SAN VALENTIN    

�DEFINIR EL AMOR?

�Imposible! Nadie conoce sus fronteras, nadie est� en condiciones de asegurar d�nde empieza y d�nde termina. Desde que la humanidad descubri� el amor, no ha parado de hacerlo crecer. En las ra�ces religiosas de nuestra cultura, se dir�a que el Cantar de los Cantares es el no va m�s del amor. Pero los m�sticos ascendieron por �l y lo trascendieron; alcanzaron las m�s altas cumbres de la sublimidad y de la espiritualidad, dejando al original muy cerca de la carne. En nuestra cultura profana el ascenso del amor fue mucho m�s lento. Cualquiera esperar�a tras un t�tulo como el "Arte de amar" (Ars amandi) de Ovidio, algo parecido a lo que hoy entendemos por amor. Pues no, es tan s�lo el arte de seducir y conquistar: en las culturas griega y romana el amor se mov�a muy a ras de tierra. Nuestro arcipreste de Hita, con su "Libro de buen amor" se mueve a�n en los mismos par�metros: el amor no es capaz todav�a de levantar el vuelo. Pero he aqu� que el feudalismo, nadie sabe c�mo, produce en el sur de la Galia el llamado "amor cort�s", de altos vuelos. Los trovadores provenzales han inventado una nueva modalidad del amor, que revolucionar� para siempre el concepto mismo de amor: el cortesano que quiera comportarse dignamente se mostrar� siempre sumamente cort�s con su dama, a la que considerar� su se�ora, y har� en su servicio todo aquello que la pueda honrar. La "dama" o la "se�ora" nunca es la esposa ni la amante. La carne y el sexo siguen su propio curso con total independencia. El invento hizo furor: el Renacimiento lo hizo suyo, y a partir de ah� este nuevo amor tuvo vida propia. Vol� a la par del amor divino que desarrollaron nuestros m�sticos. En "La Celestina" tenemos ya juntos el amor carnal de la gente de servicio, y el amor espiritual de los dos nobles amantes, en un precioso contrapunto; igual que en el Quijote se contraponen el estado de enso�aci�n del casi inmaterial caballero, atiborrado de libros de caballer�as, y el materialismo e incluso la materialidad de su escudero. Ah� tenemos a la se�ora Dulcinea del Toboso, la dama del caballero andante, que no sue�a m�s que en servir a su se�ora. Sin ella, le hubiese faltado el alma. El amor ha despegado de la carne, alcanzando alt�simos vuelos. Pero a�n no est� completa su metamorfosis. El romanticismo devolver� el amor a la carne, y lo pondr� de nuevo al alcance de todos los mortales, sin restarle un �pice de su espiritualidad. Integrar� todos los amores en el amor, y entronizar� a la mujer no como objeto del amor que hab�a sido mayormente hasta entonces, sino como su principal sujeto. �ste ser� a partir de entonces su reino. Pero a�n no est� completo el recorrido. El hombre, que hab�a perdido terreno, consigui� atar a�n m�s el amor a la carne; volver al punto de partida: a lo que llamaban amor antes de que se inventase el amor cort�s. Ha ca�do la cortes�a en picado; pero no s�lo en el amor, sino en todos los �rdenes de la vida. El pragmatismo te�ido de ego�smo es la l�nea dominante. El amor a lo que se es, a lo que se hace, a los que forman parte de nosotros, es hoy una rara virtud, que volver� sin duda a su antiguo esplendor. Pero �podremos decir alg�n d�a qu� es el amor, la m�s extraordinaria de las creaciones del hombre? No es f�cil ponerle puertas al campo ni se�alar los l�mites del rey de los sentimientos.

EL ALMANAQUE se detiene hoy en el amor plat�nico, el que se dirige no a la satisfacci�n de las pasiones, sino a la contemplaci�n y al �xtasis. Un amor sin urgencias.