IV CENTENARIO DEL QUIJOTE

DON QUIJOTE DE LA MANCHA DE CABO A RABO 

Si empezamos la lectura del Quijote desde el principio, que no es el célebre “En un lugar de la Mancha...”, sino el Prólogo: digo que si empezamos por el principio, nos encontramos con algunas de las claves que nos fuerzan a seguir y seguir hasta engancharnos de forma irreversible, como se engancharon los que vieron nacer la criatura y estuvieron ansiosos pendientes de las sucesivas entregas: que los lectores tuvieron su parte en el afianzamiento de la figura del ingenioso hidalgo y sus complementarios.   

“Y así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste ruido hace su habitación?” 

“Procurad también que leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. 

He ahí dos claves que nos introducen a la lectura del Quijote: se engendró en una cárcel y se propone en primer lugar MOVER A RISA nada menos que al melancólico, al que más cuesta hacerle reír. 

Se trata por tanto de un libro de HUMOR marcado por la acidez del lugar en que se engendró, la cárcel.  

Es preciso también observar el cariño especial que profesa Cervantes a la otra cara de la moneda de Don Quijote, y así concluye el prólogo de la edición de 1605 encareciendo al famoso Sancho Panza: ...la historia del famoso Don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión por todos los habitadores del distrito de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan notable y tan honrado caballero: pero quiero QUE ME AGRADEZCAS EL CONOCIMIENTO QUE TENDRÁS DEL FAMOSO SANCHO PANZA, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas. Y con esto, Dios te dé salud, y a mí no olvide. VALE  

EN UN LUGAR DE LA MANCHA de cuyo nombre no quiero acordarme… He ahí cómo empieza el relato de la historia de un cincuentón tan anónimo que no se sabe de cierto si se llamaba Quijada, Quijana o Quesada. Y ese tal decide salir del anonimato lanzándose al género de aventuras que en aquel entonces llenaban las mentes de la gente que estaba al día. 

LAS MENTES. Ésta es, en efecto, la historia de las mentes y de las mientes y de los pensamientos y sentimientos de una generación, que lectores de cuatro siglos y de todo el orbe leen con tal fruición que se diría que se recrean en las historias de su propia generación. 

Mariano Arnal  

DON QUIJOTE DE LA MANCHA Y DOÑA DULCINEA DEL TOBOSO 

Estos dos personajes cuya irrealidad quiso remarcar Cervantes con gruesos trazos, responden a unos caracteres tan marcados de la realidad humana, que han pasado a la inmortalidad al igual que otras grandes parejas de enamorados inmortalizadas por la leyenda. 

Don Quijote de la Mancha es la viva estampa del noble caballero que vivía en su arcaico mundo caballeresco: el creador del AMOR CORTÉS, que marcó el camino al actual concepto del AMOR. Un mundo que habiendo sido una poderosa realidad a lo largo de toda la edad media, fue idealizado en las novelas de caballerías, pasando de este modo a su dimensión irreal e intemporal. De esa dimensión tomó modelo Don Quijote.  

Su condición de caballero le impone a Don Quijote la obligación de entronizar en su corazón una gran dama en cuyo servicio serán todas sus andanzas de caballerías. No habiendo en la realidad nada que requiera los servicios de la caballería, a nuestro caballero no le queda más servicio que el de su dueña, la sin par Doña Dulcinea del Toboso. 

Limpias pues sus armas, nos cuenta Cervantes para rematar el primer capítulo de su genial obra, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Decíase él: Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o finalmente le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendido: “Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindriana, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero Don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced, para que vuestra grandeza disponga de mí a su talante? ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quién dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni se dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció bien darle título de señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla DULCINEA DEL TOBOSO porque era natural del Toboso: nombre a su parecer dulce y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.  

En efecto, puesto que caballero sin amores es árbol desnudo y cuerpo sin alma, Don Quijote tiene puesto su pensamiento desde el primer día en servir a su señora Dulcinea, y así manda a su fiel escudero que vaya al Toboso, dé con Doña Dulcinea y le entregue esta misiva: 

CARTA DE DON QUIJOTE A DULCINEA DEL TOBOSO 

“SOBERANA Y ALTA SEÑORA 

El  ferido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que además de ser fuerte es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, oh bella ingrata, amada enemiga mía, del modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo. 

