía con una influencia decisiva la persona de una sirvienta, un ama de llaves.

Este pequeño incidente tuvo años después una inesperada continuación. Al exponer en cátedra la ya publicada historia patológica de la muchacha a quien yo había dado el nombre de Dora, se me ocurrió que una de las dos señoras que acudían a mis conferencias llevaba este mismo nombre, que tantas veces había yo de pronunciar en mis lecciones, ligándolo a las cosas más diversas, y me dirigí a mi joven colega, a la que conocía personalmente, con la excusa de que no había pensado en que se llamaba así, pero que estaba dispuesto a sustituir en mi conferencia dicho nombre por otro. Tenía, pues, que escoger rápidamente otro nombre, y al hacerlo pensé que debía evitar elegir el de la otra oyente y dar de este modo a mis colegas, ya versados en psicoanálisis, un mal ejemplo. Así, pues, me quedé muy satisfecho cuando, como sustitutivo de Dora, se me ocurrió el nombre de Erna, del cual hice uso en la conferencia. Después de ésta me pregunté de dónde provendría tal nombre, y tuve que echarme a reír cuando vi que la posibilidad temida había vencido, por lo menos parcialmente, al escoger el nombre sustitutivo. La otra oyente se llamaba de apellido Lucerna, del cual es Erna una parte.

2) En una carta a un amigo mío le comunicaba que había dado fin a la corrección de mi obra La interpretación de los sueños y que ya no cambiaría nada en ella, «aunque luego resultase que contenía 2.467 erratas». En cuanto escribí esta frase intenté aclarar la aparición de la cifra en ella contenida y añadí a mi carta en calidad de posdata, el pequeño análisis realizado. Lo mejor será copiar aquí dicha posdata, tal y como fue escrita recién verificado el análisis:

«Añadiré brevemente una contribución más a la psicopatología de la vida cotidiana. Habrás encontrado en mi carta la cifra 2.467, como representativa de una jocosa estimación arbitraria de las erratas que podrán aparecer en la edición de mi Interpretación de los sueños. Quería indicar una gran cantidad cualquiera y se presentó aquélla espontáneamente. Pero en lo psíquico no existe nada arbitrario ni indeterminado. Por tanto, esperarás, y con todo derecho, que lo inconsciente se haya apresurado en este caso a determinar la cifra que la consciencia había dejado libre. En efecto, pero antes había leído en el periódico que el general E. M., persona que me inspira un determinado interés, había pasado a la reserva con el empleo de inspector general de Artillería.


En la época en que, siendo estudiante de Medicina, cumplía mi servicio militar en calidad de sanitario vino una vez E. M., entonces coronel, al hospital y dijo al médico: `Tiene usted que curarme en ocho días. Estoy encargado de una misión cuyo resultado espera el emperador.' Desde aquel día me propuse seguir el curso de la carrera de aquel hombre, y he aquí que hoy (1899) ha Ilegado al fin de la misma y pasa a la reserva con el grado antes dicho. Al leer la noticia quise calcular en cuánto tiempo había recorrido este camino y acepté como punto de partida el dato de que cuando le conocí en el hospital era el año 1882. Habían, pues, pasado diecisiete años. Relaté todo esto a mi mujer, la cual observó: `Entonces tú también debías estar ya en el retiro', ante lo que protesté exclamando: `¡Dios me libre!' Después de esta conversación me puse a escribirte. La anterior cadena de pensamientos continuó, sin embargo, su camino, muy justificadamente por cierto, pues mi cálculo había sido erróneo. Mi memoria me proporciona ahora un firmísimo punto de referencia, consistente en el prerrecuerdo de que celebré, estando arrestado por haberme ausentado sin permiso, mi mayoría de edad; esto es, el día en que cumplí los 24 años. Por tanto, el año de mi servicio militar fue el de 1880, y desde entonces han transcurrido diecinueve años y no diecisiete, como creí primero. Ya tienes aquí el número 24, que forma parte de 2.467. Toma ahora el número de años que tengo hoy: 43; añade 24, y tendrás 67, la segunda parte de la cifra arbitraria. Esto quiere decir que, al oír la pregunta de mi mujer sobre si desearía retirarme yo de la vida activa, me deseé en mi fuero interno veintitrés años de trabajo. Seguramente me irritaba el pensamiento de que en el intervalo durante el cual había seguido el curso de la carrera del coronel M. no había hecho yo, por mi parte, toda la labor que hubiera deseado y, por otro lado, experimentaba una sensación como de triunfo al ver que para él había terminado todo, mientras que yo lo tenía aún ante mí. Podemos, pues, decir con absoluto derecho que ni uno solo de los elementos de la cifra 2.467 carecía de su determinación inconsciente.»

