LUCIFER

Este nombre es una de las pruebas más patentes de que el buen o el mal nombre no depende tanto de la calidad de la persona que lo lleva, ni tampoco de la calidad del propio nombre, sino de la voluntad de convertirlo en bueno o en malo. De lo que llamamos buena o mala prensa, de asociar el nombre al bien o al mal. ¿A qué nos suena Lucifer?
Pues a qué va a ser, a diablo de la peor especie, más conocido que el propio Belcebú, el príncipe de los demonios. Y claro, tampoco es preciso que nos preguntemos a qué nos suena demonio y diablo. Nos suena a lo peor de lo peor. ¿Quién se atreve a ponerle a su hijo el nombre de Judas o el de Lucifer? Y sin embargo tienen, en especial este último, una gran belleza intrínseca, que sólo es comparable a la de los nombres más bellos.
 

Luci-fer es una palabra latina compuesta, que significa "portador (fer, de fero ferre = llevar) de la luz" (lux, lucis; plural, luces). Eso es exactamente lo que tenemos en Lucifer: nada menos que el portador de la luz. No es precisamente un nombre feo o detestable, sino todo lo contrario. Era y sigue siendo nada menos que el nombre del Lucero del alba, que en latín se llamaba efectivamente Lucifer y en griego, más cerca de nuestro nombre, lo llamaban ewsjoroV (heosfóros),"el que trae la aurora", "el portador de la aurora". Y llamaban así al planeta Venus porque interpretaban que él era el portador de la luz, que era exactamente por él por quien comenzaba el día, siendo el sol el continuador de la acción de Lucifer (el Lucero), que era el responsable de interponerse entre la noche y el día. Hay que aclarar que en este tiempo creían que la primera estrella que aparece en el cielo por la tarde (Vesper la llamaban), era otra distinta. ¿Y de qué le vino justamente a Venus, al Lucero, que le identificasen con el diablo y con el mal? La explicación más común es que el pasaje del Apocalipsis de la rebelión en el cielo de una parte de los ángeles contra Dios, en la que el arcángel san Miguel capitaneó a los ángeles buenos, se repite de formas diversas en otras mitologías; y que el origen común de todas ellas pudo ser un cambio de órbita de Venus, al que cada cultura le asignó una lectura mítico-religiosa distinta. Este mito se habría transmitido de forma similar al de la Atlántida. El aumento de luminosidad de Venus habría sido interpretado por los que lo vivieron como una pugna entre dos estrellas, el Sol y Venus por enseñorearse del día, quedando finalmente el sol como vencedor.

Por dejar constancia de la curiosidad, resulta que la traducción literal al griego de Lucifer sería jwsjoroV (fósforos). Lo dejaríamos inmensamente disminuído si no fuese porque la palabra fósforo denomina al mineral así llamado porque se inflama en contacto con el aire. Los fósforos llevaban este solemne nombre porque se lo merecían: obtener fuego (y luz) le costó muchísimo a la humanidad. La aparición de las cerillas (diminutivo de cera, por el palito de papel encerado que servía de combustible) acabó de devaluar el fósforo, que funcionó como sinónimo de cerilla. El pobre Lucifer, tan soberbio, queriendo competir con el mismísimo sol, quedó reducido a un humilde fósforo.