Tuyo hasta la muerte

EL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA 

Don Quijote y Sancho Panza forman la pareja real, la que empuja los capítulos y los días de nuestro caballero. Pero hay que insistir en la máxima francesa: cherchez la femme. Y en efecto, si la buscamos descubrimos que la pareja ideal, la que constituye el alma de la obra, es la formada por Don Quijote y Doña Dulcinea. Es el amor callado del Caballero Andante, un amor que por fin podrá confesarle a su dama, cuando por sus andanzas se haya hecho digno de ella. 

Sancho Panza tira siempre de Don Quijote hacia la realidad, con la única excepción de cuanto atañe al amor del caballero: cuando por fin le tiene que presentar a su señora es él, Sancho, quien a partir de una realidad bien mezquina le mantiene en su ideal, en su amor platónico. 

De todos modos la fuerza de ese episodio es decisiva: marca para Don Quijote el inicio de la recuperación del juicio, y para Sancho el inicio de su pérdida del mismo. En ambos casos es la mujer la que opera el cambio: a uno y otro se les cambia la forma de sentirla.

Mariano Arnal  


 

EL QUIJOTE Y LA LITERATURA POPULAR  

Aparte de la creación de dos personajes inmortales, si algo aportó Cervantes a la literatura con su  famosa novela El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, fue el enriquecimiento del lenguaje popular hasta el punto de convertirlo en deleite. Ya puede haber anástrofes en el mundo que, puestas en la boca de Sancho, han de ser sin duda exuberantes prados de frondosa hierba. Ya puede haber retruécanos inconcebibles, aliteraciones sin cuento o concatenaciones interminables de anacolutos. Todas esas huestes, que juntas hacen legión, por alguna suerte de embrujo literario flotan en un estado de gracia que las pondera, las pule, las engalana y, de este modo, tocadas por la chispa de lo sublime,  se adentran en el cerebro del afortunado lector que, si tiene una normal sensibilidad, las digerirá con  cumplido regocijo y, muy posiblemente,   las rumiará durante el resto de sus días.

Sin embargo, esta sublimación del lenguaje de la calle no es sólo una prerrogativa de El Quijote. La buena literatura popular está depositada en otros muchos libros, tales como El Romancero Gitano, por citar alguno importante y diferente (El Romancero Gitano procede del folklore andaluz, al que enriquece y universaliza). Lo que pasa es que El Quijote, siendo como es un libro excelso, los abarca a todos.

Por lo que hace a la literatura contemporánea, a mí me da la impresión de que, en general, marcha por otros andurriales, pero aquélla que se apoya de algún modo en el llamado lenguaje de la calle, no está justamente a la altura modélica de El Quijote, sino a la monda bajura de la televisión, que con su menguado vocabulario y su capacidad unificadora, nos ha llevado a todos a ser gobernadores de “Burrutaria”, ínsula atacada por el virus de la cutredad, por la plaga de la sequía y por el rifle de repetición del monosílabo ¿Qué autor va a hacer vida de un lenguaje popular que, tendiendo a una excesiva simplificación, huye de la variedad y de la riqueza hasta el punto de que para celebrar una conversación entre “coleguis” sólo son necesarias las interjecciones?

Por otra parte, si la televisión ha sustituido al abuelo –que es sin duda una de las riquezas perdidas-, ésta tiene la obligación de igualarle en la prestación de servicios. Y ya que es imposible sustituir el cariño de un abuelo al calor amoroso de la lumbre y al ronroneo de un gato en duermevela,  sí puede, al menos, preconizar algún bien equivalente a las arraigadas y fecundas conversaciones familiares con las que él solía enriquecer a la prole: jarchas, mayas, villancicos, cantinelas, cuentos, dichos, adagios y refranes... Pues de ahí tomaba Sancho no el bálsamo de Fierabrás, que sólo era aplicable a los tormentos físicos, sino toda su incontenible verborrea o su desaforado río de literatura. Una literatura que Cervantes supo aproximar a la genialidad y a la grandeza, pero que en realidad ya existía potencialmente en la ingente variedad estructural, conceptual y léxica de la calle, que es el mismo sitio del que, a lo largo de los años, la había ido tomando el patriarca familiar para llevarla al arrimo de la lumbre...

En los tiempos ya lejanos en que a mí me tocara ser niño, ése era el primer “latín” de la vida. Luego vendrían los otros, los que incluían en su necesaria obligatoriedad una pesarosa amenaza de suspenso. Pero ese es otro tema que requiere otros muchos artículos...