Después de este primer ejemplo de interpretación de una cantidad arbitrariamente elegida en apariencia, he repetido muchas veces igual experimento con idéntico resultado; pero la mayoría de tales casos son de un contenido tan íntimo, que no es posible publicarlo.
3) Por esta misma razón no quiero dejar de exponer aquí un interesantísimo análisis de «cantidad arbitraria», comunicado al doctor Alfred Adler (Viena) por un individuo conocido suyo y perfectamente sano: A. me escribe:

«Anoche me dediqué a leer la Psicopatología de la vida cotidiana, y la hubiera terminado si no me lo hubiera impedido una curiosa incidencia. Al llegar a la parte en que se dice que todo número que con aparente arbitrariedad hacemos surgir de nuestra consciencia tiene una significación bien definida, resolví hacer una prueba de ello. Se me ocurrió el número 1.734. Rápidamente aparecieron las siguientes asociaciones: 1.734 : 17 = 102; 102 : 17 = 6. Después separé el número en 17 y 34. Tengo 34 años y, como ya creo haberle dicho a usted, considero esta edad como el último año de la juventud, lo cual hizo que el día de mi pasado cumpleaños me sintiera grandemente melancólico. Al final de mis 17 años comenzó para mí un bello e interesante período de mi desarrollo espiritual. Tengo el principio de dividir mi vida en períodos de 17 años. ¿Qué significan, pues, las divisiones efectuadas? Mi asociación al número 102 fue el volumen 102 de la Biblioteca Universal Reclam, volumen que contiene la obra de Kotzebue titulada Misantropía y remordimientos.

Mi actual estado psíquico es en realidad de misantropía y remordimiento. El volumen número 6 de la Biblioteca (sé de memoria las obras que corresponden al número de orden de muchos volúmenes) contiene la Culpa, de Müllner. El pensamiento de que por mi `culpa' no he llegado a ser todo lo que conforme a mis aptitudes hubiera podido es algo que me atormenta de continuo. La asociación siguiente fue que el volumen número 34 de la Biblioteca Universal contenía una narración del mismo Müllner titulada Der Kaliber. Dividí esta palabra en Ka-liber, y mi primera asociación fue el pensamiento de que en ella se contenían otras dos, `Ali' y `Kali' (potasa). Esto me recordó que una vez estaba jugando con mi hijo Ali, niño de seis años, a componer aleluyas y le dije que buscase una palabra que rimase con Ali. No se le ocurrió ninguna, y al pedirme que se la dijese yo, le hice la frase siguiente: «Ali se lava la boca con hipermanganato de potasa (Kali).' Nos reímos los dos mucho de esta ocurrencia, y Ali fue muy bueno aquel día. En estos últimos días me ha disgustado averiguar que mi hijo no ha sido un buen Ali (ka [kein] lieber Ali).

Al llegar a este número me pregunté: `¿Qué obra es la contenida en el número 17 de la Biblioteca Universal?', y no pude recordarla. Sin embargo, estoy seguro de que antes lo sabía perfectamente y, por tanto, tuve que admitir que lo había querido olvidar por algún motivo. Todo esfuerzo para recordarlo fue inútil. Quise seguir leyendo, pero no pude hacerlo más que mecánicamente y sin conseguir enterarme de una sola palabra, pues el tal número 17 continuaba atormentándome. Apagué la luz y seguí buscando. Por fin se me ocurrió que el volumen 17 tenía que contener una obra de Shakespeare. Pero ¿cuál? Se me vino a las mientes Hero y Landro, mas vi en seguida claramente que esta idea era tan sólo un insensato intento de mi voluntad de apartarme del camino. Resolví levantarme de la cama para consultar el catálogo de la B. U. y hallé en él que el volumen 17 contenía el Macbeth. Para mi sorpresa descubrí que, a pesar de haber leído esta obra con igual detenimiento e interés que las demás tragedias shakespearianas, no recordaba casi nada de ella. Las asociaciones fueron tan sólo: asesino, lady Macbeth, hechiceras, `lo bello es feo' y el recuerdo de haber hallado muy bella la traducción que de esta obra hizo Schiller. Sin duda he querido olvidar el Macbeth. Después se me ocurrió aún que 17 y 34 divididos por 17 dan como cocientes 1 y 2, respectivamente. Los números 1 y 2 de la B. U. corresponden al Fausto, de Goethe. Siempre he hallado en mí algo semejante a este personaje.»

