EL
SEXO DÉBIL
Merece una seria
reflexión léxica este par de palabras, inventadas para ejercer de
sinónimo de mujer. Por empezar, el hecho de que se haya admitido
por los hablantes cultos (porque claro, se trata de un cultismo
refinado) que el nombre genérico de la mujer sea el sustantivo
sexo, seguido del adjetivo débil, tiene su cosa. Según esta
expresión, la mujer en cuanto colectivo se define como sexo. Esto
llama tanto más la atención, cuanto que la expresión correlativa
"sexo fuerte" sólo existe como reflejo puramente
gramatical de sexo débil, pero no como denominación genérica del
hombre. Al hombre no se le llama sexo, a la mujer en cambio sí; y
si el lenguaje ha recalado y se ha encontrado cómodo en esta
expresión, si el río suena así, es porque el agua que lleva tiene
esa peculiar sonoridad. La cosa no es de ahora, ni mucho menos.
Celio Aurelio, un médico del siglo III, usa ya el adjetivo sexualis
como sinónimo de femenino, propio del sexo femenino. Hay que decir
que los romanos usaron el término sexo en el mismo sentido que lo
usamos nosotros para diferenciar los machos de las hembras tanto en
el hombre como en los demás animales (Plinio, incluso en los
minerales). Dieron también el nombre de sexo a los órganos
sexuales, pero esta denominación nunca formó parte del lenguaje
usual. Ahora bien, todos los indicios apuntan a que el uso de la
palabra sexo se centró en su valor más primitivo, a saber, en su
función reproductora; de ahí que se refiriese casi en exclusiva a
la mujer. Es que según algunos etimologistas, la palabra sexus
pertenece a la familia de tekoV (tékos), que da en teknon (téknon),
y significa cría, vástago, descendiente, hijo (sin diferenciar
sexos); es decir, aquello que se ha dado a luz, lo que se ha criado.
Si efectivamente sexus es pariente léxico de tekoV (tékos),
es lógico que para los romanos su significado fuese en especial el
de sexo femenino, e incluso se usase como nombre colectivo de las
mujeres, además de los otros significados indicados. A la vista de
estos antecedentes estrictamente léxicos, nada tiene de extraño
que a la hora de formar en nuestra lengua un nombre colectivo (o genérico
si se prefiere) de la mujer, hayamos dado en el nombre sexo, con el
adjetivo débil (intentaré averiguar si ha pasado algo análogo en
otras lenguas). Eso en cuanto a los antecedentes léxicos, a los que
habrá que creer si los comparamos con los históricos y antropológicos.
No hemos de olvidar en primer lugar que la obsesión por el sexo es
más propia de hombres que de mujeres, y que ha nacido de la
libertad de la mujer, y con ella ha ido progresando. Porque si según
el dicho clásico, la mujer fue primero una bestia de carga,
después un animal doméstico, después una esclava, y finalmente
una menor (en el derecho romano, está sometida a tutela
perpetua), en los tres primeros estadios estuvo bárbaramente
dominada, por lo que ni se planteaba el problema sexual. Estaba ahí,
disponible. El problema empezó en cuanto se pasó a tratarla como
una menor, con las contemplaciones que ello implica. Este salto
cualitativo de la esclavitud a la minoría de edad, evolucionó
hacia la progresiva emancipación, de manera que al no tener el
hombre la total disponibilidad sexual de que había gozado antes, se
encontró con una nueva clase de problemas anteriormente
inimaginables: la necesidad de sexo. Por la cuenta que le traía,
intentó convertirse en protector del sexo débil.