Mariano Estrada

LAS PATRIAS DE DULCINEA I

1.- EXPOSICIÓN 

Salvando a su devoto irreductible y sempiterno, que la puso en las alturas y la llamó continuamente sin par, aunque enemiga -y en tal concepto la tuvo hasta su muerte-,  la figura de Dulcinea no ha avivado fuegos significativos  ni desatado pasiones de relieve entre las huestes lectoras de El Quijote, por más que ahora tenga una casa-museo en El Toboso. Naturalmente, el responsable de esta evidencia rigorosa, como diría Ortega,  es don Miguel de Cervantes, maestro universal,  cautivo insigne, guerrero sin ventura y recaudador nada preclaro de la gloriosa Armada Invencible, que quiso que así fuera para redondear sus propósitos  

Y es que en este incómodo personaje, tan poco incitador en lo que toca a emanaciones de calentura y, por ello, tan poco celebrado, como digo, por la comunidad de lectores de esta ingente obra, Cervantes marcó dos componentes completamente antagónicos: la realidad y la idea. 

Y efectivamente, la realidad era simple y rudimentaria, algo cutre y francamente hombruna, con fuerte olor a emplastos de un estiércol líquido, cuando no a sobaquillo sin podar y trasudado. Ya el nombre era anticipo de una ausencia grave de feminidad: Aldonza Lorenzo. Y si el nombre es arquetipo de la cosa, como dice Platón en el Cratilo ¿qué más cabe añadir en este asunto?

Por el contrario, la idea era sublime y femenina... Y aquí sí, aquí  era dulce de nombre, como las flores anteriores a Baudelaire, como la rosa inasequible que hubiera dibujado Platón y deseó Romeo y puso sobre el resto de las cosas el Caballero más triste de figura  que ha existido en el mundo, y acaso el más optimista y soñador: 

"¿Bardas de corral se te antojaron aquéllas, Sancho...? "  "...      Anda, hijo, y no te turbes cuando te vieres ante la luz del sol de hermosura que vas a buscar".  

Ni que decir tiene que las gruesas ahechaduras de la realidad han tapado el sutilísimo grano de la idea, tal vez porque la idea se encerraba en un personaje no del todo cabal  y sí muy majadero y muy loco, a quien todo el mundo ha admirado alguna vez, seguramente,  de quien todo dios se ha reído a borbotones, como ríen las fuentes de los parques, pero al que nadie ha tomado jamás como modelo

Tengo que decir que no es ésta la primera vez que me ha tentado el personaje de Dulcinea. Pero ha sido ahora, cuando he visto de cerca uno de los trasplantes territoriales ¿o debo decir usurpaciones?, que de tiempo en tiempo se pretenden hacer de la obra más gloriosa de este Ilustre Manco en base a una partida de nacimiento insuficientemente documentada, cuando me he sentido seriamente atraído por su suerte: una suerte que, arrinconada en la humildad, va del desamparo al olvido... Bien, me dije, Cervantes nació en este lugar, que todo puede ser, y El Quijote se desarrolla en este otro, lo que ya es un punto difícil, pero ¿qué ocurre entonces con Dulcinea? Porque nadie se hace cargo de esta buena mujer; simplemente se obvia y...¡santas pascuas!. Así que con la misma legitimidad con la que ciertos sedicentes estudiosos de El Quijote van haciendo manchas interesadas e inconcebibles para ubicar sus aventuras, si bien con muy distinto procedimiento, yo he seguido el rastro de aquella ausente enemiga,  Dulcinea, como un tozudo perro de caza. Menos mal que tengo fino el olfato; y aún teniéndolo, ya verán ustedes las vueltas que he tenido que dar y los acasos y salvedades que en el camino han encontrado acomodos o certeza.

2.- RASTREO Y DESENLACE

Tras el ingenioso descubrimiento -hecho por el Sr. Leandro Rodríguez y editado por el Patronato de Turismo de la Diputación de Zamora-, de que Cervantes era un judío sanabrés y de que La Mancha, en puridad,  fue un recurso obligado en el desarrollo de El Quijote, es decir,  una ocultación que se justificaría en el pavor a las persecuciones, siendo las comarcas de  Sanabria-Carballeda los territorios tristemente encubiertos, se abren muchas dudas sobre  el origen territorial de la sin par Dulcinea, a quien tradicionalmente se ubica en el manchego lugar de  El Toboso.

