Del latín merco, mercare, mercavi, mercatum, que significa literalmente
"compro, comprar, compré, comprado". Es el enunciado del verbo. De su forma
nominal es de donde obtenemos el sustantivo. Commercium, comercio, es un
derivado de mercado. Merced, mercería, mercader, mercadería, mercancía, mercante,
mercenario, mercedario, marchante, mercachifle, son también derivados del mismo verbo. No
está claro que Mercurio tenga que ver con mercado, pero es posible que haya sido la
proximidad fonética la que ha determinado que fuese considerado el dios protector del
comercio, vinculado por otra parte a los viajes, que sí son atributo suyo especial.
Si atendemos a lo que es nuestro comercio, hemos de partir del hecho de que el comprar
y vender era una prerrogativa de dominio, y que por tanto ni las personas ni los pueblos
que estaban bajo cualquier señorío, podían comprar ni vender sin autorización del
señor del lugar. De ahí viene la regulación de ferias y mercados. Según la importancia
de las ciudades, villas y pueblos, se podía celebrar feria o mercado una o varias veces
por semana; o como la mayoría, una sola vez al año.
Lo que distinguía más notoriamente a las ciudades de los pueblos, y más llamaba la
atención de los "pueblerinos", es que en aquéllas, todos los días eran de
feria, con lo que se convirtieron en el eje de la vida de las comarcas respectivas.
El mercado empezó siendo un lugar físico, generalmente una plaza (de ahí que
se le llame también "la plaza"), que posteriormente se cubriría; y sigue
manteniendo el nombre. Pero actualmente la mayor parte de las veces que pronunciamos la
palabra mercado es para referirnos a una especie de ente virtual, que no tiene un lugar
físico, sino que está formado por el conjunto de compradores y vendedores con su
correspondiente mercancía. La extensión de este mercado puede ser geográfica (local,
nacional, mundial...) o sectorial (mercado del café, mercado de la alimentación, mercado
de bienes de consumo...), y es objeto de los más intensos y extensos estudios tanto por
parte de los economistas como por parte de las empresas y de los Estados.
Y de la misma manera que Newton descubrió las leyes de la gravitación universal, los
economistas han descubierto las leyes de funcionamiento del mercado. Y a eso nos
corresponde jugar a todos. Por encima de las teorías y las disquisiciones
jurídicosociales sobre el trabajo, existe un mercado de trabajo que se comporta con sus
propias leyes, que hay que conocer a fondo si se quiere interferir en ellas de modo que el
remedio no acabe siendo peor que la enfermedad. Igualmente en el mercado que nos es
propio, el de la cultura y más concretamente el literario, bien está que nos saltemos
alguna de las leyes sacrosantas del mercado. Internet está dando al traste con algunas de
ellas. En la edición no tardaremos mucho en comprobar que el autor pasar por delante del
editor. Más aún, que puede ser su propio editor, mientras descubra las leyes propias de
internet. En eso estamos.