Juegos Olímpicos : MITOLOGIA  

Zeus

Afrodita

Crono

¿DE DÓNDE SALEN LOS DIOSES? 

El conocimiento humano es evolutivo como todo lo que se mueve de menos a más. Comparemos la visión religiosa del hombre con su visión “científica” del mundo, porque la comparación es pertinente. 

¿Cómo ve el mundo el hombre que empieza a desarrollar su curiosidad y a dar respuesta a las preguntas que se hace? Pues sencillamente, lo ve como una divinidad difusa, como una fuerza bajo la que está inexorablemente atrapado. Todo lo que el hombre, desde que alzó la cabeza, ve por encima de él; todo aquello a lo que se ve sometido, lo percibe como una divinidad. 

¿Pero qué es exactamente la divinidad? ¿Es la misma la que percibieron los hombres que practicaron el animismo que el actual concepto de divinidad? En absoluto. Es lo mismo que si llamásemos computadora a todo lo que ha ido haciendo esa función, desde los dedos de la mano hasta las más modernas computadoras; o internet a todo lo que ha servido para comunicarnos de lejos; o como si asignásemos el concepto de vehículo a lo más moderno en este orden de cosas, y pretendiésemos adaptar este concepto a todo lo que le precedió. El resultado es que las cosas no se avienen con los conceptos y con los nombres. 

No nos quepa duda de que a la hora de hablar de Dios y de dioses y por tanto de religión, nos empeñamos en un reduccionismo léxico y conceptual que sólo sirve para embarullar las ideas y las cosas. Cuando decimos que tal cultura adoraba al Sol como a su dios, el valor de este término no es el mismo que si decimos que tal otra adoraba a su animal totémico, tal otra a sus antepasados, tal otra a sus héroes, tal otra a una imagen, tal otra a un dios sin rostro y sin nombre cuya esencia última son sus leyes y preceptos, y tal otra a un dios-hombre. El empleo del nombre de dios en cada uno de estos casos no es unívoco ni mucho menos. Con harta dificultad podríamos decir que se trata de analogías; aunque lo propio es decir que emplear un mismo nombre para realidades tan diversas es un equívoco que sólo a equívocos puede conducirnos. Y otro tanto cabe decir del concepto de adorar. 

Hecha esta salvedad conceptual, hay que añadir que inevitablemente cada uno percibe lo que es ajeno a su cultura con su propia regla de medir, con lo que es inevitable que los resultados de la apreciación se alejen considerablemente de la realidad que analizamos. Todo analista sabe que es prácticamente imposible analizar cada realidad conforme a las reglas propias de esa realidad: cada uno procesa los datos que se le ofrecen con su propio procesador de datos, con lo que desde el rechazo por incompatibilidad de sistemas hasta un grado de distorsión para hacer procesable esa realidad, todo es posible. 

Estamos pues ante un problema epistemológico que no podemos despreciar ni subestimar si pretendemos que nuestro recorrido por los distintos conceptos de divinidad no quede reducido a doctrinarismo o palabrería. En este caso se trata de entender mínimamente qué significa la palabra dios cuando la empleamos en la mitología griega.


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