Saulo (forma grecolatina del nombre
hebreo Saúl = el deseado) era un hombre soberbio, convencido de que siempre tenía
razón. Era por tanto intransigente y severo; pero cayó del caballo y a partir de
entonces fue otro hombre. A raíz de su encuentro con el procónsul Sergio Paulo, a quien
convirtió y bautizó, cambió de nombre. Pasó a llamarse Paulus, que
significa "Pequeño". Sin perder la firmeza que le caracterizaba, empezó a ser
realmente grande a partir del momento en que aceptó humildemente que sus grandezas eran
humo. Porque san Pablo fue realmente un gran hombre, pero no lo fue desde su soberbia,
sino desde la aceptación de su pequeñez. Fue tan grande el resplandor de este nombre,
que llegó a ocupar un lugar muy avanzado en la lista de los nombres más apreciados de
todos los tiempos. Prueba de ello son los más de 40 santos que con este nombre nos
recuerda el santoral y los grandes Pablos que se han hecho un lugar en la historia, como
Pablo Picasso y Pablo I, emperador de Rusia.
San Pablo apóstol nació en Tarso, ciudad libre del Asia
Menor y capital de Cilicia. Era judío y al mismo tiempo ciudadano romano, un privilegio
del que muy pocos gozaban. Pertenecía a la secta de los fariseos, que reunía a la
florinata de los judíos. Estudió en la escuela rabínica de Jerusalén. Llegó a ser uno
de esos defensores acérrimos de la ley de Moisés, fanático e intransigente, y como tal
se sentía en la obligación de perseguir a los cristianos, que en aquel momento eran una
especie de secta judía empeñada en extender a todo el mundo los privilegios que tenía
el pueblo judío en el plano espiritual. Y fue cuando se dirigía a Damasco para hostigar
a la comunidad cristiana que allí florecía, cuando cegado por un gran resplandor, cayó
del caballo y oyó las palabras de Jesús, que se le apareció en medio de aquella luz:
"Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Y se le cayó la venda de
los ojos. A partir de entonces, comprendió Saulo que sus esfuerzos no tenían que ir
encaminados a excluir de los beneficios del judaísmo a los demás pueblos, sino
precisamente a extenderlos a todos los pueblos de la tierra; que la muerte de Jesús
había valido la pena y que ése era el sentido de la redención. Su clarividencia fue
total. Mediante sus cartas (epístolas) dotó a la nueva Iglesia de un cuerpo doctrinal
del que carecía, e hizo de aglutinador de las comunidades de cristianos diseminadas por
la mitad más oriental del imperio romano. Su espíritu viajero contribuyó en buena parte
a mantener esta cohesión. Fue víctima de la ira de los judíos, que se la tenían
jurada. Le prendieron en Jerusalén, y estaban ya a punto de matarlo cuando apareció el
tribuno romano y se hizo cargo de Pablo. Éste apeló al César (era un privilegio de su
condición de ciudadano romano)y conducido a Roma, tras un tiempo de prisión fue dejado
en libertad. Pero como tantísimos miles de cristianos, fue víctima de la persecución de
Nerón. Murió decapitado.
Celebran los Pablos su onomástica el 29 de junio,
festividad de san Pedro y san Pablo. Un nombre dignísimo de celebrarse, porque en él
coinciden modestia en el nombre y en las formas, pero eficacia y grandeza en la acción:
el prototipo ayuda lo suyo, que llamarse como el gran apóstol es participar de su gracia.
¡Felicidades!
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