ROSA1.gif (4563 bytes)    La Poes�a

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VIDA RETIRADA

      �Qu� descansada vida
la del que huye del mundanal ru�do,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
        Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.
       No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera;
no cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
      �Qu� presta a mi contento,
si soy del vano dedo se�alado,
si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas, y mortal cuidado?
       �Oh, campo! �Oh, monte! �Oh, r�o!
�Oh, secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el nav�o,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
        Un no rompido sue�o,
un d�a puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ce�o
vanamente severo
del que la sangre sube o el dinero.
        Despi�rtenme las aves
con su cantar s�ave no aprendido;
no los cuidados graves
del que es siempre seguido
quien al ajeno arbitrio est� atenido.
        Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
        Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
del que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
            
          Y como codiciosa
de ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
        Y luego, sosegada,
el paso entre los �rboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo,
y con diversas flores va esparciendo.
        El aire el huerto orea,
y ofrece mil olores al sentido,
los �rboles menea
con un manso ru�do,
que del oro y del cetro pone olvido.
       T�nganse su tesoro
los que de un flaco le�o se conf�an;
no es m�o ver el lloro
de los que desconf�an
cuando el cierzo y el �brego porf�an.
        La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro d�a
se torna; al cielo suena
confusa vocer�a
y la mar enriquecen a porf�a.
        A m� una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada,
me baste; y la vajilla,
de fino oro labrada,
sea de quien la mar no teme airada.
       Y mientras miserable-
mente se est�n los otros abrasando
con sed insaciable
del no durable mando
tendido yo a la sombra est� cantando.
         A la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento o�do
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.


Fray Luis de Le�n (1527-1591)