Debemos lamentar que la discreción del médico no nos haya permitido penetrar en la profunda significación de esta serie de asociaciones. Adler observa que el sujeto no consiguió realizar la síntesis de su análisis. No nos habrían parecido éstas dignas de comunicarse si en su continuación no surgiese algo que nos da la clave para la comprensión del número 1.734 y de toda la serie de asociaciones:
«Esta mañana me sucedió algo que habla muy en favor de la verdad de la teoría freudiana. Mi mujer, a la que había despertado por la noche cuando me levanté a consultar el catálogo de la Biblioteca Universal, me preguntó qué es lo que había tenido que buscar en aquél a tales horas. Yo le relaté toda la historia, y ella encontró que todo aquello era un embrollo, menos -cosa muy interesante- lo referente a mi aversión hacia el Macbeth. Luego añadió que a ella no se le ocurría nada cuando pensaba en un número, y yo le respondí: `Vamos a hacer la prueba'. Mi mujer nombró el número 117, y en cuanto lo oí repuse: `17 está en relación con lo que te acabo de contar y, además, recuerda que ayer te dije: Cuando una mujer tiene 82 años y su marido 35, el matrimonio resulta una equivocación irritante.' Desde días atrás venía yo haciendo rabiar a mi mujer con la broma de que parecía una viejecita de 82 años. 82 + 35 = 117.»

El marido, que no había conseguido determinar su propio número, encontró, en cambio, inmediatamente la solución cuando su mujer le expresó otro, arbitrariamente elegido en apariencia. En realidad, la mujer había hallado con gran acierto de qué complejo provenía el número de su marido y escogió el número propio tomándolo del mismo complejo, que con seguridad era común a ambos, dado que se trataba de la proporción de sus edades respectivas. Ahora nos es ya fácil interpretar el número escogido por el marido. Como Adler indica, desarrollado, diría lo siguiente: «Para un hombre de treinta y cuatro años, como yo, lo que le conviene es una mujer de diecisiete.»

Con el fin de que no se piense demasiado despectivamente de estos «entretenimientos», añadiré aquí que, según me ha comunicado hace poco el doctor Adler, el individuo referido se separó de su mujer un año después de la publicación del anterior análisis.
Análogas explicaciones da Adler para el origen de números obsesivos.
4) La elección de los llamados «números favoritos» no deja tampoco de estar en relación con la vida del sujeto y presenta un cierto interés psicológico.

Un señor que reconocía su especial predilección por los números 17 y 19 pudo explicarla después de corta meditación, diciendo que a los diecisiete años fue cuando comenzó su independiente vida universitaria, durante largo tiempo deseada, y que a los diecinueve emprendió su primer viaje importante e hizo poco después de éste su primer descubrimiento científico. La fijación de su predilección por dichos números no se verificó, sin embargo, hasta dos lustros después, cuando aquéllos adquirieron asimismo una relación importante con su vida erótica. También a aquellos números que con aparente arbitrariedad se pronuncian frecuentemente en relación con determinados contextos puede hallárseles, por medio del análisis, un sentido inesperado. Así sucedió a uno de mis clientes, que solía exclamar cuando se hallaba impaciente o disgustado: «Esto te lo he dicho ya diecisiete o treinta y seis veces», y quiso saber si para la aparición constante de dichas cifras de la misma clase existía alguna motivación. En cuanto reflexionó sobre ello se le ocurrió que había nacido el día 27 de un mes y su hermano menor el 26 de otro, y que podía quejarse de que el Destino le había robado muchos bienes vitales para concedérselos a su hermano pequeño. Así, pues, representaba esta parcialidad del Destino restando diez de la fecha de su nacimiento y agregándolos a la de su hermano. «Soy el mayor y, sin embargo, he sido disminuido.»

