LAS CLAVES LÉXICAS Mariano Arnal |
NACIÓN,
nacionalidad, nacionalismo, del latín nascere
(castellano
antiguo nacer), se refiere siempre a un grupo de personas unidas
por lazos de nacimiento, siendo totalmente relativa y elástica
la extensión de esa relación. Así se consideran una nación
los nacidos en un mismo territorio o en una misma lengua o
en una misma cultura... Lo determinante pues, no es el hecho de haber
nacido en uno u otro grupo, sino la voluntad de ser y
de vivir como tal conjunto de nacidos, es decir
como nación. Negar que España es
un estado plurinacional es negar la evidencia. Todos los
estados del mundo (no conozco ni una sola excepción) son
plurinacionales, porque las historias particulares de cada estado y la
historia universal del conjunto de todos ellos, se han empeñado y
siguen empeñadas todavía con mayor fuerza, en mezclar pueblos y naciones. Este fenómeno de la
plurinacionalidad se da no sólo en el conjunto de un estado, sino también
en los pueblos y territorios que lo forman; porque en ellos se produce,
a escala más reducida, la mezcla de pueblos y naciones debido a
que ha sido imposible prohibir la mezcolanza o mestizaje resultante de
las libertades de copulación y de nacimiento. Esto es así porque,
aparte conquistas y repoblaciones, en muchas regiones el crecimiento
económico es mucho mayor que el crecimiento demográfico, por lo que
los naturales del lugar (es decir los nacidos allí, los
que forman la nación primigenia) se ven obligados a importar
gente de otros pueblos, de otras naciones (o nacionalidades),
que forman núcleos nuevos de población con una cultura propia que o
bien se agrega a la preexixtente (ya sea yuxtaponiéndose, ya sea
absorbiendo a la autóctona, ya sea siendo absorbido por ella), o bien
se mantiene diferenciada y separada. El hecho evidente e
innegable es que tanto los estados en su conjunto (que gustan
denominarse naciones), como los pueblos y naciones que lo
forman (que reivindican para sí, especialmente si son los autóctonos),
la denominación de naciones como propia y exclusiva, SON PLURINACIONALES. Esto en cuanto a la
cuestión de hecho. Pero pasando a la cuestión del derecho (rectitud es
su traducción más inteligible), es decir pasando a juzgar la bondad o
maldad, las ventajas o desventajas de tal situación, es inevitable
decir de la PLURINACIONALIDAD de los estados, de los
territorios y de los pueblos, lo mismo que se predica de la DEMOCRACIA,
a saber: que no siendo un sistema rigurosamente justo y perfecto (que
esas virtudes son patrimonio exclusivo de los regímenes teocráticos, a
decir de sus respectivos ayatolas), es el menos injusto y el que
ofrece a los ciudadanos una mejor salvaguarda contra abusos y
atropellos. Eso objetivamente, es
decir haciendo la síntesis de todas las valoraciones subjetivas. Porque es evidente
que en un todo cuya posesión o dominio está compartido, cada uno de
los que comparten ese dominio (sea empresarial, sea económico,
religioso o político), preferiría tener él el MONOPOLIO, es
decir gozar él solo del dominio exclusivo. Pero es justamente la
confluencia de intereses encontrados lo que obliga finalmente, para no
quemarse en enfrentamientos constantes, a formar una sociedad plural
con unos órganos de dominio plurales, participados por todos los
componentes de la sociedad. Esta aceptación,
esta asunción de los antagonismos domesticados y de los intereses
contrapuestos mediante la doctrina política de la pluralidad,
que se perfecciona con los mecanismos de la alternancia, formando
parte de los mismos cimientos de la sociedad, es lo que mayormente
caracteriza a los estados modernos. La PLURALIDAD es el paradigma
de la MODERNIDAD. Es la forma moderna de tener bien atado al
pequeño Leviatán que lleva cada uno en su cuerpo, siempre dispuesto a
reabrir los conflictos entre etnias, pueblos y naciones. En un estado moderno,
formado por varias NACIONES (pueblos de diferente procedencia y
cultura), es un contrasentido, es un retroceso a la prehistoria de la
modernidad, que una de esas naciones se empeñe en reducir
todo el estado a UNIDAD NACIONAL. Que se empeñe en separar las
tribus que formaron antaño la cívitas (en Grecia, la polis).
