JESÚS
"Dios le ensalzó y le dio un nombre
que está por encima de todo nombre, para que ante el nombre de Jesús toda rodilla
se doblegue, de los que moran en los cielos, en la tierra y en los infiernos" . Eso
dice la Biblia acerca del nombre de Jesús. Es, efectivamente, en la onomástica
cristiana, el nombre con mayor peso específico. Procede del hebreo Yehosuá, que
significa "Salvador". Es el nombre que le pusieron en la ceremonia de la circuncisión,
que era la que equivale a nuestro bautizo. Pero la Biblia le asigna el sobrenombre de "Emanuel",
también hebreo, que significa "Dios entre nosotros", indicando que ésta es la
mayor bendición que pueden tener quienes tienen la fortuna de vivir con él. Un nombre,
ciertamente, al que es difícil añadirle más belleza y grandeza.
Manuel y Manuela (familiar, Manolo y
Manola) abunda tanto en Andalucía porque así bautizaban allí a sus hijos e hijas muchos
de los moros y judíos conversos, para manifestar de forma pública el testimonio sincero
de su conversión.
El avance de la Reconquista fue dejando a lo
largo de los territorios, antaño ocupados por los árabes, importantes bolsas de
población musulmana y judía conviviendo en cierta armonía. Siendo como eran
imprescindibles para la economía de la nación, pero no habiendo manera, por otra parte,
de frenar el revanchismo de los viejos cristianos - colectivo que intentaba mantener sus
prebendas - (y de aquellos que obtuvieron carta de tales sin serlo), entendieron los
políticos, eclesiásticos casi todos, que debían hacer los máximos esfuerzos por
integrar a estas gentes en la cultura y en la lengua única del país, so riesgo de poner
en grave peligro la unidad de la nación. Desarrollaron por tanto intensos programas de
inmersión cultural, y de conversión obligatoria a la religión y a la cultura única de
la nación. La Iglesia jugó un papel decisivo en la consecución de la unidad nacional,
moldeando una nueva conciencia religiosa-nacional que dio espléndidos frutos, pero que
dejó tras sí grupos numerosos de "aparentes" conversos. Eran los llamados marranos.
Los Reyes Católicos lanzaron la Inquisición contra ellos. La siguiente vuelta de tuerca
fue la "prohibición absoluta a los moriscos de usar su idioma en público ni en
privado, hablado ni escrito; obligación de hablar el castellano, entregar al presidente
de la Audiencia todos los libros arábigos, suprimir los ritos, trajes, nombres
y costumbres, destrucción de sus baños, obligación de tener las casas abiertas..."
(Pragmática de Carlos I, 1526). Otra vuelta de tuerca: se negó validez a los contratos
que no estuviesen redactados en la lengua nacional, con lo que automáticamente quedaron
despojados de sus posesiones. Viendo que por ninguno de estos medios se culminaba la
unidad de lengua, religión y cultura, decidieron por fin expulsarlos.
Fue el nombre de Jesús (en su forma de Manuel
y Manuela) el salvoconducto más eficaz que tuvieron, tanto los
conversos sinceros como los marranos, para capear la presión cultural y política
a que estaban sometidos.