EL
DÍA DE LAS ÁNIMAS La celebración de
una fiesta dedicada a los difuntos persigue en la mayoría de culturas
el objetivo de apaciguar a los muertos más recientes que vagan aún por
la tierra sin encontrar el lugar de reposo. Dice la tradición
romana que las Lemurias fueron instituidas por Rómulo para dar
paz al espíritu de Remo (por eso quieren creer que la forma originaria
fue Remurias), que airado contra su hermano y asesino, no le
dejaba vivir en paz. Lo que le reclamaba el hermano muerto era que le
rindiese culto: con eso se aquietaba. De lo que se trataba por tanto era
de rendir culto a los difuntos más recientes que aún no habían sido
elevados a la categoría de manes, sino que vagaban entre los
mortales en calidad de lémures (espíritus que aún no habían
alcanzado el honor de los altares familiares). Los espíritus de los
muertos de mala índole que se habían dedicado a hacer el mal en vida y
seguían su mala inclinación después de muertos, recibían el nombre
de larvas. Los manes más antiguos eran ya auténticos
dioses domésticos: se les conocía con el nombre de lares. De
ellos deriva el nombre de “llares”, llamados también “ollares”,
que son las cadenas del hogar de las que cuelgan las ollas. Con la
palabra “lar” y “llar” se designó también el fuego doméstico;
este significado se transfirió luego a la palabra “hogar” (derivada
de focus =fuego). Queda claro que de los lares dependían la olla
y el fuego. Por eso recibían un culto tan intenso y continuo. En la doble fiesta
cristiana de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos se une el culto
de los manes (con el nombre de Mania se conocía a la
madre de éstos y de las larvas) y de los lémures. Los
primeros serían los santos sin canonizar, y los segundos serían los
fieles difuntos, que a efectos del culto expiatorio que en su beneficio
se celebra en el mundo cristiano, reciben el nombre de Ánimas del
Purgatorio, o simplemente Ánimas. La razón de ser de
la fiesta cristiana de los difuntos es precisamente el culto en sufragio
por las penas que aún tienen pendientes de pagar por el mal que
voluntaria o involuntariamente hicieron en vida. Precisamente las
indulgencias aplicables a los difuntos apuntan a ese objetivo. El fondo
doctrinal es siempre el mismo: los vivos estamos en deuda con los
difuntos; y si no cumplimos con las obligaciones que dimanan de esa
relación deudor-acreedor, no nos dejarán en paz porque ellos tampoco
podrán descansar en paz. La doctrina del purgatorio y de las almas que han de purgar en él sus culpas durante un tiempo, no es pues un invento del cristianismo, sino una adaptación (como tantas otras) del dogma cristiano a unas creencias ancestrales y casi universales. Por eso es una lástima que mientras acogemos doctrinas, fiestas y costumbres foráneas del mismo rango, como es el halloween (¡una búsqueda en el Google nos da 8.520.000 referencias para esta palabra!), despreciamos las nuestras por absurdos posicionamientos doctrinaristas. Y la realidad es que a poco que hurguemos en la gran variedad de costumbres relacionadas con nuestra celebración de los difuntos, acabaremos constatando que estamos en la línea de las demás culturas, porque todas nos abrevamos en las mismas fuentes. |