5) Insisto en estos análisis de ocurrencias de números porque no conozco otra clase de observaciones individuales que demuestren tan claramente la existencia de procesos mentales de tan gran coherencia y que, sin embargo, permanezcan desconocidos para la consciencia, ni ejemplo mejor de análisis en los que no pueda intervenir para nada la cooperación del médico (sugestión), a la que con tanta frecuencia se atribuyen los resultados de otros experimentos psicoanalíticos. Por tanto, comunicaré aquí, con la autorización del interesado, el análisis de una ocurrencia de número de un paciente mío, del cual no tengo necesidad de dar más datos que los de que era el menor de una serie de hermanos y que su padre, al que él quería y admiraba mucho, había muerto siendo él aún un niño. Hallándose en un sereno y alegre estado de ánimo, dejó que se le ocurriese el número 426718 y se preguntó: «Vamos a ver, ¿qué es lo que se me ocurre ante este número? En primer lugar, el siguiente chiste que oí una vez: Cuando se tiene un constipado y se llama al médico, le dura a uno 42 días, y si no se llama al médico ni se ocupa uno de la enfermedad, 6 semanas.» Esto corresponde a las primeras cifras del número 42 = 6 7. Después de esta primera solución no pudo ya mi paciente seguir adelante, y yo le ayudé llamándole la atención sobre el hecho de que en el número de seis cifras por él escogido existían los ocho primeros números, a excepción del 3 y del 5. Entonces halló en seguida la continuación del análisis. «Somos -dijo- 7 hermanos, yo el más pequeño de todos. El número 3 corresponde en esta serie a mi hermana A., y el 5 a mi hermano L. Ambos se gozaban en hacerme rabiar cuando todos éramos niños, y por entonces acostumbraba yo rogar a Dios, todas las noches, que quitase la vida a mis dos atormentadores. En el caso actual me parece haber realizado este deseo por mí mismo. En efecto, 3 y 5, el perverso hermano y la odiada hermana, han desaparecido.» «Entonces -observé yo-, si el número por usted expresado quiere significar la serie de hermanos, ¿a qué viene el 18 que aparece al final? Ustedes no son más que 7.» «He pensado muchas veces -me replicó mi paciente- que si mi padre hubiera vivido más tiempo, no hubiera sido yo el menor de mis hermanos. Si hubiese nacido uno más, hubiéramos sido 8, y yo hubiera tenido detrás de mí un hermanito con quien poder hacer de hermano mayor.»

Con esto quedó explicado el número que se le había ocurrido; pero nos quedaba todavía que reconstituir la conexión entre la primera y la segunda parte del análisis, cosa que nos fue fácil partiendo de la condición necesaria a las últimas cifras; esto es, que el padre hubiera vivido más tiempo; 42 = 67 significaba la burla contra los médicos que no habían podido impedir la muerte del padre, y, por tanto, expresaba de esta forma el deseo de que el padre hubiese continuado viviendo. El número total correspondía, en realidad, a la realización de sus dos deseos infantiles relativos a sus círculo familiar: la muerte de los dos perversos hermanos y el nacimiento de un hermanito, deseos que pueden concretarse en la frase siguiente: «¡Cuánto mejor sería que hubieran muerto mis dos hermanos en lugar de mi querido padre!».

