POEMAS Y POETAS IMPRESCINDIBLES 1 - 2 - 3


 


�QUE LASTIMA!

�Qu� l�stima!
Que yo no pueda cantar a la usanza de este tiempo
lo mismo que los poetas que hoy cantan!

�Qu� l�stima que yo no pueda entonar
con una voz engolada esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!
�Qu� l�stima que yo no tenga una patria!

S� que la historia es la misma,
la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra,
desde una raza a otra raza,
como pasan esas tormentas de est�o
desde �sta a aquella comarca.

�Qu� l�stima que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!
Deb� nacer en la entra�a en la estepa castellana

Y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada:
Pas� los d�as azules de mi infancia en Salamanca,
Y mi juventud, una juventud sombr�a, en la monta�a.

Despu�s ... ya no he vuelto a echar el ancla
y ninguna de estas tierras me levanta ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo r�o que pasa rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.

�Qu� l�stima que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa en que guardara,
a m�s de otras cosas raras,
un sill�n viejo de cuero, una mesa apolillada
y el retrato de un mi abuelo
que ganara una batalla.
�Qu� l�stima que yo no tenga un abuelo
que ganara una batalla, retratado
con una mano cruzada en el pecho,
y la otra mano en el pu�o de la espada!

�Qu� l�stima que yo no tenga siquiera una espada!
Porque ....�qu� voy a cantar
si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo
que ganara una batalla,
ni un sill�n viejo de cuero,
ni una mesa, ni una espada?

�Qu� voy a cantar si soy
un paria que apenas tiene una capa!
Sin embargo...en esta tierra de Espa�a
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo tambi�n.
Y todo mi ajuar se halla en una sala muy amplia
y muy blanca que est� en la parte m�s baja
y m�s fresca de la casa. Tiene una luz muy clara
esta sala tan amplia  y tan blanca...

Una luz muy clara que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana vengo todas las ma�anas.
Aqu� me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas leyendo en mi libro y viendo
c�mo pasa la gente al trav�s de la ventana.

Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
ese pastor que va detr�s de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga de le�a en la espalda,
esos mendigos que vienen
arrastrando sus miserias de Pastrana,
y esa ni�a que va a la escuela de tan mala gana.

�Oh, esa ni�a! Hace un alto en mi ventana siempre,
y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
�Qu� gracia tiene su cara en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me r�o mucho mir�ndola
y la digo que es una ni�a muy guapa...
Ella entonces me llama �tonto!, y se marcha.
�Pobre ni�a! Ya no pasa por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de mala gana,
ni se para en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
Que un d�a se puso mala, muy mala,
y otro d�a doblaron por ella a muerto las campanas.

Y en una tarde muy clara, por esta calle tan ancha,
al trav�s de la ventana, vi c�mo se la llevaban
en una caja muy blanca... En una caja muy blanca
que ten�a un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la ve�a la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana ...
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre
el cristalito de aquella caja tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por este cristal de mi ventana ...
Y la muerte tambi�n pasa...

�Qu� l�stima!
Que no pudiendo cantar otras haza�as,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo
que ganara una batalla,
ni un sill�n viejo de cuero,
ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria que apenas tiene una capa...
venga forzado a cantar, cosas de poca importancia!

Le�n Felipe

 

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ROMERO SOLO

Ser en la vida romero,
romero s�lo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin m�s oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero..., s�lo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez s�lo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos
para que nunca recemos
como el sacrist�n los rezos,
ni como el c�mico viejo
digamos siempre los versos.
La mano ociosa es quien tiene m�s fino el tacto en los dedos,
dec�a el pr�ncipe Hamlet, viendo
c�mo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo
un sepulturero.
No sabiendo los oficios los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero.
Un d�a todos sabemos
hacer justicia. Tan bien como el rey hebreo
la hizo Sancho el escudero
y el villano Pedro Crespo.

Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez s�lo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.

Le�n Felipe

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LA LOLA


"La Lola se va a los Puertos.
La Isla se queda sola".
Y esta Lola, �qui�n ser�,
que as� se ausenta, dejando
la Isla de San Fernando
tan sola cuando se va...?

Sevillanas,
chuflas, tientos, marianas,
tarantas, ton�s, livianas...
Peteneras,
soleares, soleariyas,
polos, ca�as, seguiriyas,
martinetes, carceleras...
Serranas, cartageneras.
Malague�as, granadinas.
Todo el cante de Levante,
todo el cante de las minas,
todo el cante...
que cant� t�a Salvaora,
la Trini, la Coquinera,
la Pastora...,
y el Fillo, y el Lebrijano,
y Curro Pabla, su hermano,
Proita, Moya, Ramoncillo,
Tobalo -inventor del polo-,
Silverio, Chac�n, Manolo
Torres, Juanelo, Maoliyo...

