PEDAGOGÍA
PaiV
(páis) era para los griegos el niño, y
paidagogoV (paidagogós) el niñero.
Este era un esclavo que ejercía ese menester, del que era parte
esencial acompañarle a la escuela: agw
(ágo) es conducir, y agwgoV
(agogós) es el que conduce, el que lleva, el que acompaña.
Siendo ésta su misión más notoria, al menos de puertas afuera, de ella
tomó el nombre. El pedagogo le entregaba el niño al maestro, quien
para no obligar al pobre esclavo a hacer tantos viajes a casa, tenía
dispuesta una habitación especial llamada
paidagogeion (paidagoguéion)
en la que esperaba cada pedagogo a sus respectivos niños para
acompañarlos de vuelta a casa. Pero se fueron refinando los gustos y
las demandas de los ciudadanos, y en el mercado de esclavos, junto a
bellas mujeres y efebos para el placer o para ofrecerlos como
suntuosos regalos; junto a los gladiadores, necesarios para formar las
mejores plantillas; junto a los esclavos musculosos para dotar las
explotaciones; junto a todos ellos, fue subiendo cada vez más la
cotización de los esclavos destinados al cuidado y acompañamiento de
los niños, porque se les fueron encomendando cada vez más funciones
relacionadas con la educación integral, hasta convertirlos en
preceptores. Esa fue la evolución del oficio de pedagogo, que dio
lugar a la ampliación, ya en el propio mundo griego, del significado
de esta palabra. Pero ni se fundió ni se confundió nunca su función
(de educador) con la del maestro (de instructor en disciplinas
concretas). El pedagogo-preceptor no era en ningún caso maestro, sino
el que seleccionaba a los maestros y les daba instrucciones sobre lo
que debían enseñarle a su pupilo.
Si la condición del
pedagogo ya despertó los celos del maestro cuando aquél no era más que
un esclavo, mucho mayores fueron éstos cuando el pedagogo se convirtió
en el superior jerárquico del maestro. Su aspiración fue la de
convertirse en pedagogo. Y la historia le deparó suficientes
oportunidades para ello. Primero fue cuando la Iglesia entró en el
sector de la enseñanza (la cosa viene de muy lejos, de las escuelas
catedralicias) asumiendo la doble función de Mater et Magistra,
madre y maestra, es decir asumiendo además de la instrucción, la
educación, la formación en un determinado espíritu. Esta inclinación
pedagógica de la Iglesia, no sólo en las escuelas, sino también en los
púlpitos, dio sus frutos, luces y sombras, en la configuración de la
Edad Media. Se pudo hundir el imperio romano sin demasiado estrépito y
sin pasar por el caos, gracias a la acción educadora de la Iglesia. En
la Edad Moderna las órdenes religiosas dedicadas a la enseñanza
retomaron la acción pedagógica con una visión más moderna. Ante la
evidencia de los resultados, también los Estados se apuntaron a la
formación, en especial los Estados que tenían mucha doctrina que
imbuir en los nuevos súbditos con lo que fueron dejando atrás la
instrucción (la materia, los programas) para dar preferencia a la
educación, a la formación, a los valores, a la reconversión en el
modelo de ciudadano que se le había encomendado formar a la escuela.
En ese contexto lo importante no era lo que aprendiese el alumno, sino
que quedase formado y conformado según el espíritu de turno. En esas
andamos de nuevo.
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