PURGATORIO
 

Detrás de la institución del purgatorio y detrás de su nombre hay dos ideas: la primera, de carácter teológico, es que a la contemplación eterna de Dios en el cielo, hay que entrar limpio y sin la menor mancha; y que por tanto, si al morir queda alguna, debe lavarse mediante el poder purificador del fuego. La segunda, de carácter penitencial, es que no hay impunidad para el pecado: las deudas pendientes con la justicia (en este caso eclesiático-divina) se pagan o en esta vida, o en la otra; que las deudas no se saldan por defunción, y que por tanto el alma del que muere con deudas pendientes, no tendrá reposo mientras los deudos (por eso deben llamarse así) que deja en esta vida, no salden su deuda. He ahí cómo el ancestral culto a los antepasados, deuda sagrada de los herederos en la cultura romana sobre la que se construyó el cristianismo, toma finalmente una forma de gran solidez doctrinal y de gran arraigo en todas las conciencias. La seguridad de que había un purgatorio por el que debía pasar todo el que no saliese de esta vida con todas las deudas saldadas, contuvo en buena medida la inclinación al desenfreno. El purgatorio fue una de las más felices instituciones del cristianismo. 

No fue un “invento” cristiano, porque venía ya en diferentes formatos desde el animismo. Grecia tenía su purgatorio, Roma el suyo, los celtas, los iberos y los godos el suyo. No salió por tanto de la nada. La apoteosis (de qeoV (zeós) = dios), la elevación inmediata a la categoría de dios después de la muerte, era privilegio de muy pocos. Las almas de los demás mortales se arrastraban por el mundo de las sombras, padecían necesidades que los que habían quedado en el mundo de los vivos tenían obligación de satisfacer. Lo único que hizo por tanto el cristianismo perfilar la forma del mundo del más allá (el otro mundo) y darle nombre. Del judaísmo había heredado el infierno, reservado más bien a los apóstatas, a los que renegaban de su Dios y de su pueblo. 

Esto fue suficiente mientras la iglesia funcionó en dos dimensiones: dentro y fuera. El infierno era “las tinieblas exteriores donde está el llanto y el crujir de dientes”. La iglesia era la luz, la verdad y el reino de los bienaventurados. Y en cierto modo así fue mientras la iglesia tuvo autoridad y medios para controlar la conducta de sus fieles. Tenía la autoridad civil para hacerlo. La iglesia juzgaba, condenaba y perdonaba según sus propias leyes, en régimen teocrático como el que postulan los musulmanes radicales. A los convictos y confesos de pecados que implicaban escándalo, los condenaba a penitencia pública, conforme a un riguroso y complejo penitencial que señalaba las penitencias que correspondían a cada pecado, los ritos para cumplirlas (la Semana Santa es eminentemente penitencial) y los solemnes rituales del perdón. Ningún pecado que trascendiese a la comunidad, quedaba sin su respectiva expiación. 

Pero al perder la iglesia el control de las conductas mediante la administración de justicia (de penitencia en lenguaje eclesiástico), desapareció esa presión tan eficaz y tuvo que ser relevada por otra que tuviese un poder análogo. Fue el purgatorio: las penas que seguía imponiendo la iglesia tenían que cumplirse igualmente, si no en este mundo, en el otro.