El escondite

 Hoy, mis queridos lectores, voy a relatar una de esas maravillosas historias, transmitidas de generación en generación, que ocurrió hace pocos años. 
 
Corría el viento en las calles levantando las hojas caídas de los árboles del parque. El cielo estaba nublado, y todo parecía indicar que el diluvio universal podía volver a repetirse. Los coches pasaban a velocidad moderada por la zona del viejo parque donde jugaban un grupo de niños.  
 
Anita, la niña que llevaba la voz cantante en el grupo, comenzó a contar. Después de descartar a sus amigos con aquello de "una mosca puñetera se cagó en la carretera, pin, pan, fuera", señaló a Nacho y, fríamente, le dijo: "Tú pagas".  
 
No sé por qué, pero siempre le tocaba a él. El niño apoyó su brazo derecho sobre la pared y la cabeza sobre aquél, y empezó a contar hasta cien, a pesar de que Anita quería que contase hasta quinientos setenta y ocho.  
 
Sus amiguitos se escondieron mientras tanto. Luisita se metió entre las ramas de un naranjo bonsái. Fernando dentro de un furgón de la perrera municipal. Anita se metió dentro de una máquina de Coca Cola. Y, por último, Carlitos se escondió en el remolque tapándose con una manta.  
 
Nacho seguía contando apoyado cómodamente en la pared. Mientras tanto, el bueno de Carlitos, se acurrucaba al máximo para abultar lo menos posible. Y, en efecto, logró pasar desapercibido, pues ni siquiera el propietario de la camioneta se apercibió de su presencia en el remolque, y le dejó caer tres pares de esquíes sobre la cabeza. El niño perdió el conocimiento, y, poco después, el vehículo arrancó.  
 
Al llegar el final de la cuenta Nacho avisó, bramando "ya voy", que se iba a dar la vuelta. Apenas habían pasado unos segundos cuando, histérico de alegría, aullaba: ?por Luisita que acaba de destrozar el árbol favorito del alcalde". La búsqueda siguió: "por Fernando que está intentando sacar la pierna de la boca del dóberman rabioso", "por Anita que se está electrocutando dentro de la máquina de Coca-Cola".  
 
Todo había sido fácil hasta entonces, pero aún quedaba un amigo por encontrar: el astuto Carlitos. Nacho lo buscó durante una hora y media y, al final, se rindió ante la evidencia de que Carlitos era el rey del escondite. Y así, el caso del niño que desapareció jugando al escondite, conmocionó a la opinión pública.  
 
Paco Lobatón decidió tomar cartas en el asunto, y ofreció a los padres del niño su ayuda. En Televisión Española les trataron como a auténticas estrellas del celuloide. Ellos correspondieron a las numerosas atenciones portándose ejemplarmente y procurando crear los menos problemas posibles. El único hecho deleznable fue el que protagonizó el padre de Carlitos, cuando se metió en el camerino de las bailarinas de un programa de variedades con oscuras intenciones.  
 
Y comenzó el show. El primer caso disparó los índices de audiencia hasta los cuatro millones y medio. La cabra "Lucrecia" salió a comprar tabaco un día y su amo, un músico ambulante, aún la estaba esperando.  
 
El segundo caso. Un hombre que, según su mujer, fue a casa de unos amigos, pues habían quedado para comerse una cabra que habían encontrado en un estanco, y no había vuelto a casa.  
 
Tras el intermedio apareció Lobatón con rostro serio. -Muy buenas noches de nuevo. El tercer caso que les ofrecemos trata de un niño desaparecido y de una familia angustiada por dicha desaparición. Contamos con la presencia de sus padres en el estudio. Muy buenas noches, doña Paca y don Carlos -dijo haciendo la ola con el bigote.  
 
-Yo creo que tá secuestrao u me lan matao u argo peó. La gente é mu mala, ¿sabe uted?, ¡mu mala!  
 
Pues esta noche, querida audiencia, tenemos datos sobre el paradero de Carlitos, y se los vamos a ofrecer inmediatamente. La mujer enjugó su llanto y se quedó mirando a Lobatón con complicidad.  
 
Carlitos irrumpió en la gran habitación ante la mirada alucinada del presentador.  
 
-¡Carlitos! -exclamó la madre emocionada.  
 
El niño ni siquiera la miró y se dirigió a toda velocidad hacia Paco Lobatón. Antes de que éste pudiera hacer nada, le plantó la mano en la frente y gritó con todas sus fuerzas:  
 
¡¡¡POR MÍ