El debate eterno sobre si la función de la escuela es enseñar, educar o
formar a los alumnos, la Reforma nos lo da resuelto. La reforma del 70 (la de la
E.G.B.), aún en vida de Franco, pretendió dar carpetazo a la gloriosa época de la Formación
del Espíritu Nacional, que no era más que la punta del iceberg del afán del sistema por
integrar a todos los ciudadanos en su espíritu, ya desde la escuela. Se trataba de acabar
con la manía "educadora" de la escuela, totalmente tendenciosa en favor de la
perpetuación de un sistema que pretendía por encima de todo formar buenos españoles y
buenos cristianos. Escamada la sociedad española de tanta educación y tanta formación,
la reforma del 70 proclamó que la función de la escuela era enseñar (en esto se
distinguió la escuela pública, alcanzando sus más altos niveles de eficacia y de
prestigio; mientras que la enseñanza privada, casi toda ella confesional, siguió
insistiendo en su función educadora) y puso todo el acento en la enseñanza,
dejando de lado la educación y la formación. Pero cometió el error de
incorporar al sistema el primer contingente de "forzados", es decir de alumnos
obligados a permanecer en la escuela aunque ya no les quedara nada que hacer en ella (en
efecto, el sistema de la EGB tuvo que soportar el serio desgaste que representaban los
alumnos fracasados de 7º y 8º). Y otro error grave fue el de la promoción obligatoria,
como si la escuela fuese un sistema de producción en cadena. El resultado de estos
gravísimos errores fue la aparición del fracaso escolar.
Y como no hay manera de escapar a la ley del péndulo ni a la vorágine de la espiral
de la historia, he aquí que la Reforma del 90 nos devuelve a los objetivos de tiempos que
parecía que no podían volver por la amarga experiencia que nos depararon. Se vuelve a
priorizar la educación sobre la enseñanza, con el agravante de que con
ella se pretende encubrir el fracaso escolar que se va acumulando a causa de la
ampliación de los tramos obligatorios. Como no se les puede ofrecer enseñanza a esos
alumnos, se les ofrece como sucedáneo un complejo programa de actuaciones cuya finalidad
es "hacer de ellos ciudadanos dignos del sistema al que pertenecen", es decir se
trata de que la escuela haga todo lo posible por "integrar" en la sociedad a
unos ciudadanos que han llegado a su límite en su propia capacidad y en la de la escuela
por mejorar su nivel cultural.
Se trata de educarlos. ¿Y eso qué es? Pues teniendo en cuenta que el prefijo e
(ex) encierra la idea de sacar (hacia afuera o hacia adelante, no se sabe;
"éxito" y "exit" / salida son dos muestras de los dos
significados posibles); y que ducere significa llevar, conducir, guiar, se
trata evidentemente de que los profesores han de utilizar sus asignaturas como instrumento
de educación, es decir de salvación de los alumnos. En este caso el éxito o el fracaso
se mide por los objetivos educativos alcanzados, no por lo que se ha aprendido. En la
Reforma los valores han vuelto a adquirir una importancia capital. Como tiene que
ser si se quiere durar en el poder. Sicut erat in principio et nunc et semper et in
sécula seculorum.