María E. Fingermann
La clínica psicoanalítica apunta a
modificar el sufrimiento que padece un paciente. A ese sufrimiento
se lo llama Goce, y la forma de modificarlo es hacerlo pasar por el
filtro de la palabra. A partir de la palabra se puede aliviar el
sufrimiento del síntoma, ese es el gran descubrimiento del
psicoanálisis.
El síntoma es
aquello de lo que se padece, de lo que se sufre; es lo que hace que
vivir la vida resulte imposible. Es no encontrar satisfacción en
nada o procurar la insatisfacción en todo.
Son aquellas acciones que realizamos y no nos procuran ningún
placer, esos pensamientos que nos castigan en los momentos de
felicidad. El síntoma es un iceberg enorme que nos aplasta con su
tremendo peso, que posee una parte visible para aquel que tenga
ojos para ver y otra invisible, sumergida en las profundidades de
nuestro “ser”, oculta, latente, dormida, pero siempre presta a
hacerse oír para aquel que tenga oídos para escuchar. Y para
escuchar esta el psicoanalista.
La labor de un psicoanalista
consistirá en una operación de desocultamiento, de descifrado de lo
que hay de oculto en el síntoma. De-velando el misterio de lo
oculto, corriendo el velo de las apariencias detrás del que el
sujeto se escondía, se va perdiendo el pesado lastre que fijaba a
ese paciente a un sufrimiento fantasmatico.
El síntoma del
que sufre un sujeto se va transformando en el transcurso de un
tratamiento psicoanalítico.
Esa transformación atraviesa momentos diferentes a lo largo de la
cura.
En un primer momento el síntoma no es
advertido como tal por aquel que lo padece. La persona ( del griego
persona es mascara o careta) no lo reconoce como síntoma, es cuando
alguien dice: - “es mi forma de ser”, “yo soy así”. En este primer
momento el síntoma es inabordable para el psicoanálisis, el sujeto
no se interroga acerca del malestar que le trae aparejado ser así o
de porque hace las cosas que hace. Algo debe ocurrir en la vida
cotidiana de esa persona para que pueda llegar a interrogarse acerca
de la causa, que comience a notar al síntoma como algo ajeno que le
procura padecimiento, y que pueda llegar a preguntarse: -“¿porque
hago esto?,” o “¿qué es lo que me esta pasando?”.
De esta forma
pasamos al segundo momento del síntoma. Aquí el sujeto se angustia,
advierte que eso que a el le pasa es un síntoma, en el cual él algo
tiene que ver. En este punto se produce un sismo en la vida de ese
sujeto, una vacilación de aquellas cosas que daban sentido al vivir
hasta ese instante, hay algo sin-sentido que irrumpe y golpea en la
débil mascara que se había construido esa persona para ocultar –se.
Sin-sentido que irrumpe de diferentes formas, en “la perdida de
aquel para el que representábamos algo”, muerte, separación, olvido,
omisión, culpa, angustia, depresión, o el “
que hacer con esta pena que es tan tuya” o “que soy ahora que no
estas”.
El tercer
momento del síntoma consiste en el pedido de ayuda, acudir a alguien
que sepa acerca de eso que a el le pasa. Ahora el sujeto desea
desembarazarse de ese sufrimiento, hacer otra cosa que padecer y
para ello realiza un pedido al psicoanalista de que lo libere de ese
malestar.
Hasta aquí los momentos del síntoma
que precipitan a un sujeto a pedir ayuda a “UN” psicoanalista, que
no será cualquiera. Ese “UN” será aquel que pueda encausar, a partir
de su escucha y su interpretación, la dirección que deberá tomar la
cura.
Encausar es
asumir la causa, brindarse como causa, pero no es caer en la
infatuación de creer- ser- la- causa.
Si usted desea hacer alguna consulta o
sugerencia,
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muchas gracias y hasta la próxima.