6) Un pequeño ejemplo que me ha sido comunicado por uno de mis corresponsales. El jefe de Telégrafos de L. me escribió que su hijo, un muchacho de dieciocho años y medio, que deseaba estudiar Medicina, se ocupa ya de la Psicopatología de la vida cotidiana, e intentaba convencer a sus padres de la verdad de mis teorías. Doy aquí uno de sus intentos, sin juzgar la discusión que hace del caso:
«Mi hijo hablaba con mi mujer de lo denominado casual y le explicaba que le sería imposible citar una sola poesía o un solo número que puediese considerarse que se le había ocurrido por completo casualmente. Sobre esto se desarrolló la conversación que sigue:

El hijo. -Dime un número cualquiera.
La madre. -79.
-¿Qué se te ocurre en relación con él?
-Pienso en un precioso sombrero que vi ayer.
-¿Cuánto costaba?
-158 marcos.
-Ahí lo tenemos: 158 : 2 = 79. Te pareció muy caro el sombrero y pensaste seguramente: `Si costase la mitad, me lo compraría.'
Con esta opinión de mi hijo alegué, en primer lugar, la objeción de que las señoras no suelen estar muy fuertes en matemáticas y que lo más seguro era que su madre no había visto claramente que 79 era la mitad de 158, deduciéndose de esto que su teoría suponía que lo subconsciente calculaba mejor que la consciencia normal. Mi hijo me respondió: `Nada de eso. Aun concediendo que mamá no haya hecho el cálculo de 158 : 2 = 79, puede muy bien haber visto en algún lado esta igualdad o también haberse ocupado en sueños del sombrero y haberse dicho: `¡Cuán caro sería, aunque no costase más que la mitad!'»

7) De la obra de Jones, tantas veces citada (pág. 478), tomo el siguiente análisis de un número: Un conocido del autor dijo al azar el número 986 y le desafió a que lo refiriera a un pensamiento suyo. «La primera asociación del sujeto fue el recuerdo de un chiste que hacía ya mucho tiempo había olvidado. Seis años antes, en el día más caluroso del verano, había dado un periódico la noticia de que el termómetro había alcanzado 986º Fahrenheit, grotesca exageración de la cifra real de 98º 6. Durante esta conversación nos hallábamos sentados ante una chimenea en la que ardía gran fuego, del que el sujeto se había retirado, expresando luego, no sin razón, que el calor que sentía era lo que le había hecho recordar la anécdota referida. Sin embargo, yo no me di por satisfecho tan fácilmente y pedí que me explicase cómo aquel recuerdo había quedado tan fuertemente impreso en él. Entonces me dijo que la chistosa errata le había hecho reír de tal manera, que no podía dejar de divertirle aún cada vez que la recordaba. Mas como yo no encontraba que el error fuese en realidad tan gracioso, me confirmé cada vez más en mi sospecha de que detrás de todo aquello había algún sentido oculto. Su siguiente pensamiento fue el de que la representación del calor había sido siempre muy importante para él. El calor era lo más importante del mundo, la fuente de toda la vida, etc. Tal entusiasmo en un joven tímido en general no dejó de parecerme sospechoso, y le rogué que continuase sus asociaciones. La primera de éstas se refirió a la chimenea de una fábrica que él veía desde la ventana de su alcoba. Por las noches acostumbraba fijar su vista en ella, meditando en la lamentable pérdida de energía que suponía el no haber medio de utilizar el calor que con el humo y las chispas que por ella salían se desperdiciaba. Calor, fuego, fuente de vida, energía perdida al salir por un tubo: no era difícil adivinar por estas asociaciones que la representación `calor y fuego' estaba ligada en él con la representación del amor, como sucede habitualmente en el pensamiento simbólico, y que su ocurrencia numérica había sido motivada por un fuerte complejo de masturbación.»


Aquellos que quieran adquirir un conocimiento preciso de cómo se elabora en el pensamiento inconsciente el material numérico, pueden consultar el trabajo de C. G. Jung titulado Contribuciones al conocimiento de los sueños de números (Zentralblatt für Psychoanalyse, I, 1912) y otro de E. Jones: Unconscious manipulations of numbers (Íbid., II, 5, 1912).
En análisis de este género personales me han llamado especialmente la atención dos hechos: primero, la seguridad de sonámbulo, con lo cual voy derecho siempre al fin desconocido para mí, sumiéndome en una reflexión matemática que llega de repente al número buscado, y la rapidez con la que se verifica toda la labor subsiguiente; y segundo, el hecho de que los números se presenten con tan gran facilidad a la disposición de mi pensamiento inconsciente, siendo como soy un desastroso matemático y costándome las mayores dificultades poder recordar conscientemente fechas, números de casas y datos análogos. Además en estas operaciones mentales inconscientes con cifras encuentro en mí una tendencia a la superstición, cuyo origen ha permanecido durante largo tiempo desconocido para mí.