Dudas de esta índole: ¿a qué pueblo iba Sancho por mandato de su señor, y al que acaso llegó por encantamiento, para dejar en las manos de una ingrata íntima lo que al fin era carta memoriosa? ¿A qué bardas se asomó para tomar en merecida recompensa un mendrugo de pan con queso bienoliente, que no fueran recuerdos de castillo con manteo a discreción  para su altísima deshonra? ¿Qué lugar visitó con don Quijote la noche oscura del alma en que, por ser de boca de lobo, quedó prefigurada sin remedio la lotería de los ciegos? ¿Con qué iglesia topó tan desnortada pareja dicha noche mística, es decir, la víspera de la visitación del Caballero a su  exteriorizada pesadumbre, que finalmente ocurrió ante los ojos de un borrico común en un camino de grijas y herradura? Estas cosas simples, y otras de una enjundia más alta y provechosa, son dudas razonables que, desubicado El Quijote de los anchos territorios de La Mancha por los que solía llevar sus  correrías, acaecimientos y desventuras, se me ofrecen a mí, lector empedernido de esta inmensa obra y nada desquiciado en las cuestiones de razón que a mi razón se hacen. ¿Qué pueblo de qué lugar perdido del perdido Imperio de España que no se llame El Toboso ha ocultado Cervantes a la posteridad en el glorioso alumbramiento de tan ilustre personaje de su novela?

Mis particulares conocimientos sobre el asunto, derivados de la concatenación de muy diversos azares -que van del tropezón a la fenomenología-, y, especialmente, de un fogonazo de luz sobrenatural en la que suelen envolverse las revelaciones, me permiten afirmar que la tal Aldonza Lorenzo (hoy lo sé,  tortura hermosa, pues hasta ayer te creía coetánea, y, desde luego, mucho más joven que yo), fué realmente una humilde ciudadana de El Toboso que, tras su paso por Sanabria-Carballeda, del cual tienen noticia los lobos que encumbraron a Caperucita, y de su posterior brinco a Mallorca (en un bajel pirata ganado a los despojos de la Armada Invencible), recaló en el pueblo de Tárbena, Alicante (afamado por su repoblación insular), reubicándose después en una urbanización de Alfaz del Pí, llamada El Cautivador, donde actualmente reside tras numerosas y siempre bienhadadas reencarnaciones.  Contrariamente a su fama, es persona de acendrada sensibilidad, modales refinados, gráciles maneras y altísimo bagaje cultural,  que responde al nombre de Dulce, como Lamiel.  De hecho, yo la conocí por Sthendal, autor a quien leía aquella mañana venturosa, al socaire de un almendro de luminosidad esplendente y abrasiva.  La vi una vez, tan sólo. Fue un momento de júbilo que, asentado en los aromas de una incipiente primavera, derivó en tres meses largos de conversaciones  a  distancia porque, como puedo asegurar, tiene el don inefable de la palabra, un móvil continuamente abierto y un marido bronco que imposibilita con sus celos las comunicaciones de cercanías. También atiende por Rama, por Ónice, por Caparrosa, por Mohín, por Oropéndola...

Y pregunto yo, tocado por la luz de esta alborada, ¿cómo una chica corriente, por muy esplendorosa que fuera, iba a provocar en mí un arrobamiento tan místico, al tiempo que tan largo y tan profundo, a no ser por argucia de prestidigitador, encantamiento de bruja o artimaña del tipo Dorian Gray?

Con precauciones que alcanzan la minucia, y que luego se mostraron innecesarias,  he vuelto a la urbanización El Cautivador. La casa está en venta. Los vecinos afirman que en el vehículo donde transportaron los muebles figuraba el nombre de Clavileño. ¿Habrá volado a los pagos de Villajoyosa, donde una mora excelsa y un encantador chocolatero envuelven la ciudad con musicales redes? Tal vez, valor le sobra y, a falta de mayores alegrías, probado está que el chocolate es dulce, como Irma, como Chacón, como María Loinaz...

Por otra parte, de fuentes no del todo informales me han llegado noticias de la posibilidad de que, buscando las raíces, haya regresado finalmente a El Toboso. Se alojaría, según éstas, en las inmediaciones de la que fuera en tiempos su casa - ahora destinada a la exhibición de reliquias-, en otra de manteles relucientes y olla no de vaca, sino de apretado y primoroso carnero, huésped de postín, teatro los domingos, calefacción a mansalva y dueña asaz tempestuosa, huracanada,  revestida de fuego y aventura... Allí se dan la mano, para su  bien, los hábitos adquiridos en lugares de variopinta residencia  -preminentemente turística-, en los que hubo forzosamente de residir , y su antigua adhesión a lo rural, arrancada de repente por la urgencia de la emigración y amagada en sus adentros a la espera de una jubilación venturosa.

De aquel fugaz encuentro, que para mí sigue siendo luminoso e inmarcesible,  así como de nuestra relación telefónica, da razón una carta de clasificación disponible que, amén de ser real, es cándida y honesta. Claro que fue escrita mucho antes del ingenioso descubrimiento del Sr. Leandro Rodríguez, antes del azar y de la revelación... Antes, por consiguiente, del íntimo convencimiento de que yo no era polvo enamorado, iluso e inservible, sino el alma atribulada e imperecedera de un lector de libros de caballerías.

