DÍA DE LOS DIFUNTOS

Si el hombre aceptase la muerte, no habría difuntos. Paradójicamente todos los ritos funerarios tienen como objetivo garantizar la inmortalidad.

Ambrosía la llamaban los griegos. Am-brotos era aquel cuya sangre no se había derramado. Y como la única muerte que se conocía era la muerte violenta, víctima necesaria e inexorable de los depredadores naturales, he ahí que la primera ilusión de inmortalidad fue el escapar a esa muerte.

Entendió la humanidad que evitando esa muerte, que hurtando el cuerpo a los animales que se alimentaban de su carne y de su sangre, se alejaba definitivamente de la muerte. De ahí que una vez que dejaba de alentar en él la vida, lo enterraban para impedir que fuera devorado, en espera de que volviese a él el aliento vital, que vagaba fuera de su cuerpo por los infiernos, es decir por el interior de la tierra.

Por eso, negarle a alguien la sepultura era como segarle toda posibilidad de continuación de la vida. Por eso el castigo más cruel que se podía infligir a un reo era dejarlo insepulto, para que lo devoraran las alimañas. Por eso una de las obras de misericordia es enterrar a los muertos.

Por eso, porque la humanidad no acaba de aceptar la muerte, se vienen fundando nuestras ciudades y poblados, desde tiempo inmemorial, sobre las tumbas de los antepasados. En los cimientos de toda ciudad yacen los cuerpos de los antepasados. Y sobre el cementerio se construye la iglesia, cuyo altar es la tumba de un santo; por eso todo altar contiene una reliquia.

Y por eso, porque percibimos que nuestra vida y nuestra prosperidad está asentada sobre los que nos precedieron, es por lo que nos reencontramos con ellos una vez al año y les hacemos nuestra ofrenda floral.

Esta celebración ha tenido a lo largo de la historia y a lo ancho de los pueblos variadísimas formas, de las que quedan no pocas reminiscencias. San Agustín (siglo V) no sabía qué más explicarles a sus feligreses para alejarles de la costumbre pagana de celebrar el día de los difuntos montando auténticas bacanales sobre sus tumbas, a las que acudían para compartir con ellos, con los difuntos, una comilona por todo lo alto, regada abundantemente con los mejores vinos, que guardaban para esta solemne ocasión.