No ha de sorprendernos hallar que no sólo las ocurrencias espontáneas de números, sino también las de palabras de otro orden, se demuestran al ser sometidas al análisis como perfectamente determinadas.
8) Jung nos presenta un precioso ejemplo de derivación de una palabra obsesiva (Diagnost. Assoziationsstudien, IV, página 215, 1906: «Una señora me relató que desde hacía algunos días se le venía constantemente a la boca la palabra Taganrog, sin que tuviese la menor idea de cuál podría ser la causa de esta obsesión. A mi pregunta sobre qué sucesos importantes le habían acaecido y qué deseos reprimidos había tenido en los días anteriores, respondió, después de vacilar un poco, que le hubiera gustado mucho comprarse una bata de levantarse (Morgenrock), pero que su marido no parecía muy inclinado a satisfacerla. Morgenrock (bata de levantarse) y Taganrog tienen no sólo una semejanza de sonido, sino también, en parte, de sentido. (Morgen-mañana, Tag-día, Rock-traje.) La determinación de la forma rusa Taganrog provenía de que la señora había conocido por aquellos días a una persona residente en dicha ciudad eslava.»

9) Al doctor E. Hitschmann debo la solución de otro caso, en el cual un verso se presenta espontáneamente en la memoria del sujeto siempre que éste pasaba por determinado lugar geográfico y sin que apareciesen visibles su origen y sus relaciones.
Relato del señor E., doctor en Derecho: «Hace seis años iba yo desde Biarritz a San Sebastián. La línea férrea pasa sobre el Bidasoa, que en aquel sitio constituye la frontera entre Francia y España. Desde el puente que atraviesa dicho río se goza de una preciosa vista. A un lado, un amplio valle que termina en los Pirineos, y al otro, el mar. Era un bello y claro día estival todo lleno de luz y de sol, y yo me hallaba en viaje de vacaciones, muy contento de ir a visitar España. En este lugar y esta situación se me ocurrieron de repente los siguientes versos: Pero el alma está ya libre, -flotando en un mar de luz.

Recuerdo que pensé entonces de dónde procederían tales versos, sin serme posible averiguarlo. Dado su ritmo, tenían aquellas frases que tomar parte de una poesía, pero el resto de ésta y hasta el título y autor habían desaparecido por completo de mi memoria. También creo que después, habiendo vuelto a recordarlos repetidas veces, pregunté sobre ellos a diversas personas, sin que nadie me sacase de dudas.
El año pasado volví a recorrer igual camino a mi regreso de otro viaje por España. Era noche cerrada y oscura y estaba lloviendo. Miré por la ventanilla para ver si estábamos ya cerca de la frontera y me di cuenta de que nos hallábamos en el puente sobre el Bidasoa. Inmediatamente volvieron a emerger en mi memoria los versos mencionados, sin que tampoco pudiera acordarme de su origen.

Varios meses después cogí en casa un tomo de poesías de Uhland, y al abrirlo se presentaron ante mi vista los versos Pero mi alma está ya libre, -flotando en un mar de luz, que constituyen el final de una composición titulada El peregrino. Leí ésta y recordé muy oscuramente haberla conocido muchos años atrás. El lugar de la acción es España, y ésta me pareció ser la única que el verso recordado tenía con el lugar en que había emergido en mi memoria. No me quedé muy satisfecho con tal descubrimiento y seguí hojeando el libro. Los versos Pero el alma está ya libre, etc., eran los últimos de una página, y al dar la vuelta a la hoja encontré que la poesía que comenzaba en la página siguiente se titulaba El puente del Bidasoa.

Quiero observar aún que el contenido de esta poesía me pareció todavía más desconocido que el de la primera, y que las palabras con que comienza son las siguientes: Sobre el puente del Bidasoa está en pie un anciano santo, bendiciendo a su derecha las montañas españolas y a su izquierda los valles franceses.»

B. -Esta comprensión de la determinación de nombres y números elegidos arbitrariamente en apariencia puede, quizá, contribuir al esclarecimiento de otro problema. 

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EL ALMANAQUE   PSICOLOGÍA - PSICOANÁLISIS