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El ateo


Un ateo camina por el bosque admirando la belleza del río, los árboles y
los animales silvestres. De repente el ateo escucha fuertes pisadas y ve
desplazarse arbustos para dar paso a un enorme y feroz oso que se dirige
hacia él.

El ateo comienza a correr tan rápido como puede, impulsado por el flujo
repentino de adrenalina en su sistema. Mirando hacia atrás observa que el
oso va ganando terreno, pero él continúa corriendo. El oso sigue
ganando terreno, cuando el ateo tropieza y cae al suelo.

El oso alcanza al ateo, lo inmoviliza con una de sus patas traseras y
levanta una de sus garras delanteras como para tirarle un zarpazo
al hombre, que en ese momento exclama desesperado:

      - "¡Ay, Dios mío!"

      Para sorpresa del ateo en ese instante aparece una deslumbrante luz
      en el cielo y el tiempo se congela. El bosque y el río enmudecen,
      mientras el oso parece una estatua de cera. De entre la deslumbrante
      luz se escucha la voz de Dios que dice al ateo:

      - "Has negado mi existencia toda tu vida. Has enseñado a otros que no
      existo e incluso atribuyes mi creación a un accidente cósmico.
      ¿Realmente esperas que te ayude en este predicamento? ¿Acaso puedo
      contarte ahora como uno de mis creyentes?"

      El ateo comprende lo precario de su situación y trata de contestar
      honestamente:

      - "Señor, sería hipócrita de mi parte pretender hacerme creyente en
      este momento, después de tantos años de negarte. Lo que sí puedo
      pedirte es que hagas al oso un creyente en ti."

      Dios ve con agrado la sinceridad del ateo y le dice:

      - "Como pediste, te sea concedido".

      En ese momento la luz desaparece, retornan los sonidos y el tiempo
      vuelve a correr. El rostro del oso cambia de uno feroz a uno amable y
      sonriente. Baja la garra que tiene levantada, la junta con su otra
      garra y elevando su vista al cielo dice:

      - "Padre Santo, te doy gracias por el alimento que estoy a punto de
      ingerir, amén."