Está claro que al movernos entre sinónimos de un mismo
objeto, lo que hacemos con cada uno de ellos es primar uno u
otro aspecto del mismo. En el caso del belén se echa de ver
que aún denominando exactamente lo mismo que la palabra
pesebre, atiende a un aspecto muy distinto, que conlleva
también en sus inicios un tratamiento bien diferenciado. En
efecto, cuando hablamos de pesebre nos referimos exactamente
a la cuna en que fue reclinado Jesús; y como mucho, se puede
extender el significado a la totalidad de la cueva o recinto
en que nació. Y en efecto, aquellos pueblos que optaron por
esta palabra, reproducían exactamente el pesebre y nada más.
Tanto es así que incluso en la totalidad de lo que han
acabado siendo los belenes o pesebres, este último, llamado
también portal o nacimiento (refiriéndose ya en este caso no
al espacio, sino a la escena), en esa totalidad, la
denominación de pesebre sirve además para denominar una de
las partes de que se compone el todo. E incluso es frecuente
que allí donde se dispone de poco sitio (escaparates de
tiendas, el recibidor de la casa, la sala de espera de la
oficina, etc) se ponga exclusivamente un pesebre, es decir
la cueva o el portal con lo más justo.
El concepto de belén está claro que es mucho más extenso: en
este caso se piensa ya en el paisaje complementario del
pesebre o la cueva, es decir en los demás lugares y escenas
que la historia bíblica y la tradición o la piedad sitúan en
la ciudad (en técnica pesebrista más comúnmente pueblo) de
Belén. Y así vemos que en los belenes se representan, además
de todas las fantasías paisajísticas y costumbristas, las
escenas de la Anunciación; del sueño de José; del anuncio
del ángel a los pastores; de las pesquisas de los Reyes
Magos ante Herodes; de la huida a Egipto, de la matanza de
los inocentes, y de otras escenas en torno al nacimiento de
Jesús, con lo que aquellos que han hecho de la construcción
de belenes un arte y un reto a la imaginación, disponen de
gran variedad de recursos y escenas para ir cambiando todos
los años el entorno del lugar principal (la cueva, pesebre o
portal), y de las tres escenas centrales: el nacimiento, la
adoración de los pastores y la adoración de los Reyes Magos,
que no pueden faltar en ningún belén, por modesto que sea.
Cuando empleamos la palabra belén para denominar la
representación plástica del nacimiento de Jesús, es
inevitable la evocación de lo que esta palabra significa en
el cristianismo y en la Biblia: "Y tú, Belén, tierra de
Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de
Judá; porque de ti saldrá un caudillo que será pastor de mi
pueblo Israel." (Mt 2, 6;
trad.
Biblia de Jerusalén).
Es por tanto un nombre que constituye todo un símbolo
religioso, que evoca en primer lugar la propia ciudad de
Belén, en Jordania (en árabe, Bayt Lahm), lugar de
peregrinación de los cristianos por hallarse en él la gruta
en que nació Jesús, sobre la que edificó el emperador
Constantino el Grande, la basílica de la Natividad. Los
belenes prescinden de la realidad actual, y evocan el
pequeño pueblo situado en las montañas de Judea, en cuyas
afueras nació Jesús por no haber hallado en él posada la
Virgen y san José.
Y
puesto que se trataba de un nombre tan grande, se repitió en
la geografía de habla hispana. Así tenemos en Colombia tres
municipios con el nombre de Belén: Belén de Umbría, Belén de
Cerinza y Belén o Gualcho; dos ríos, uno en Panamá y otro en
Argentina; una cadena de colinas de 1609 km en Uruguay; un
departamento en Argentina; un cantón en Costa Rica y sendos
municipios en Nicaragua, Paraguay y Venezuela. Y además se
ha convertido Belén en precioso y evocador nombre de mujer.
Es que no podía ser menos, al haberse instalado de una forma
tan entrañable en nuestra cultura y sobre todo en nuestras
vidas desde la más tierna infancia.
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