PLACER
El an�lisis m�s
superficial nos lleva a la conclusi�n de que la naturaleza ha dise�ado
las conductas animales sobre el principio de la b�squeda del placer
y la huida del dolor, de manera que las gratifica con tanto mayor
placer cuanto m�s buenas son en t�rminos biol�gicos; e intenta
rechazarlas con tanto mayor desagrado y dolor, cuanto m�s nocivas
son para la vida no s�lo del individuo, sino tambi�n del grupo.
Pero en cuanto damos el salto al comportamiento humano, si queremos
que tenga una calidad �tica, parece evidente que no podemos
reproducir el esquema de la naturaleza, a no ser que configuremos un
placer moral y un dolor moral. Los partidarios del placer f�sico
como motor de la vida humana, se autodenominan hedonistas (de
hdonh (hedon�)= placer).
Esta palabra la
hemos obtenido del lat�n placeo, placere, placui, pl�citum,
y al pasar a nuestra lengua ha mantenido su significado sin ninguna
variaci�n. Con el infinitivo del verbo hemos formado el sustantivo.
A la hora de relacionarlo con el grupo l�xico del que forma parte,
nos encontramos con que comparte ra�z con el verbo placo,
placare, placatum, que significa aplacar, calmar, apaciguar,
sosegar, mitigar, tranquilizar, acallar. Es evidente que no andan
lejos del placer los significados de este verbo. Placare sitim,
dec�an los romanos (aplacar la sed). "Da gusto tener
sed", dec�a el anuncio de un refresco. En efecto, dicen
algunos fil�sofos que el placer no es otra cosa que la liberaci�n
de una tensi�n, la satisfacci�n de una necesidad, el
apaciguamiento de un desasosiego. Es posible que la desinencia de la
segunda conjugaci�n (eo), al tener un car�cter m�s
durativo, matice el significado de placare dilat�ndolo y
suaviz�ndolo. En el verbo complacer tenemos un intensivo del verbo
placer, que rige complemento de persona (complacer a alguien
o complacerse en algo), y de ah�, a partir del participio
presente, el adjetivo complaciente, cuyo contrario es displicente,
que es el que hace algo de mala gana, sin inter�s, sin entusiasmo,
sin afecto. Tiene la forma sustantiva displicencia, uno de los m�s
razonables opuestos de placer.
Los usos y
costumbres de los pueblos y sus normas morales se han ocupado del
placer, en especial del sexual, y han dejado huella muy profunda. Es
sospechoso que sean tantas las culturas que se han ocupado de
prohibir e incluso impedir el placer a las mujeres. El sentido de la
propiedad del hombre sobre ellas, y en especial sobre su utilizaci�n
sexual, fue probablemente el responsable de que se intentara
privarlas del placer sexual para impedir que a causa de sus propios
impulsos tuvieran tentaciones de incurrir en infidelidad. En muchas
culturas, al entrar en la pubertad se les practica la ablaci�n del
cl�toris. En alguna, una vez casadas, hasta se les desfigura el
rostro, para evitar que nadie se fije en ellas. Otras culturas m�s
benignas se contentan con tap�rselo (de ah� nos viene el velo
nupcial). Nuestro quinto mandamiento nos proh�be robar en general,
y el sexto nos proh�be robar una mujer que no es nuestra para
copular con ella. El noveno nos proh�be lo mismo, pero hasta de
pensamiento: "no desear�s la mujer de tu pr�jimo". Y el
d�cimo vuelve a lo gen�rico: proh�be desear cualquier bien ajeno.
Con esa visi�n era de lo m�s natural que ya fuese por medios f�sicos,
ya mediante preceptos morales y usos y costumbres, se procurase
privar a la mujer del placer sexual.