Juegos Olímpicos : MITOLOGIA  

Zeus

Afrodita

Crono

EN EL PRINCIPIO, LA TIERRA CON SU CIELO Y SU INFIERNO 

La cosmogonía (es decir el origen del mundo) antecede a la teogonía (el origen de los dioses), porque la naturaleza es anterior a los dioses. No hallaremos en ninguna mitología, ni siquiera en la judeocristiana, un dios que cree el mundo partiendo de la nada absoluta, porque este concepto era inabarcable para los pueblos de los que nacieron las mitologías. Y menos podían comprender aún que pudiera existir alguien en la nada absoluta, únicamente en sí mismo, por más dios que fuese. No era esa su lógica. 

Dicen los exégetas que el primer versículo de la Biblia que dice “En el principio creó Dios el cielo y la tierra”, viene a ser el título del Génesis. En efecto, no es el primer renglón de una obra el que resume todo su contenido, sino el título. Es decir que tras el título que equivaldría a “La creación por Dios del cielo y de la tierra”, vendría el principio de la creación, parecido a los principios de todas las cosmogonías: “La tierra (preexistente antes de que Dios se ocupase de ella) era estéril y estaba vacía”. Y sigue: “La Tiniebla cubría el abismo. Y el espíritu de Dios planeaba sobre las aguas”. Se parece a las cosmogonías que, como la griega, antes del principio ponen el Caos, las Tinieblas, el Erebo. Y gracias a la acción de los dioses, del caos saldrá el orden y la armonía, de la noche nacerá la luz, de la muerte surgirá la vida. Es que para ellos es inconcebible que pueda crearse algo de la nada. 

A los materiales informes y amontonados se les puede dar forma y construir con ellos un espléndido edificio. Eso sí que está en el orden natural de las cosas y de la comprensión humana. Y eso es lo que los hombres ven hacer a los dioses. Al fin y al cabo ese es el espectáculo continuo de la naturaleza: de la muerte surge la vida, y al invierno le sigue la primavera. Los dioses no crean de la nada, sino que construyen una naturaleza que encuentran arruinada e inútil. Su creación está en el diseño y en el designio. 

Igual que Yahvé en la Biblia, los dioses griegos, en este caso los de la primera generación, los que son divinización de la misma naturaleza, jerarquizan y ordenan todo el universo. Parten del caos inicial, del que nacen los días y las noches; y separan el cielo de la tierra, y dividen las aguas del cielo de las aguas de la tierra y de los mares. Y delimitan también el mundo de los muertos que colocan en el interior de la tierra, y le pondrán el nombre de infierno u otro equivalente. Y reservarán el cielo para morada de los dioses. Y poblarán de vegetación y de animales la tierra, y crearán las aves para que vuelen en el cielo, y los peces para henchir con ellos los mares. Y al final, presidiéndolo todo, el hombre. 

Por eso los dioses les piden cuentas a los hombres de su conducta sobre la tierra, porque a ellos se la deben y han de responder de ella. Ese es el sentido de toda cosmogonía: el cosmos es obra de los dioses para disfrute de los hombres. Pero Grecia supera pronto esta concepción: sus primeros filósofos, sin negar la autoría de los dioses, van más allá e investigan el origen físico y metafísico del mundo. Y hallan respuestas como la de los cuatro elementos o como la del atomismo, que sirven de base a la cosmogonía científica

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