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

 

Cervantes, mi contemporáneo

POR GUILLERMO CABRERA INFANTE

In memóriam Octavio Paz

Hay un juego literario que es, como la literatura, un salto mortal sin red. Consiste en preguntarle al otro: ¿con quién famoso te gustaría cenar esta noche? Me propusieron ese árbitro de elegancias que dormía de día y celebraba la noche. Pero yo no sé latín y no creo que pueda aprenderlo para esta noche. Me nombraron a Shakespeare, pero entre su inglés y el mío hay distancia de olvido. Por último me susurraron el nombre de Cervantes. [...]
Ahora estamos sentados a la mesa en medio del comedor. La misma mesa y todos los muebles son lo que se vendría a conocer como Renacimiento español: muebles macizos, muebles sólidos.
—Para mí —le dije—, todos sus libros son un libro: único, real y maravilloso y el mejor que se ha escrito en nuestro idioma.
—Si no fuera por mis años y el sol de estas Castillas que me han curtido, me sonrojaría.
—Ya sé que usted no ha padecido nunca de vanidad ni de envidia literaria.
—Nunca —dijo Cervantes. [...]
En algún lugar de la casa alguien tañía una vihuela y una voz de mujer cantaba. Reconocí la melodía. Era Guárdame las vacas, la tonada que originó las variaciones de Cabezón.
—Me parece que le gusta la música.
—Mucho.
—A mí también. Cultivo varias melodías en mis escritos. Su nombre me es familiar. Uno de mis personajes del Quijote se llamaba así.
—Fue uno que murió de amor al ver morir a su mujer.
—Así es. ¿De dónde viene su nombre?
—Alemán de origen.
—¿Es usted alemán?
—Oh, no. Vengo de América.
—Allá quise ir varias veces.
—Si hubiera ido nunca habría escrito el Quijote.
—Pero habría escrito otras aventuras. Realistas unas, mágicas las otras. Como hicieron Bernal Díaz y Cabeza de Vaca.
—Pero son memorias, no invenciones.
No puedo evitar pensar que si los reaccionarios que ocuparon el lugar de los adelantados le hubieran dado permiso para emigrar a lo que ya se llamaba América, su gran libro hubiera sido escrito no en España, sino en la Nueva España ¿Qué les parece Don Quijote de las Indias? ¿Qué tal Sancho Pampa? No habría habido molinos, pero habría vientos. ¿Es una fantasía americana? Cervantes, en la segunda parte del Quijote, hace elogio y alabanza de Hernán Cortés y lo muestra como un caballero ejemplar. Ni más ni menos su par impar. [...]
—¿Es el Quijote una alegoría de su vida?
No lo pensó mucho para decir:
—Es la parodia de una alegoría.
—En todo caso es un libro maravilloso.
—Es muy amable con mi libro. [...]
Cervantes tendría mi edad exactamente ahora, pero era obvio que estaba en el invierno de nuestro contento: Cervantes por su Don Quijote, yo por mi Cervantes.
—Eso es inevitabilidad —dije.
—Es una palabra larga —dijo Cervantes.
—Es una palabra demasiado larga —dije—, pero inevitable.
El mobiliario del comedor se hizo contemporáneo, las bujías se hicieron bombillas, el banquete se vuelve una última cena. Pronto se disolverá el autor, pero antes de que desaparezca el maestro desaparecerá el aprendiz de Cervantes.
¿Qué es morir sino una forma de organizarse? ¿Lo dijo Cervantes? ¿O fue mi otro maestro, Martí mártir? [...]
Cervantes dejaba de ser un mero mortal para pasar a la inmortalidad. Aquí debe acabar mi discurso. Pero permítanme una palabra o dos antes de irme. Por mi casa de Londres han pasado varias generaciones de escritores españoles, algunos bisoños, otros veteranos. Muchos de los jóvenes escritores han devenido una generación que escribe los libros mejores que se escriben en español. Grande ha sido mi contento de que así sea.
Quiero destacar a mi agente, la formidable Carmen Balcells, porque fue ella quien me dio la noticia de haber ganado el premio por teléfono. Su alborozo fue más grande que el mío porque a pesar de las voces de Carmen siempre he sido un tanto escéptico. Todavía lo soy ahora. A todos, empezando por Miguel de Cervantes Saavedra, ¡muchas gracias!