Que se empecine en romper la SOCIEDAD DE NACIONES que es en ese
momento el estado o el territorio en su conjunto, para convertirlo en UNA
SOLA NACIÓN (recordemos el arcaico UNA, GRANDE, LIBRE
y el más arcaico todavía SOM UNA NACIÓ sobre el que los
nacionalistas catalanes quieren construir su futuro). Es de lo más retrógrado
e impropio de un estado moderno o de un proyecto de estado que pretende
dar lecciones de progreso y de modernidad, empeñarse en reducir,
absorber, disolver, reconvertir, normalizar o limpiar a las demás naciones
que forman parte de ese estado o territorio, imponiendo su hegemonía
formativa, informativa, lingüística, cultural y política; con la
tentación irrefrenable de elevar a étnica (de vuelta a los lazos genéticos
y de sangre) esa hegemonía, como se intentó ya de forma sangrienta a
lo largo de todo el siglo XX. Vistos tantos y tan tozudos precedentes,
es de temer justamente que no les espere una vida nada halagüeña a las
naciones condenadas a la absorción, reconversión, limpieza o
normalización; sobre todo si tienen la osadía de amar su lengua, su
cultura y su afinidad con los que más se les parecen, y encima
pretenden que se les reconozca el derecho a cultivarse en su lengua y en
su cultura. Y no digamos nada si se les vuelve la tortilla del revés:
riesgo del que nunca estarán a salvo por más que repriman,
reconviertan, inmerjan, sumerjan, asfixien, limpien, busquen soluciones
iniciales o finales, etc., etc., etc. A partir de ese
momento, las demás NACIONES que habitan en ese estado o en ese
territorio, pasan a ser NACIONES A EXTINGUIR, y sus
miembros deben ser reducidos a ciudadanos individuales (su simple
consideración de colectivo es la peor herejía política; y la
reivindicación de tal carácter, la más grave sedición) y según su
grado de anormalidad nacional, deben someterse a diferentes
grados de normalización nacional. En ese período de transición
a la plena UNIDAD NACIONAL, las escuelas y demás ámbitos de
formación, conformación y performación de conciencias, con la
santa madre iglesia nacional a la cabeza (la iglesia siempre ha
tenido debilidad por los nacionalismos y por los pueblos elegidos), con
un papel capital para los medios de comunicación, se convierten en los
grandes lavaderos nacionales, en los que no sólo mediante la inmersión
y el agua, sino también mediante poderosos disolventes, detergentes y
abrasivos, se lava a la población de su apego a los ídolos que se
trajeron de otras naciones, y se les enseña a aborrecer el culto
abominable al que siempre se sienten tentados. Se trata de superar las
taras y anomalías que se trajeron de fuera esos ciudadanos y que
impiden la UNIDAD NACIONAL que se expresa en una sola lengua, una sola
cultura y un solo culto. Es una labor de normalización. Las
clases particulares para renegados, cada uno en un aula, con un cuadro
completo de profesores ayatolas para él solito, y la mochila cargada de
piedras como castigo edificante por hablar en la lengua proscrita,
fueron parte de la amorosa pedagogía de la normalización. Las Comunidades Autónomas
que persiguen el objetivo de convertirse en ESTADOS NACIONALISTAS
INDEPENDIENTES, no incluyen en sus idearios ni en sus programas la PLURALIDAD
(como la incluyen el estado español y la mayoría de estados europeos
(Servia, la Gran Servia, es una chirriante excepción): de lo cual se
infiere que no la consideran un bien, sino un mal del que quieren
poner a salvo a sus súbditos. Es evidente que los
ESTADOS NACIONALES (entendiendo por tales los asentados sobre los
cimientos del nacionalismo) que imponen la única
legitimidad y hegemonía de UNA NACIÓN (es decir de un grupo
humano, sea cultural, sea étnico) sobre los demás que viven en el
mismo territorio, los ESTADOS NACIONALES, digo, al igual que
los ESTADOS CONFESIONALES o los ESTADOS MESIÁNICOS y los ESTADOS DE
PARTIDO ÚNICO, llamados también TOTALITARIOS, ofrecen menos garantías
de libertad a los ciudadanos, sean éstos de la nacionalidad
que sean, que los ESTADOS PLURINACIONALES. Es normal que
los nacionalistas prefieran un TOTALITARISMO de su cuerda, en el
que justo y sólo ellos estarían llamados a ser los dirigentes, los fetén,
los amos del cotarro, en el que admitirían como botones de muestra a un
