ETIMOLOGÍAS DE LAS PALABRAS QUE FORMAN LA IDEA DEL HOMBRE Mariano Arnal Arnal |
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ETIMOLOGÍAS
DE LAS PALABRAS CIUDAD Para
compensar el vaciado de significado de la antigua palabra ciudad
(la latina, cívitas)
hubo que inventar la palabra ciudadanía,
que se quedó con todos los significados de cívitas,
menos los metafóricos que la empujaron hacia la significación geográfica
o urbanística. Lo sorprendente es que cuando la lengua latina contaba
para nombrar la ciudad con los términos urbs,
óppidum
e incluso castrum,
fuera a parar ya en su decadencia, y en especial en el latín vulgar (el
que hablaba la gente incluso durante el máximo esplendor del latín clásico)
a olvidar los significados de cívitas,
para denominar con ella la urbe. No es pues el caso de que cívitas
acabase ocupando este espacio significativo por estar vacío, sino que
ocurrió más probablemente que se fue vaciando el término cívitas
(ciudad) de su auténtico significado; al menos para los que lo
decantaron hacia la urbe. Es
posible que así ocurriera, pues el latín vulgar andaba en boca de
esclavos, extranjeros y plebeyos de toda condición. Para ellos la
palabra cívitas
en su sentido original de conjunto de los ciudadanos y de sus derechos
(auténticos y escandalosos privilegios), no tenía el menor sentido. Sólo
cobraba significación esa palabra cuando se empleaba en sentido
traslaticio para nombrar la urbe. Y como una de las características de
la lengua vulgar es su reduccionismo, acabaron prescindiendo de los demás
sinónimos de ciudad para quedarse sólo con cívitas,
que además les servía, al principio, también para denominar al
conjunto de ciudadanos y sus derechos. Los
romanos, que eran muy dados a las etimologías, habían definido el
origen y significado de urbs,
la palabra con que más ordinariamente designaban la ciudad:
urbs
dícitur ab orbe, quod antiquae civitates in orbem fiebant.
“Se llama urbe por el orbe (la redondez), porque las antiguas ciudades
se hacían en redondo”. De aquí viene el juego de palabras “urbi
et orbi”
que usa el papa (obispo de Roma) cuando da la bendición a la ciudad y
al orbe, es decir a Roma y a todo el orbe de la tierra. Obsérvese que
al no poder definir la “urbe” con la misma palabra, recurre al sinónimo
menos frecuente cívitas.
Es que a la hora de elegir sinónimos le quedaba sólo óppidum,
que es claramente una clase específica de ciudad, la fortificada, la
plaza fuerte, de carácter militar (la mayoría se convirtieron en
poblaciones civiles). Eius
modi coniunctionem tectorum, óppidum vel urbem appellavere,
explica Cicerón, tan amigo de las etimologías: “A esta clase de
conjunción de techos la llamaron óppidum
(fortaleza) o urbe”. Si atendemos al otro polo del que procede nuestro concepto de ciudad, está aún más claro: los griegos la llaman poliV (pólis), y con ella ocurre lo mismo que con la cívitas latina, que denomina principalmente al conjunto de ciudadanos y sus derechos (y por extensión se refirió también a la geografía y al conjunto de edificios y obras que la forman). En la derivación, genuinamente griega, está la más clara prueba: una treintena de derivados de poliV (pólis) se refieren a la comunidad de ciudadanos y a sus derechos, frente a tres que tienen que ver con la construcción y el urbanismo (que nosotros derivamos de urbe, y no de ciudad). Precisamente de ahí hemos obtenido la palabra “política”, que bien podría traducirse ciudadanía, pues versa sobre los ciudadanos y sus derechos.
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