Ni una ni uno
-cantaora o cantaor-,
llenando toda la lista,
desde Diego el Picaor
a Tom�s el Papelista
(ni los vivos ni los muertos),
cant� una copla mejor
que la Lola...
Esa que se va a los Puertos
y la Isla se queda sola.

 Manuel Machado

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Rabia ajena

Nada fuera de m�,
a excepci�n del enojo,
tiene un principio y un fin
determinado,
a excepci�n de la rabia,
que no es m�a, ya lo digo, as� desde el inicio,
como lo dicen en mi ciudad,
tan felices de la ma�ana
hasta la noche, mucho m�s felices, mucho m�s,
que no es m�a, repito, porque aun m�s adentro
me nacen las ganas de morir,
y despu�s de la rabia, mucho despu�s, o no tan despu�s,
sobresalta pensar que volver� de nuevo
la rabia o el enojo,
desde afuera, por supuesto,
fuera de m�, fuera de todos, vuelta a empezar,
vuelta y m�s vuelta, fuera, vuelta a empezar,
y as� acaba todo.

Agust�n Garc�a Calvo


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ALFONSINA Y EL MAR


Por la blanda arena que lame el mar
tu peque�a huella no vuelve m�s,
un sendero s�lo de pena y silencio lleg�
hasta el agua profunda.
Un sendero s�lo de penas mudas lleg�
hasta la espuma.


Sabe Dios qu� angustia te acompa��,
qu� dolores viejos call� tu voz,
para recostarte arrullada en el canto de las
caracolas marinas.
La canci�n que canta en el fondo oscuro del mar
la caracola.

Te vas Alfonsina, con tu soledad.
�Qu� poemas nuevos fuiste a buscar?


Una voz antigua de viento y de sal
te requiebra el pecho y te est� llamando.
Y te vas hacia all�, como en sue�os,
dormida, Alfonsina, vestida de mar.


Cinco sirenitas te llevar�n
por caminos de algas y de coral,
y fosforescentes caballos marinos har�n
una ronda a tu lado,
y los habitantes del agua van a jugar
pronto a tu lado.


B�jame la l�mpara un poco m�s,
d�jame que duerma, nodriza, en paz,
y si llama �l no le digas que estoy, dile que
Alfonsina no vuelve.
Y si llama �l no le digas nunca que estoy,
di que me he ido.


Te vas Alfonsina, con tu soledad.
�Qu� poemas nuevos fuiste a buscar?


Una voz antigua de viento y de sal
te requiebra el alma y te est� llamando.
Y te vas hacia all�, como en sue�os,
dormida, Alfonsina, vestida de mar.


Canci�n "Alfonsina y el mar"
Dedicada a la poetisa Alfonsina Storni
Letra: F�lix Luna


MUERTE

A Isidoro de Blas

�Qu� esfuerzo!
�Qu� esfuerzo del caballo
por ser perro!
�Qu� esfuerzo del perro por ser golondrina!
�Qu� esfuerzo de la golondrina por ser abeja!
�Qu� esfuerzo de la abeja por ser caballo!
Y el caballo,
�qu� flecha aguda exprime de la rosa!,
�qu� rosa gris levanta de su belfo!
Y la rosa,
�qu� reba�o de luces y alaridos
ata en el vivo az�car de su tronco!
Y el az�car,
�qu� pu�alitos sue�a en su vigilia!
Y los pu�ales diminutos,
�qu� luna sin establos, qu� desnudos,
piel eterna y rubor, andan buscando!
Y yo, por los aleros,
�qu� seraf�n de llamas busco y soy!
Pero el arco de yeso,
�qu� grande, qu� invisible, qu� diminuto!,
�sin esfuerzo.

F.G.Lorca

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NUEVA YORK
(Oficina y denuncia)


A Fernando Vela


Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato;
debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero;
debajo de las sumas, un r�o de sangre tierna.
Un r�o que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las monta�as. Lo s�.
Y los anteojos para la sabidur�a.
Lo s�. Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las m�quinas a las cataratas
y el esp�ritu a la lengua de la cobra.
Todos los d�as se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un mill�n de vacas,
un mill�n de corderos y dos millones de gallos,
que dejan los cielos hechos a�icos.


M�s vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacer�as,
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche
los interminables trenes de sangre
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas,
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones,
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.


Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la �ltima fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, cantando, volando en su pureza,
como los ni�os de las porter�as
que llevan fr�giles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte. Es la tienda de frutas.
Hay un mundo de r�os quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por un autom�vil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el coraz�n de muchas ni�as.
�xido, fermento, tierra estremecida.


Tierra t� mismo que nadas por los n�meros de la oficina.
�Qu� voy a hacer, ordenar los paisajes?
�Ordenar los amores que luego son fotograf�as,
que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio.
Yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agon�as.
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.

 Federico Garc�a Lorca

De Poeta n Nueva York


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