puñado de godos para tapar la boca a los que desde el exterior les
exigen pluralidad. Estando así las
cosas, es lo más natural del mundo que los ciudadanos de las
Comunidades Autónomas de marcado signo nacionalista que
todavía no han experimentado los efectos normalizadores del lavado de
inmersión profunda en disolventes, detergentes y abrasivos, es decir
que aún no se han convertido al nacionalismo, prefieran seguir
formando parte del ESTADO ESPAÑOL (pluri-nacional), que de un
FUTURO ESTADO NACIONALISTA (entre cuyos Principios Fundamentales
está el de la sagrada e indisoluble UNIDAD NACIONAL, y con ella
la “Unidad de Destino en lo Universal”, como lo estuvo entre los
Principios Fundamentales del Movimiento Nacional-sindicalista del
anterior régimen totalitario). Una última reflexión:
son muchos los que temen (a la vista de los procedimientos de sesgo
innegablemente totalitarios que están empleando hic et nunc los
gobiernos autonómicos nacionalistas, al crear su propio código
de derechos nacionales a cuenta de los cuales atropellan
sin contemplaciones los derechos humanos), que los métodos de
limpieza (que de momento son exclusivamente de lavandería convencional)
puedan derivar, para los pequeños núcleos residuales que se resistan
al lavado, hacia métodos más expeditivos, profusamente ensayados por
todos los ESTADOS NACIONALISTAS. Tendrán que llegar a la solución
final, sea ésta la que sea, si quieren resolver definitivamente el
problema. Consideremos malintencionada y aberrante esta hipótesis, y
establezcamos la contraria: que algunas de las naciones
oprimidaspor el nuevo Estado Nacionalista se alce en armas
contra el opresor. Estaríamos en las mismas. Volveríamos a las
andadas, pero cambiando de bando los protagonistas. Justamente para
evitar que ande suelto el Leviatán nacionalista, que
tantos sufrimientos ha infligido a la humanidad en general y a Europa en
particular, se han creado los ESTADOS PLURINACIONALES con
igualdad de derechos y deberes para todas las naciones que viven
en el territorio nacional. Precisamente para conjurar esos
problemas, para acabar con el ESTADO NACIONALISTA (que
privilegiaba a una nación sobre las demás que vivían en
el territorio nacional) fundado por Franco, se dio España una Constitución
tan abierta, una CONSTITUCIÓN PLURINACIONAL integrada e integradora. ¿Qué sentido tiene
pues, sino la simple ambición de poder (de pre-dominio de unos
habitantes determinados, los privi-legiados, sobre el resto de
habitantes del mismo territorio), el empeño de los partidos
nacionalistas en reformar la Constitución para volver a las
andadas y convertir las respectivas Comunidades Autónomas en ESTADOS
NACIONALISTAS, borrando de sus respectivos mapas las demás
naciones que, Constitución en mano tienen ahora los mismos derechos
y deberes que la nación autóctona que pretende erigirse
en hegemónica en el que reivindica como territorio
exclusivamente suyo? Y no olvidemos añadir
las ansias imperialistas (claramente explicitadas en los libros
de texto y en los mapas de cualquier clase que se editan en esas
comunidades) que nos pueden ocasionar más de un sobresalto, como
claramente nos lo ejemplifican los ESTADOS NACIONALISTAS recién
nacidos en Europa. En el referéndum que reclaman los nacionalistas
para decidir la independencia, además de preguntar a las demás naciones
que viven en el territorio de Euskadi o Cataluña si quieren renunciar
definitivamente a su nacionalidad, a su lengua, a su cultura, a
sus señas de identidad para convertirse en “UNA SOLA NACIÓN”,
¿exigirán que voten también los habitantes de los territorios que
tienen previsto anexionarse hasta completar la Gran Euskadi o la
Gran Cataluña? Y finalmente, ahí va la pregunta del millón: ¿cuánto falta para que los nacionalistas tanto catalanes como vascos cuestionen el derecho de voto de los que por no reunir las condiciones nacionalistas, entre ellas la de aceptar plenamente la conversión y la entrega en cuerpo y alma al nacionalismo? A esos enemigos de la nación, ¿tienen previsto contemplarlos y tratarlos como tales en las respectivas Constituciones y en las leyes, reglamentos y circulares que de ellas dimanen? (Texto recuperado de una publicación de hace 7 años) |